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Aventura en el desierto - por Ana de Lucena

Aquel día en el desierto resultó más asfixiante que ningún otro. El calor era insoportable, pues el sol abrasador se cernía sobre nosotros como si fuera a engullirnos de una ardiente bocanada. Mis compañeros y yo estábamos exhaustos y sedientos; solo los camellos resistían impasibles ante la mirada atenta del disco solar.

Después de haber descansado y tras reunir las últimas fuerzas que nos quedaban, decidimos con valor y determinación emprender el camino de regreso a Bagdad, con la esperanza de encontrar un oasis que procurase alivio a nuestros cansados cuerpos. El viaje parecía interminable, puesto que en nuestro horizonte solo se vislumbraban enormes bancos de arena; en ocasiones, plagados de agujeros donde anidaban víboras y escorpiones, a los que nos enfrentamos como pudimos. La situación comenzaba a adquirir un tono dramático, casi insostenible; nuestra vida se encontraba amenazada, en especial la de Pedro, a quien una víbora le había mordido en la pierna derecha y apenas podía caminar.

Sin embargo, cuando ya lo habíamos dado todo por perdido, escuchamos el ruido de una radio no muy lejana; este eco parecía perderse en la suave brisa que se había levantado, la cual en cierto modo mejoró nuestras expectativas. Tras acomodar a Pedro y a los demás junto a unos arbustos, Luis y yo nos dirigimos hacia donde escuchamos las ondas radiofónicas, aunque no lo entendíamos todo. Después de bajar algunas dunas, divisamos una gran jaima, ricamente adornada, repleta de comida y agua, en la que unos beduinos departían amistosamente mientras tomaban un té y escuchaban la radio.

Enseguida les hicimos señas y gestos, pero cuando nos vieron, empuñaron sus fusiles, pues seguramente pensaron que éramos bandidos, dado que nuestro aspecto dejaba que desear. Con las manos en alto, intenté comunicarme en el poco árabe que recordaba. Entonces, bajaron las armas y se acercaron sigilosamente.

Para nuestra sorpresa, uno de ellos se dirigió a mí, primero en árabe y a continuación en un dudoso castellano. En ese instante, les contamos nuestro periplo tras la expedición científica realizada con el objeto de estudiar la resistencia del hombre ante la adversidad y decidieron ayudarnos gustosamente. Así pues, ensillaron sus camellos para acompañarnos a buscar a nuestros amigos.

Cuando llegamos, estaban casi muertos, sin embargo, Pedro aún daba algunos coletazos, pero le quedaba poco tiempo. Entonces, les dimos agua y les transportamos a su tienda. Una vez allí, les tendieron en las mullidas alfombras y después de calmar las principales necesidades, les curaron con todo tipo de ungüentos aromáticos, tisanas humeantes, vendas perfumadas y frascos de vapores exquisitos, al tiempo que una música suave y adormecedora sonaba en la radio.

Unos días después, todos estábamos totalmente restablecidos. Por lo tanto, les dimos las gracias de manera efusiva y proseguimos nuestro camino a Bagdad bien provistos de ricas viandas.
Pero antes de partir, insistimos en que nos acompañaran para así poder corresponderles cuando estuviéramos en la ciudad. A pesar de nuestro esfuerzo, fue en vano. Nos respondieron amablemente con una cálida sonrisa y continuaron escuchando la radio mientras bebían té con menta y fumaban de sus narguiles.
Antes de irnos, el líder, el que conocía el castellano, nos entregó un amuleto con símbolos árabes. A través de lo que pude entender, dijo que nos ayudaría y que pronto nos veríamos.

Tras diversas horas de una larga caminata, avistamos la ciudad y vimos asombrados que nuestras mujeres salían a nuestro encuentro, pues estaban preocupadas por la tardanza. De esta manera y con el pecho henchido de alegría, corrimos a abrazarlas. Y mientras nos aproximábamos a nuestras casas, les contamos la terrible aventura vivida y cómo salimos sanos y salvos de ella. Cuando la oyeron, sus caras cambiaron por completo; empezaron a adquirir un rictus de extrañeza e incredulidad. Entonces nos contaron que habíamos desaparecido unas horas, no días enteros como pensábamos, y que nadie de semejantes características habitaba en el desierto. No podíamos creerlo, realmente lo habíamos sentido; el talismán era la prueba, pero no lo reconocieron.

Algunos días más tarde, nos reunimos en la fuente de la plaza central y mientras charlábamos amistosamente, como aquellos beduinos, oímos una radio. Fue entonces cuando observamos el reflejo del talismán en la pared del mercado. Aunque estaban allí, no logramos verles. Según los sabios y antiguas leyendas de los pueblos islámicos, los espíritus del desierto estaban en deuda con nosotros. Algún día se la cobrarían, y si no respondíamos de buen grado, una gran desgracia caería sobre nosotros evitando así la entrada en el en paraíso de Alá.

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4 comentarios

  1. 1. grace05 dice:

    Hola Ana. Me gustó mucho tu relato. Esta muy bien escrito, tus descripciones del ambiente y la situación de desesperanza de los viajeros fueron imágenes que pude ver mientras avanzaba en la lectura. Me sorprendió el giro final ya que termina envolviendo todo el texto en el misterio y la magia de los espíritus “salvadores”.
    ¡ Muy buen trabajo!!!!!
    Te invito a comentar 114

    Escrito el 30 marzo 2015 a las 21:57
  2. 2. beba dice:

    Un relato agradable y muy bien construido. Sorprendente el argumento. Muy buenas imágenes.
    Adelante.

    Escrito el 31 marzo 2015 a las 01:18
  3. 3. Leonardo Ossa dice:

    Ana, definitivamente cualquier lenguaje es una puerta que nos permite acceder a una cultura. Me alegra haber leído tu texto, ya que a través de él me he transportado a un ambiente muy distinto al mío. De hecho, mi relato tiene como fondo un territorio completamente opuesto al que nos presentas con tus palabras. Mientras en tu historia hablas del rigor del desierto, yo escribo de la exuberante selva.
    Volveré a leerte. Saludos.

    Escrito el 31 marzo 2015 a las 21:07
  4. 4. Ana de Lucena dice:

    Gracias compañeros, pero creo que exageráis. En cuanto tenga tiempo, leeré los demás, pues la oposición me absorbe demasiado.
    Espero que os guste “La maldición”.
    Estoy aprendiendo mucho con todos vosotros. Saludos.

    Escrito el 15 abril 2015 a las 21:34

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