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Vuelve, mi abuela, vuelve - por Patricia

Web: http://www.patricialopezgarrido.com

El día que fui a recoger a mi abuela al aeropuerto habían pasado más de 20 años desde la última vez que la vi. Cuando la localicé entre el tumulto por su inseparable sombrero, la observé un rato a escondidas desde la sala de espera. Estaba un poco perdida, pero no tanto como yo la tarde que me dejó.

En la inmensidad de Barajas me pareció una persona pequeña, nada que ver con su carácter innato a vivir sin miedo. Ella siempre había sido una persona rebelde, pasional, instintiva. Con tan solo 25 años, antes de nacer mi madre, había recorrido medio mundo, de amor en amor, y su biografía no tenía nada que envidiar a la de alguna actriz famosa de Hollywood. Pero con la llegada de su primera hija regresó a Madrid, a la casa familiar.

En la época en que volvió a España estaba muy mal visto ser una mujer soltera en estado, así que sus padres se encargaron de casarla rápidamente con un acomodado funcionario de puesto fijo que la encerró en una jaula de oro de la calle Goya en la que no le faltó nada material. Juntos, tuvieron tres hijos más.

Los educó a la manera tradicional, por deseo expreso de su esposo, aunque siempre decía que con dos de ellos tuvo suerte porque, a pesar de todo, heredaron su espíritu soñador y escuchaban ansiosos las historias que, a escondidas, les contaba, algunas verdaderas, otras inventadas. Pronto volaron del nido, buscando aventuras, dispuestos a que la vida les sorprendiera.

Con los otros dos, la cosa fue diferente. El pequeño murió a una tierna edad atropellado por un coche y mi madre, la mayor, enfermó de los nervios desde bien joven fruto de las presión que sobre ella caía por ser la hija bastarda. Pese a sus esfuerzos, mi abuela nunca pudo quitarse esa culpa de encima. Lo que le ocurría a su niña se desplomaba sobre su conciencia como castigo por la vida loca que había llevado en su juventud.

Sin esperarlo, enviudó muy joven. Con tan solo 45 años se echó encima más responsabilidad de la que puede aguantar un espíritu que aspira a ser libre. Lo hizo por sus hijos, qué duda cabe, sobre todo por su niña. Se arruinó llevándola de psiquiatra en psiquiatra hasta que por fin pudo sostenerse en pie, a duras penas, por ella misma. Estuvo a su lado cuando con tan solo 21 años se quedó embarazada (nadie mejor comprendía lo que significaba esperar a un bebé sola) y cuidó de mí mientras mi madre recaía en su enfermedad. Desde que aprendí a hablar, a mi abuela yo la llamaba mamá.

Recuerdo el día en que, sin ella saberlo, su vida cambiaría de nuevo arrastrada por la pasión indomable que reprimía en su interior. Estábamos las dos descansando en el parque del Retiro. En aquella ocasión me contaba la vez que había viajado a México con un famoso cantante de ópera con voz de ángel. Ambas nos sobresaltamos entonces al escuchar a un señor con un extraño acento (después supe que era venezolano) regañar a su nieto porque nos había alcanzado el balón con el que jugaban.

Dos meses después, embarcaba rumbo a Venezuela. Trató de disculparse conmigo diciéndome que cuando fuera mayor lo entendería y que esta era su penúltima oportunidad de ser fiel a su instinto. Y con esas palabras me dejó en Madrid, con una madre ausente y un número de teléfono al que llamar cuando la necesitara.

Nunca la llamé. Mentiría si dijera que en 20 años no la he necesitado en algún momento pero la sensación de abandono fue tan fuerte que el orgullo no me lo permitió. Es cierto que ahora, desde la perspectiva de una mujer adulta creo que la comprendo.

Volvió a España hace unos días porque mi madre está muy enferma. Ya no vivía en Venezuela. Se mudó repentinamente el año pasado a Argentina con un amor reconquistado de adolescencia. Lo sé porque aunque no hayamos hablado en todos estos años me escribía regularmente para contarme sus andanzas. Y aunque desde que llegó he fingido poco interés, lo cierto es que gracias a ella y a la historia de su vida ahora soy una escritora de éxito. En cierta manera, se lo debo casi todo.

Me engañaría de nuevo si no reconociese todo lo que la he extrañado este tiempo. Me muero por decirla que la quiero y, sobre todo, que no me vuelva a dejar.

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2 comentarios

  1. 1. Diego Manresa Bilbao dice:

    Patricia!!!!!
    Yo fui uno de tus comentaristas, y me gusto mucho tu relato… El unico pero que le vi es el que te dije, intentas contar muchas historias, pero logradisimo!!!!
    Un saludo!

    Escrito el 29 enero 2015 a las 00:11
  2. 2. Patricia dice:

    Gracias, Diego! Totalmente de acuerdo, me faltan líneas o quizá páginas para poder contar todo… Podría ser el comienzo de algo mayor…

    Gracias por tus comentarios!!

    Escrito el 29 enero 2015 a las 17:27

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