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La Maldición - por Carolina Phillips

llevaba buscando más de una hora entre los recovecos de la vieja casa, pero no encontraba más que libros viejos y polillas muertas. No llevaba desocupada más de una semana y ya el polvo la estaba reclamando desvergonzadamente, pero él no se fijaba, respiraba la humedad y hacía crujir las tablas del suelo cada dos o tres pasos, trastornado.

Durante el funeral se mostró inquieto y distraído al punto de que, si hubiera tenido seres queridos, éstos se habrían preocupado profundamente por su estado, y se habrían preguntado quizá si era seguro dejarlo solo, pero no tenía seres queridos, su única familia acababa de morir y la vieja diabla le había dejado la casa que se caía a pedazos, la casa en que él creció, la casa de la que lo sacaron a la fuerza cuando su madre lo encontró tratando de robarse los licores finos.

El tiempo que estuvo internado fue el infierno, lo trataban como a un imbécil, como si no fuera capaz de controlarse, le preguntaron hace cuánto había empezado a beber, le hicieron todos los exámenes médicos que se había saltado en 20 años y lo hicieron hablar, hablar y hablar, que su infancia, que sus temores, que sus proyectos para el futuro, pero en su mente siempre estaba lo mismo, el único proyecto importante.

Dos meses y medio después de salir del complejo había perdido el trabajo que le consiguieron y estaba viviendo en la calle, no lograba entender cómo un hombre bueno como él tenía tantos problemas para mantenerse a flote, dos noches seguidas estuvo todo el día sin una humilde gota y se hartó, una semana después estaba trabajando en tareas pesadas y mal pagadas que se conseguían sin antecedentes ni ropa limpia en la municipalidad.

Lo echaron pronto, porque no llegaba nunca sobrio, perdió dos más consecutivamente, además de la pieza en la que estaba viviendo y de los privilegios de comer y ducharse todos los días, pero no sentía desesperanza, porque no sentía mucho más que la necesidad de saber que el día siguiente también podría llevarse su licorera a los labios.

Despertó en una cama de hospital con bolsas llenas de líquido conectadas a sus brazos. Escuchó que lo habían encontrado en la calle, escuchó que ahora estaba estabilizado pero su situación era crítica, escuchó que tenía que hacer un cambio o moriría, escuchó que no estaría solo, escuchó que era su decisión. escuchó luego su propia voz diciendo que alguien lo ayudara, que por favor alguien lo ayudara. Lloró toda la noche y al otro día estaba viviendo en un edificio blanco lleno de gente como él, desesperada por salir y porque no se lo permitieran.
Llevaba sobrio tres años y dos viviendo por su cuenta cuando le avisaron de la muerte de su madre, lo vieron conmoverse, lo vieron perturbarse, lo oyeron excusarse y le dieron las condolencias antes de verlo partir a su ciudad natal.

A su llegada, desconocidos muy afectados le hicieron saber que pidiera lo que necesitara, le fue entregada una carta escrita por su madre años atrás, quizá cuando se resignó a la idea de que él no volvería. Pero él no tenía tiempo para sentimentalismos, tenía que ir a la casa, a su casa.
La carta nunca fue leída, estaba llena de violencia e insultos, ella lo acusaba de ser una maldición, de haber roto la familia, de ser responsable por la partida del padre y de la hermana, por haberla dejado a ella en la ruina y por haberlos separado a todos, qué cómo podía haber hecho eso, que si sentía placer, si disfrutaba su malicia, su vileza.

El vil encuentra finalmente el cofre y lo abre como si no hubiera pasado ni un día, su único pensamiento vital, los licores finos, frente a él, mucho menos impresionantes de lo que los recordara. Siempre ha pensado, quizá ingenuamente, que si los destroza y se deshace de la casa va a ser libre al fin, va a ser nuevo, la cabeza le da vueltas y se le aprieta el estómago, sabe que está cerca, tan cerca de acabar con la tortura, a pesar de que todo lo que ha sido y todo lo que es, todo su cuerpo le pide lo mismo, toma el cuello de la desgraciada más próxima y se echa a reír, se convence de que es un momento importante, digno de celebrar con un manjar negado hace tanto tiempo, pero con moderación, porque quiere acordarse de todo.

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2 comentarios

  1. Hola Carolina
    Me parece intrigante tu relato. Me mantuvo pegado de la silla y del monitor, ansioso por saber que pasaba. El personaje me parece muy realista y muy bien construido, con sus altas y bajas ademas del punto en que toca fondo para luego elevarse y mantenerse sobrio por tres años. El final me pareció algo raro, por lo menos en cuanto a la carta se refiere pero en parte me parecio algo adecuado en la cuestion de que el personaje no ve las bebidas de una forma impresionante como antes lo hacia. Aunque es preocupante que vuelva a recaer.
    De todos modos, me gustó mucho tu relato y la tematica del mismo. Creo que las bebidas alcoholicas pueden llegar a ser una maldición para muchos.
    Felicitaciones y saludos.

    Escrito el 30 abril 2015 a las 15:15
  2. 2. Leonardo Ossa dice:

    Carolina, pienso de una manera similar a Ryan. Allí veo dos maldiciones, una es la que lleva el hombre en sí, mientras la otra maldición es la del licor. Viendo la situación de esa manera, caigo en cuenta que cotidianamente vamos transitando entre tanta gente, con vivencias, que pueden ser consideradas maldiciones.
    El cambio de actitud en el hombre después de la muerte de su madre, hace que la esperanza que teníamos de ver un hombre recuperado, también se diluya. Me parece que nos has presentado bien ese cuadro. La imagen de la escena es clara.
    Saludos.

    Escrito el 1 mayo 2015 a las 17:20

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