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Conversaciones fortuitas - por Saray Perez

Web: http://quelocuenterita.com

Si no hubiera sido por los cuatro pitidos interrumpiendo la matinal radiofónica, Marco no se hubiera dado cuenta de que llegaba de nuevo a la hora muerta, entre las once y media y la una del mediodía, al portal de aquel sórdido edificio. Quizás por eso o por propia vergüenza, no se le ocurrió nada más ingenuo que golpear con sus nudillos los vidrios de la garita del portero, justo cuando este abría con indiferencia la primera página de su novela de bolsillo.
Marco disimuló como pudo su sensación de fastidio pero aun así, intentó atraer la atención de aquel hombre. Sin éxito, por supuesto. La novela de bolsillo y el hilo radiofónico de fondo tenían más interés que su facha, así que ya estaba tirando. Como en un acto reflejo o más bien con ganas de que le tragara la tierra, Marco se dio la vuelta y miró hacia el suelo.
Y de repente, allí estaba. Incrustado en la ranura de una sucia baldosa, un delicado anillo dorado brillaba a los ojos de Marco. Con natural sigilo, se acercó y lo cogió. Era pequeño. La cara exterior muy rallada, la interna sin embargo, demasiado limpia y pulida. Sin duda, su dueño se lo quitaba a menudo.
– ¿No lo habrá perdido usted? – preguntó dirigiéndose al portero.
– Deje de joderme – respondió éste sin levantar los ojos de la novela.
– Mmm… parece un anillo de mujer – dedujo Marco admirando la sortija-. Pobre, seguramente ahora mismo estará volviéndose loca buscándolo.
– Ignorante… – masculló el portero.
– ¿Disculpe?
– Como puedo estar perdiendo el tiempo con semejantes estupideces – el portero se incorporó de su raída butaca-. ¿En realidad cree que las mujeres se lamentan por perder un anillo? En mi boda, mi alianza acabó en las tripas de mi compadre Manuel Torregrande, ya sabe, en una de esas apuestas irremediables en las que nos jugábamos quien bebe más aguardiente, uno frente a otro. Tuve la magnífica idea de meter mi anillo en su copa, maldito compadre, se la tragó sin inmutarse el muy brujo. Nunca lo recuperamos, aunque estuvimos dándole cachetadas en la panza hasta la madrugada. Mi señora – y ya hace 43 años de esto – lejos de lamentarse, se quitó el suyo. Aseguraba que en el fondo le apretaba y le estrangulaba el dedo, casi igual que su matrimonio conmigo. Se la lanzó al compadre Manuel, el cual ni se enteró porque seguía pegado a su vaso de aguardiente. Como ve, las mujeres no extrañan una maldita sortija, extrañan un lenguaje latente, metafísico y entusiasta que nunca llegamos a comprender, ¿entiende, pedazo de melón?
– Hmmm…
– Hmmm ¿qué?
– Creo que en mi caso les he complicado la existencia- respondió Marco-. Y lo cierto es que siempre pensé que me la complicaban ellas a mí. Uno considera que ya da lo suficiente y que forma parte de una costosa plusvalía ofrecerles más, pero quien sabe, quizás fue un problema de elección, o de suerte. O una cuestión de entusiasmo, como dice.
– Lo que usted pretende es que las mujeres piensen como usted, sientan como usted; que en el fondo dediquen su vida a rastrear las mismas aburridas huellas que usted genera.
– Yo… – Marco no sabía qué alegar.
– Dese cuenta de una vez, por el amor de Dios. Busque. Atrévase.
– ¿Pero a qué?
– A encontrarla, idiota – el portero acercó su nariz al cristal de la garita-. A aquella mujer que de repente cante sin música, que con un papel recorte la figura de un pájaro, aquella que en lugar de sal, eche caramelo a la ensalada porque le da la santa gana. A una mujer que baile con el sonido de la vida.
El portero salió entonces de su garita, le quitó el anillo y le dio un presuroso empujón a Marco. “A correr, venga, venga…. Adiós, buen día”.
El portero metió el anillo en su bolsillo mientras observaba la figura de Marco disolviéndose entre la muchedumbre. Desde luego, cada vez era más difícil explicarlo. Tan difícil que no le quedaba otro remedio que utilizar el anillo de su mujer como excusa para estas conversaciones fortuitas. Algún día se lo confesaría a ella. Sí, algún día le diría que, cuando lanzó su alianza, él mismo la estuvo buscando toda la noche, arrastrándose por el suelo, con su nariz y su cuerpo, con todo, hasta encontrarla y devolvérsela a su dueña, simplemente para decirle: “ahora sí, querida, ahora estamos juntos en esto”.

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3 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    Hola Saray, realmente hay acá una conversación bastante fortuita. Espero leer otros textos tuyos para conocer mejor tu propuesta literaria.
    Un saludo.

    Escrito el 1 abril 2015 a las 04:10
  2. 2. Gota dice:

    Hola! Muy divertido tu relato! Me encantó el diálogo de la plusvalía! Muy original.
    Te invito a leer mi cuento, es el 164
    Saludos!

    Escrito el 2 abril 2015 a las 04:02
  3. 3. Marcelo Kisi dice:

    Saray, qué original!
    Es un cuento para leer varias veces, con varias capas de complejidad. Creás un mundo extraño, diría surrealista, que me retrotrae a textos norteamericanos complejos de los años 60, aunque no me pidas ejemplos. Diálogos imposibles, no creíbles pero al mismo tiempo verosímiles, con personaje, el del portero, que no le hace la vida fácil a su interlocutor. Me gustó de un modo extraño en el buen sentido, lo disfruté muchísimo!! Saludos!!

    Escrito el 2 abril 2015 a las 22:38

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