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La emisora del silencio - por Zigor Igartua

– No puedo hacerlo.
Las palabras, entonadas con voz grave, rebotan contra las paredes de la habitación cerrada. Van perdiendo su fuerza al escurrirse entre las láminas de los estores que apenas dejan pasar la luz del día, caen sobre la mesa de reuniones, sillas y armarios, se estiran para alcanzar todos los rincones de la sala. Todo queda cubierto por una sábana de desánimo e impotencia.
– TIENES que hacerlo.
La frase pretende que la razón se sobreponga a la emoción. Da igual que no se quiera, que se tenga miedo o se sienta una angustia paralizante. Hay que hacerlo, alguien tiene que hacerlo, y aquel sobre el que recaiga la responsabilidad no va a tener más remedio que ejecutar la tan indeseada acción.
– Aquí tienes su número de teléfono. Llámala, dile quien eres, y cuéntale lo que ha sucedido.
– ¿Y qué quieres que le diga? – la voz grave suena vehemente – Buenas tardes señora, soy el jefe de su hijo, llamo para decirle que la hemos cagado y no le va a volver a ver jamás con vida – el sarcasmo le acrecienta el dolor y sentimiento de culpabilidad y se echa las manos a la frente, tanto para sujetar la cabeza como para cubrir el rostro.
Un agudo silencio se adueña de la sala. A la mente de los dos ocupantes de la misma vienen los acontecimientos recién sucedidos, en forma de imágenes punzantes, dolorosas, formando los recuerdos que les acompañarán por el resto de sus vidas. La puerta de la casa desplomándose derribada por la maza. El robot artificiero entrando y registrando cada una de las habitaciones. El barroco vacío de las paredes. Olor a frío y gris metalizado. Tres destornilladores estrella, dos de cabeza plana, cable enrollado; objetos alineados geométricamente. Un estruendo. Nube de polvo. Zumbido. Restos. Restos humanos.
Ojos clavados en la nada. Imágenes grabadas a fuego.
Un largo pero sutil suspiro rompe el sepulcral silencio y vaticina un nuevo intento por controlar el sentimiento de abatimiento.
– Yo no creo que la hayamos cagado. Hemos aplicado a rajatabla el procedimiento establecido. Sólo hemos bajado la guardia cuando estábamos seguros de que la casa estaba limpia.
– Pero no lo estaba.
– No, no lo estaba, pero eso no quiere decir que la hayamos cagado. Ese hijo de puta nos la ha jugado bien jugada, nos la ha jugado como nadie, pero no, no la hemos cagado. Le cogeremos, y pagará por lo que ha hecho. Le cogeremos.
Los ojos clavados en la nada vuelven a enfocar la realidad. El silencio acompaña su movimiento ascendente, se fijan en el semblante de su interlocutor.
– Hablas en plural.
– Yo también estaba allí, ¿recuerdas? Yo también he perdido un compañero. Yo también siento rabia. Yo también tengo sed de venganza.
– Ya. Pero no has sido tú el que le ha pedido que encienda la radio, para oír cómo iba el partido.
El ensordecedor silencio vuelve a adueñarse de la sala, hiriente. Ojos clavados en la nada, en el humo de polvo, en el zumbido, en el rojo de la sangre sobre el gris del polvo, en el brazo mutilado, en las vísceras. Un alma en duelo abandona el cuerpo a su suerte.

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2 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    Hola Zigor Igartua. Presentas una escena en donde predomina la confusión por un hecho inesperado. Esa confusión logra llegar hasta mí.
    Un saludo.

    Escrito el 1 abril 2015 a las 03:17
  2. 2. beba dice:

    Hola.
    Una excelente historia. Buen suspenso; buen ritmo. Y excelente desempeño gramatical.
    Saludos.

    Escrito el 4 abril 2015 a las 00:55

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