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La maldición. - por RequenaMenendez

El autor/a de este texto es menor de edad

Agonía. Ese dulce sentimiento que describe mi último momento de vida. Un momento en el que, el saber que me voy a ir, es lo más bonito que sentí durante toda esa noche.

Ese día, mamá no subía a arroparme. Ya era lo suficientemente mayor como para irme a dormir sola, pero ella insistía en hacerlo todas las noches. Su instinto de madre sobreprotectora no le permitía ver que su princesa de la boca de fresa ya tenía ocho años. Aunque yo, por otra parte, se lo agradecía. Era uno de los pocos momentos del día que compartía con ella. Ese dichoso trabajo siempre la tenía absorbida. Venía exhausta, pero siempre le sobraba energía para taparme y encender la lámpara de noche, para que pudiera leer un cuento, hasta quedarme dormida. Una vez dormitando me hallaba, me daba un cálido beso en la mejilla y me apagaba la luz, sin que me diera cuenta. O eso es lo que ella creía.

Pero esa noche no iba a ser como las de siempre.

Cuando vi a papá entrar en mi habitación, como mamá se retrasaba, le pregunté dónde estaba. Él me dijo que esa noche no iba a venir, que estaba atareada; como siempre lo estaba; y que me iba a arropar él. Para mi agrado, vi que trajo consigo un vaso de leche. Dijo que era muy tarde, y que no había tiempo para que leyera esa noche, porque si no, al día siguente no me podría levantar. -Y tanto que no me levanté -. Me prometió que ese día leería más, ya que era viernes y me podía acostar un poco más tarde. Y la ingenua de mí se lo tragó.
Extrañada porque mamá faltara a su compromiso, dejé que fuera él quien me despidiera el día. -Quién iba a decirme esa iba a ser mi última despedida -. Tenía un método diferente. Primero me daba el vaso de leche. Mientras lo bebía, dispuso sus labios en mi frente un tiempo considerablemente largo. Cuando me lo acabé, me dispuse a devolvérselo y él lo dejó en la mesa de noche. Acabó de cubrirme con mi manta rosa favorita, cogió el vaso y me deseó una feliz noche. En realidad, lo que quería desearme era una feliz última noche. Y el hecho de que fuera “feliz” se podría discutir.

Lo único que recuerdo de lo que vino a continuación fueron las llamas, el calor, los gritos de agonía de mamá, mientras veía a aquel hombre que me dio las buenas noches huir por la ventana. Se alejaba a toda prisa con su Ford de color rojo. Un rojo igual de vivo que las llamas que, poco a poco, consumían mi cuerpo.
Vi cómo mucha gente asistía al a nuestro funeral. No noté sentimientos muy lejanos al dolor, a la angustia o a la tristeza. Pero bueno, es lo normal cuando vienes a despedir un cuerpo difunto. Y más si es uno que se fue relativamente pronto.

Pero no todo fueron penurias, desde que nuestro castillo fue calcinado, aguardaba pacientemente el retorno de papá. Un retorno que, fuera debido a lo que fuese, lo atrajera hacia su muerte. Y así fue.

Qué momento más dulce fue aquel. En el que cerré las puertas para que no escapara, pude saborear su angustia. Esas llamadas inútiles pidiendo ayuda después de comenzar a arrojarle los primeros objetos supervivientes al incendio. Qué asustado estaba. Por una parte lo comprendo. Que algo que no ves empiece a atacarte sin motivo alguno, puede que asuste un poco, pero, por mi parte y por la de mamá, está justificado.

El instante más melifluo fue cuando conseguí acabar con su vida. De la misma manera en la que él lo hizo con la mía: con brasas. Pero mi método fue mejor, ya que él no pudo cubrirnos de gasolina.

También recuerdo el rostro asustadizo de aquel vagabundo que vino a refugiarse de una tormenta, por accidente, al ver el cadáver expuesto a la intemperie, atado en cada extremidad, con las entrañas al aire, exponiendo las mortales quemaduras que vivió momentos antes de dejar este mundo. Casi me daba pena cuando, cayó una estantería encima de su cabeza, por accidente. Pero todo aquel que ose invadir este hogar, debe ser digno de lo que le espera: la muerte. Y le aseguro no será una discreta. Porque todo aquel que se venga a salvar a papá, deberá pasar, antes, por encima de mi cadáver. Y le aseguro que no será fácil.

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2 comentarios

  1. 1. beba dice:

    Hola, Requena.
    Fui uno de tus comentaristas.
    El argumento, fantástico; la idea de una muerta esperando vengarse de un padre que -no lo dudo – estaba loco. Muy buenas imágenes: el auto rojo como las llamas; la muerta asistiendo a su entierro…Muy fuerte, para se4r de una persona muy joven.

    Algunas observaciones:
    “no todo fueron penurias”: ¿cuáles fueron las bondades?
    “Porque todo aquel que se venga a salvar a papá”…El vagabundo no vino a salvar al padre; se acercó por curiosidad.
    “este hogar”: me parece que no hay hogar allí, sino ruinas.
    Repeticiones próximas: y le aseguro… y le aseguro.
    Errores de puntuación y sintaxis, para revisar:Qué momento más dulce fue aquel en el que cerré las puertas para que no escapara; pude saborear su angustia.(Te lo transcribo ya corregido, para que compares)
    Seguramente, buenas producciones futuras.

    Escrito el 2 mayo 2015 a las 02:43
  2. 2. Laia Varona dice:

    Muy interesante. Me gusta el tema de la venganza, así como el cinismo y el desprecio con los que la protagonista recuerda su muerte. Se pueden corregir algunas cosas, como bien apunta Beba en el comentario anterior, pero en general has hecho un trabajo estupendo.

    Escrito el 7 mayo 2015 a las 20:24

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