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ESTÁTICA - por Trescatorce

Web: http://www.trescatorcedreams.blogspot.com

Apagó la radio, cansada de escuchar sólo estática. Llevaba manipulando los mandos del viejo aparato desde que la televisión dejó de emitir, y se quedaron aislados, huérfanos de noticias.
Suerte habían tenido que estaban visitando a la abuela cuando estalló todo. La casa, en un pueblo pequeño, era antigua, de muros anchos, y bien aislada. La anciana siempre había sido un poco paranoica y se empeñó en convertir su morada en un pequeño fortín. Con terreno detrás, bien aislado por muros altos coronados con alambre de espino, pese a estar prohibido, donde trabajaba un huerto bien surtido. Nunca se fio de lo que vendían en los supermercados. Su paranoia había resultado su salvación, y de paso, la de su hija y sus nietos.
Todo había sido muy confuso, y aún ahora la adolescente no tenía muy claro qué es lo que había ocurrido. Llevaban en el pueblo unos cinco días, pronto volverían a la capital. Ella contaba los días, se aburría mortalmente. No había gente de su edad, ni internet, ni nada interesante que hacer, aparte de ayudar a su abuela en el huerto, lo que le dejaba las uñas destrozadas. Los adultos solo sabían hablar de la crisis, y de que el pueblo se estaba yendo a la ruina, ningún joven se quedaba. A ella no le extrañaba en absoluto. Pero un día dejaron de hablar de la crisis. Los ceños empezaron a fruncirse, las conversaciones pasaron a susurrarse y a cortarse cuando se acercaba algún niño, incluida ella. No le interesaba el mundo de los adultos, pero que la metieran en el saco de los infantes cuando ya tenía casi dieciséis años le indignaba mucho. Muchísimo.
El sexto día notó que faltaba mucha gente en la cola del pan, y los ojos del panadero miraban con miedo a su alrededor. El séptimo su madre no la dejó salir de casa. Se plantó frente a ella y a su abuela y exigió una explicación. Ambas se encogieron de hombros, apesadumbradas, y la invitaron a sentarse con ellas frente al televisor. También llamaron a su hermano, que sin haber cumplido los once sí que era un crío. Si le hacían partícipe a él también seguro que la cosa era seria.
En la tele todo era caos. Primero parecía una explosión en una central nuclear, que había causado una fuga de radiación que afectaba a la población de manera nunca antes vista. En otro canal la explosión había sido en un laboratorio hasta entonces secreto del ejército, que había liberado un virus mortal. Pero la peor imagen llegó a las tres horas. Un enfermo había atacado a un cámara en plena calle. Las imágenes eran muy confusas, el cámara había salido corriendo, pero sin dejar de grabar, por lo que no había un solo fotograma que no estuviera movido. Sin embargo el canal escogió la menos borrosa para congelarla. Mostraba a un ser, que podría haber sido un hombre, ya que conservaba un traje de chaqueta con corbata, pero que ahora no se le reconocía casi como humano. Pálido, con la piel colgando y la boca abierta repleta de dientes puntiagudos.
Nadie sabía qué causaba el virus. Los platós de televisión se llenaron de expertos que hacían sus propias especulaciones, pero ninguno de ellos hablaba con certeza. Al cabo de dos días los programas escasearon, hasta que, el tercer día, hubo apagón televisivo.
Fue su abuela quien tomó las riendas. Despertó del letargo en el que estaban los cuatro, apabullados e incrédulos, con la impresión de que vivían una película de serie B. Lo primero que hizo fue sacar la escopeta de caza que había pertenecido al abuelo. Por temas sentimentales la había mantenido limpia y a punto. Después, los organizó a todos. Su madre y su hermano pequeño se quedarían en casa cerrando los pocos puntos vulnerables que tenían. A ella le tocó acompañar a la anciana a por víveres, munición para la escopeta y alambrada.
Cuando volvieron con lo que encontraron, se les prohibió salir de casa. Empezaron las obras para cubrir el patio con valla también por arriba, y a ella le encargaron ocuparse de la radio. Buscar pacientemente emisoras en activo para estar al tanto de lo que ocurría fuera.
Aún no habían visto ningún infectado, pero los habían escuchado fuera, alimentándose de lo que esperaban fueran animales.
Ella seguía escuchando la radio, buscando voces humanas, voces amigas. Después de un mes ya no encontró ninguna. La esperanza moría con la banda sonora de la estática.

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3 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    Trescatorce tu relato coincide con algún pensamiento recurrente que me llegaba en algunas oportunidades, cuando viviendo en un sitio muy apartado, simplemente me imaginaba que todos allá afuera habían desaparecido, excepto la “banda sonora de la estática”
    un saludo.

    Escrito el 1 abril 2015 a las 04:37
  2. 2. Anoide dice:

    Una pena que este relato no tenga más comentarios. Me parece que está bastante bien, solo que tiene pinta de ser la introducción a algo más grande. No sé si es tu intención continuar escribiendo acerca de ello, pero creo que te puede dar para elaborar algo más largo.

    Has estructurado bien la información; vas soltando detalles para enganchar al lector y que se quede a ver qué pasa al final. A pesar de que es previsible porque el tema está un poco manido últimamente, si se trata bien aún resulta agradable de leer.

    Un saludo.

    Escrito el 3 abril 2015 a las 18:48
  3. 3. T.Arevalo dice:

    Felicidades, T.me ha gustado mucho.Siempre me han atraído las historias de corte apocalíptico y esta es buena.Me quedan ganas de saber más sobre los personajes, sobre el virus y los contagiados.
    Además se da la circunstancia de que mi relato tiene una temática similar.Te invito a que lo leas.
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-24/2942

    Escrito el 8 abril 2015 a las 19:19

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