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LA RADIO - por MAGDALENA

LA RADIO

Paseaba por la feria de una pequeña ciudad un soleado y radiante día de primavera, estaba cansada de caminar porque llevaba recorridos casi todos los puestos repletos de ropa usada, antigüedades, libros de segunda mano, juguetes, bolsos de cuero, joyas antiguas cuando uno me llamó especialmente la atención, era un puesto situado al final de una calle sin salida, casi escondido, quizá mucha gente lo pasara por alto por lo escondido, que vendía radios antiguas. Sentí curiosidad y me acerqué. Había infinidad de ellas, amontonadas, algunas aparentemente nuevas, otras estropeadas, algunas rotas, sin mandos, llenas de polvo, desde los principios de la radio hasta las más actuales, cuando de pronto me quede traspuesta. ¡Era aquella….! La conocía…, era la radio que tenía mi abuela en su casa.- ¿Cómo ha llegado a parar aquí?-
Cada día al salir del colegio corría, cartera al hombre, hacia la casa de mi abuela, ella solícita me esperaba en el portal de su casa, con el delantal arremangado y las manos todavía húmedas de sus quehaceres domésticos, su moño recogido con horquillas con algún bucle ya canoso caído encima de la frente que le aportaba romanticismo a su aspecto, con mi merienda preparada con dos rebanadas de pan untadas con alguna sus mermeladas de frutas hechas por ella misma y guardadas en tarros de cristal en la alacena de la cocina. Me daba un beso y juntas subíamos hacia su casa mientras yo le iba contando lo que había aprendido en el colegio, ella me escuchaba con atención y dulzura. Al llegar a su casa y como si se tratara de un ritual, me dirigía hacia su radio – aquella radio- por la que sentía una especial fascinación, cogía con cada una de mis manos los dos interruptores que se asemejaban a una rueda e iba cambiando de sintonía a toda velocidad para ver la aguja correr de izquierda a derecha y viceversa, y así una y otra vez, hasta que venía mi abuela y sintonizaba “Ama Rosa” que escuchaba haciendo ganchillo.
Recordé claramente aquél día cuando a mitad de la noche me levanté y la encontré escuchando una emisora de radio muy rara y casi imperceptible, a hurtadillas y de su rostro brotaban unas lágrimas imposibles de contener que poco a poco iba secando con su pañuelo de hilo con las iniciales de nombre bordadas. Al verla regresé sigilosa a la cama sin decir nada. Al día siguiente pasó lo mismo y al siguiente y al siguiente hasta que un día me acerque hacia ella y le pregunté ¿Qué haces abuela? Ella sobresaltada, me dijo: – vete a la cama en seguida- tú no puedes escuchar esas cosas…y…. ¡calla…! ¡No digas jamás que por las noches escucho la radio!
Yo sabía que no me decía la verdad, que algo ocurría; pero obedecí.
Un frío y lluvioso día de invierno al levantarme para ir al colegio encontré a mi abuela al lado de la radio revolviéndose destrozada, llorando, esta noche no se había acostado, escuchó la radio hasta el amanecer, hasta saber la noticia. No lograba entenderlo, no podía superarlo, era inútil- no era capaz de sobreponerse al dolor-. Repetía una y otra vez lo escuchado en la radio, no había equivocación posible. ¿Por qué Dios la castigaba así…? No comprendía los designios divinos, tampoco los aceptaba. Ya no tenía fuerzas para luchar. Yo la observaba a lo lejos, temía por su salud. Quería estar sola, en silencio, a solas con su dolor. No valía la pena seguir viviendo… no deseaba seguir viviendo…
Después de todo aquello quedó seriamente surcado su corazón y tuvo que encarar la vida sola. Aquella emisora de radio nocturna, misteriosa, casi imperceptible y con multitud de interferencias trajo aquella mala noticia.

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1 comentario

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    Magdalena, a través de la radio he tenido la oportunidad, como tu abuela, de escuchar alguna noticia que me anuncia una calamidad. Así es la vida.
    Tu historia posee un poco de todo: un bazar, evocación, un secreto, una tragedia. Espero que otros compañeros disfruten tu historia y la comenten. Hasta pronto. Saludos.

    Escrito el 1 abril 2015 a las 03:29

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