El piloto - por awwshas

Era una mañana algo peculiar.

Dado las probabilidades del tiempo que Richard Northon había escuchado la noche anterior desde tu televisión de 20 pulgadas, aquel cinco de abril iba a ser una día caluroso y soleado. Pero vaya que esa vez, los del servicio meteorológico, le habían errado feo. Cuando el señor Northon se levantó lo primero que divisó fue un manto gris que cubría el cielo, el sonido de los pájaros no se escuchaba y por supuesto que el viento viajaba a más kilómetros por hora de los necesarios para que su día fuese uno de esos bien tranquilos. No se dejó sucumbir por el pánico y siguió su rutina tal y como debía ser.

Además, también, esa mañana no saludó a su esposa ¿por qué lo haría? La noche anterior habían tenido una discusión que no había acabado en los mejores términos. Una pelea que bien podía augurar el fin de su matrimonio. Esa era una idea que rondaba por su cabeza desde hacía semanas, varios meses quizá, pero era una de esas ideas de las que tenía miedo volver realidad. Era uno de esos pensamientos que no crees que puedan llegar a volverse realidad, que quizás, de una manera u otra, si fueran realidad te lastimarían pero si no lo fueran también. ¿Cómo podía lidiar con ello? No podía. No lo hacía, de hecho.

Rick llegó a su trabajo en tiempo y forma, saludó a los empleados correspondientes, luego a su superior, y se dispuso a preparar las cosas para el vuelo.
Hacía exactamente diez años que era el Capitán en Jefe de la aerolínea de su pueblo natal, de hecho no era una gran empresa, pero era lo suficientemente grande para realizar dos o tres vuelos de larga distancia a la semana. El ya estaba acostumbrado, era algo tan sencillo y rutinario como bañarse, lavarse los dientes, e incluso comer. La aparatosa y, para algunos, monstruosa maquinaria que tenía la cabina del Piloto no lo asustaba para nada, era de hecho lo que él más amaba en esa etapa de su vida. Lo único incondicional. Su cable a tierra, por irónico que pareciera

⎯ ¡Ey, Ricky! ⎯ se escuchó al mismo tiempo que alguien abría y cerraba la puerta de la sagrada cabina.

Northon dio media vuelta y sonrió por cortesía, aquella mañana bastante rara, no se sentía con ánimos para su buen amigo y muy hablador copiloto, Nicholas.

⎯Nicholas… Buen día⎯ sin embargo, trató de ser amable.

Comenzó encendiendo de a poco cada botón, de memoria ya, mientras prestaba atención a las cosas que su compañero hacía. Nicholas encendió la radio a un volumen bastante alto y sintonizó una estación de música “pop” que a Richard le molestaba bastante. Otra vez, no dijo nada. No hasta que ya habían despegado y llevaban media hora de viaje.

⎯¿Nicholas? ⎯.

El interpelado solo lo miró esperando por alguna orden.
⎯¿Podrías apagar la radio? Ya sabes que me molesta un poco la música de estos días… está muy alto el volumen⎯ trató de no parecer hostil. Al menos hacía su mejor intento.

Su copiloto se ofendió un poco, podía notarse en la reacción de sus facciones, pero acató lo que se le había dicho sin chistar. Sin embargo, la radio seguía sonando.

Ninguno de los dos sabía ni siquiera que canción estaba emitiendo, era una con un tono bastante fastidioso y repetitivo.

⎯¿Nick? ¿Me estas escuchando?.

⎯Richard, te lo juro, acabo de apagar la radio⎯. Atónitos, ambos miraron hacia la maquina que emitía las ondas sonoras y Richard le dio un golpe con la mano. Nick volvió a intentar con el botón de apagado/encendido pero nada sucedía.

⎯Pues, ¡sólo baja el volumen entonces!⎯ comenzó a irritarse el piloto del avión, dejando de prestar atención a todo lo que no fuese aquel sonido chirriante. Ensordecedor.

⎯¡Es que no puedo!.

Ambos comenzaron a gritarse órdenes y unos segundos después se miraron en silencio sopesando toda la situación.

Richard Northon, estaba tan ensimismado en sus propios pensamientos, en su mujer, en su matrimonio derrumbándose por el precipicio, en la maldita radio que parecía no detenerse, que no notó en qué momento dejó de presionar los botones que un piloto nunca debe dejar de presionar. No, al menos, sin poner el piloto automático antes.

Para cuando ambos notaron el error descomunal que habían cometido dándole demasiada atención a aquel aparato era demasiado tarde. Ya habían perdido el rumbo del avión. Y de sus vidas.