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El vuelo - por M T Andrade

Milton era un vago, sea por la causa que fuere, porque era el mayor de muchos hermanos de una familia pobre, porque su padrastro se ocupaba solo de sus propios hijos, y su madre, aunque hacía lo que podía, no daba abasto para atenderlos, o sea porque finalmente, terminó de criarse con unos tíos ancianos.
El estudio no era lo suyo y el trabajo menos. Algún trabajo temporario, pero que no fuera duradero, algo entre el futbol y la murga, nada que obligara, nada que le exigiera demasiado.
Finalmente como inútil que era, comenzó a trabajar como ayudante en la base aérea. Ahí le fueron asignadas diversas tareas, desde pelar papas hasta ayudar en la limpieza y desarme de alguna máquina. Siempre pasando por el barrido y limpieza que consistían en sus tareas permanentes.
De manera rápida, y a pesar de su desfachatez, o debido a ella, aprendió el rigor del orden y de la disciplina. Charlatán, locuaz, cantor y medio músico, tuvo que pasear su mirada siempre por el piso.
Sin embargo, siempre hubo un momento en el que miró hacia arriba, fue al escuchar el sonido de los ruidosos y antiguos aviones de combate, que usaban los pilotos para acumular horas de vuelo.
Siempre en tierra, sobre la pista, se había sentado, tantas veces, algunos minutos, frente a los controles de los aviones, que ya entendía como pilotearlos.
Un día, al encender la radio, se enteró de que había llegado, para tareas de entrenamiento, un enorme aeroplano, con cuatro turborreactores. Cuánto le apetecía poder subir al avión. Este había venido solamente por algunos días.
Durante dos días vio como se había elevado pesadamente pero con majestuosidad, yendo y viniendo.
Al tercer día vio una oportunidad, el vuelo del avión estaba retrasado, había pasado la hora de despegue porque se esperaba la llegada de un piloto. Subió las escaleras y miró desde el borde, hacia adentro, no había nadie en el pasillo, todos los ocupantes estaban sentados conversando entre ellos en voz alta, se oían voces altas y risas.
Se sentó en el primer asiento libre que encontró. Se acurrucó contra la ventanilla, tratando de llamar la atención lo menos posible y miró hacia afuera a sus compañeros de fajina, bajos, pequeños y alejados. Ya se sentía en el aire.
– Este vuelo es solo para el personal superior. Escuchó la voz del capitán que acababa de subir, mientras le señalaba la puerta, aún abierta.
Otra vez, se había quedado en tierra, sin despegar.
Bajó lentamente, rezongando e insultando al mundo entero y fue a unirse con sus compañeros, a observar desde abajo.
Unos minutos después el avión se elevó, carreteó lentamente, como lo había hecho los días anteriores, luego fue acelerando y se elevó sobre el final de la pista. Los primeros metros, voló casi sobre los árboles y luego se elevó rápidamente. Lo vio desaparecer siguiendo la línea de la costa, como veía siempre los aviones de combate alejarse. Lo vio volver, poco tiempo después, con los movimientos propios de un avión más pequeño.
– Éstos están locos. Pensó.
El avión se acercó peligrosamente al suelo, voló por unos metros al ras del piso y terminó en una terrible explosión que hizo temblar la pared y los vidrios de la sala que estaba detrás de él. Las llamaradas fueron enormes.
La sorpresa y angustia se apoderaron inmediatamente de él y de todos los que estaban allí y de los que desde lejos habían contemplado el vuelo.
Al día siguiente, terminada la inspección y obedeciendo la orden impartida, bajaron él y sus compañeros del camión que los había llevado al lugar del desastre y vio lo que quedaba de la aeronave, pedazos de lata negra, dobladas, chatarra aun humeante. Curiosamente algunos asientos estaban casi intactos. Pronto emprendieron la horripilante tarea de embolsar los cadáveres. En cada bolsa fueron poniendo lo que pudieron, la mano de uno, el brazo de otro, una bota con un pie dentro. Miraron lo menos posible, pero no olvidarían fácilmente la visión de esa carnicería, afortunadamente no había rostros reconocibles.
Tiró y tiró de una mano, no podía moverla, la mano milagrosamente estaba unida a un cuerpo quemado, pero casi entero, tomó el brazo y tiró más fuerte, logró mover el cuerpo. ¿Cómo haría para ponerlo en la bolsa? Se preguntó mientras trataba de arrastrarlo. Gritó a sus compañeros.
– Ayúdenme que éste pesa mucho.
Y volvió a gritar más fuerte
– Está vivo.

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2 comentarios

  1. 1. Kenoa Gessle dice:

    Me gusto mucho la historia. Lo que si sentí precipitado el final. Algún que otro indicio más antes del grito de que estaba vivo me hubiera gustado, pero me imagino que se debe al limite de extensión del texto. Te felicito

    Escrito el 31 marzo 2015 a las 18:52
  2. 2. Awwshas dice:

    Bueno, por empezar me gustó mucho la historia, quizás sea por la coincidencia de que en mi propio relato de este mes hablé de aviones y accidentes…(por cierto, si lo quieres leer se titulo “El piloto”). Se ve que a ambos nos va eso de la tragedia desmedida… Amé las palabras que elegiste para describir al protagonista! me encantó, necesitaría alguna clase tuya para aprender a describir así a mis personajes…y a mi sí me gustó el final, después de todo hubo algo de felicidad en tanto drama.
    Que tengas un buen día, tarde o noche! 🙂

    Escrito el 31 marzo 2015 a las 20:04

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