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Culpa de mediados de siglo - por Gibran Jalil

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La radio estaba encendida, y la música aún se difundía tenuemente en medio del silencio de voces y risas en la sala, supliendo el sonido de las hojas del periódico, que ahora ya no estaba en el aire. No fueron nuestros días, y sin embargo aún se percibe la culpa, y el eco de aquellas noticias que a nuestra República llevaron a la guerra.

Otro ruido, distante y de menor importancia, zumbaba en los oídos del abuelo de mi madre. El teléfono. Se dio cuenta de que si bien, no era el único de los dos que reconocía el sonido, entonces sólo a él le importaba un poco quien estuviera del otro lado de la línea. Sin embargo no era momento para atender, así que no se movió. De todas formas ninguna palabra lograba salir de su boca.

—¿Por eso dejarás la marina?— le preguntó Marco, un amigo, uno que conoció  ahí en Inglaterra un par de días antes. Su compañero de casa en uno de sus últimos viajes, con quien mantuvo amistad hasta que éste falleció.

—Así es. No puedo dejar sola a mi madre. No quiero que pierda a sus tres hijos por la misma fuerza armada.

Marco sólo se limitaba a mirarlo y suspirar, como deseando poder decir o hacer algo que lo hiciera sentir mejor. Pero así es la culpa: nunca te deja sentirte mejor.
—Aún era joven, pero entusiasta para la patria y la mar. Yo decidí ir con mi hermano mayor a la costa, impulsando a que ambos se quedaran en ese puerto. Un día que él estaba de servicio, ya era tarde y aún no estábamos listos. Cuando llegamos a la parada del camión, este ya había salido. Esto haría que mi hermano se quedara en casa, pero yo insistí a que regresáramos y lo lleváramos al puerto en auto, y así hicimos. Ese día corrimos de un lado a otro sin saber que nos apresurábamos a subirlo a un navío que no regresaría nunca. Cuando escuchamos en la radio que el Potrero del Llano había sido atacado y hundido por alemanes, sólo pude pensar en que por mí, él se fue, y que para empezar, por mí estábamos en ese puerto.

Marco negó esto último con la cabeza y susurró con un nudo en la garganta "no". Hubo un largo silencio en la sala, y finalmente el marino continuó.

—Mi otro hermano ahora tampoco está, por una infección que adquirió en la última nave en la que viajó. Mi madre no soportaría otra muerte.

La última vez que escuché la historia de labios de mi bisabuelo, fue imposible no notar que no sólo llevaba en su lúcida memoria un gran número de viajes alrededor del mundo, los acontecimientos de su país y del mundo narrados a través del periódico, los nombres de toda su descendencia en orden por edades, la historia de su tatarabuelo trayendo nuestro apellido escocés a América, comenzando por un lugar en Estados Unidos que también lleva el apellido. No importa cuánto le dijeras, Alberto Pawling cargaría con la misma culpa hasta pocos días antes de partir, y yo estaba presente cuando le fue sustituida. Así que estoy seguro de esto: sólo algo mayor, sólo algo del Cielo quita la culpa. El perdón.

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3 comentarios

  1. 1. beba dice:

    Hola:
    Tu historia es muy emotiva; y el desenlace muy cierto y oportuno.
    Creo que tendrías que trabajar más la introducción, que aparece medio “suelta”; incluyo ese teléfono que suena y no se sabe para qué.
    Tal vez debas fijarte en la puntuación del diálogo, y el uso de mayúsculas con los signos de expresión.
    Adelante. Saludos.

    Escrito el 30 marzo 2015 a las 02:26
  2. 2. Luis Ponce dice:

    Gibran, un relato que llega a las fibras mas profundas. La vida es dura, para unos mas, para otros menos, pero así es. Deberías cuidar un poco detalles como:”te deja sentirte”, el te se refiere al mismo sujeto.
    Saludos.

    Escrito el 31 marzo 2015 a las 22:47
  3. 3. Leonardo Ossa dice:

    Hola Gibran, ya te han hecho algunos comentarios con los aspectos que debes mejorar. Es bueno mirar las puntos señalados y corregirlos. Espero seguir leyendo tus historias. Hasta pronto.
    Saludos.

    Escrito el 10 abril 2015 a las 19:41

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