La maldición - por Delfina

Cosme y Ana caminan bajo la luz de un sol espléndido, descalzos y cogidos de la mano, por la pequeña playa de color negro que bordea su pueblo.
Para aquel que no conoce la verdad, se diría que su color se debe a siglos y siglos de erupciones volcánicas.
Hace unos pocos años, era una preciosa playa de arena blanca, aguas cálidas y serenas de un enérgico azul, era el orgullo de cualquiera y una buena causa de ingresos debido a su belleza.
Una noche de invierno llegó al pueblo una familia con dos niños pequeños y una anciana enferma, llamaron a muchos hogares, pero no hubo réplica, sólo pedían calor por una noche y algo de comida. Buscaron cobijo en la playa, allí descubrieron una pequeña hendidura en la roca, idónea para los cinco, les serviría de refugio y se darían calor con sus propios cuerpos.
Al amanecer, el primero en despabilar fue el marido, había descansado poco y su cuerpo demandaba algo de comida, ya no nevaba, el agua era clara, se podían apreciar pequeños bancos de peces nadando en la orilla, – si al menos consiguiese pescar un puñado.
Descubrió un pedazo de red, descalzo, con los pies sumergidos en la gélida agua y la esperanza de poder llevar a sus hijos un bocado, permaneció inmóvil, al acecho de lo que iba a ser la primera comida en muchas horas.
Por unos segundos se olvidó de lo que era y lo que le había llevado a aquel lugar, su único afán era pescar.
El aguzado clamor de su esposa le sacó de la ocupación en la que se había afanado con sumo esmero, corrió hacia ella, hallándola en la arena al pie de la pequeña cueva donde habían pasado la noche, un hijo en cada brazo y una mueca desgarradora en su cara, los niños y la anciana habían fallecido, la fría noche se los había arrancado.
Llena de un furor insaciable, maldijo a aquel pueblo por haberles dado la espalda, en unos segundos, el mar se enfureció, la arena se engalanó de negro en señal de duelo y así permanece, a lo largo de los años.
Las casas se han ido abandonando, la única riqueza del pueblo era su playa, la mayoría se dedicaba a la pesca, los demás vivían de las ganancias que dejaban los viajeros que se acercaban a gozar de aquel paisaje, en los meses de verano.
Sólo quedaban ellos dos, Cosme y Ana, y permanecerían para siempre en aquel lugar que les había escuchado.