Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

LA MALDICIÓN - por Ferminangel

Salgo a la avenida desierta y el frío de la noche me penetra hasta los huesos. Todo está calmo, en suspenso, a la espera de que la oscuridad envuelva con su manto de sueño casas y gentes por igual. Camino lento y sin rumbo, como me habían recomendado en el internado. Al cabo de andar un rato, creo que no estoy solo; alguien o algo me sigue de cerca. No lo puedes ver si no giras la cabeza, pero tienes la certeza de que está más cerca de lo que sospechas. Te recompones, aspiras una bocanada de aire, que casi con seguridad no necesitas, y piensas que es tu imaginación, tu vieja costumbre de soñar despierto, que ha regresado. Apuras instintivamente el paso con dirección a nada, pero la presencia o cosa a tus espaldas te sigue como a un hermano: te detienes y ella se detiene, continúas y ella también. Sí; debe ser aquella vieja costumbre que volvió.
Ya con el paso apurado, esquivando semáforos apagados y automóviles muertos por la profundidad de las sombras, aspiras la segunda bocanada innecesaria de oxígeno puro, pero lo que llega a tus pulmones despeja las dudas, si es que aún quedaba alguna: un olor a alcohol y reactivos químicos de laboratorio clandestino, que bien sabes que conoces, no puede ser de una sombra imaginaria. Las sombras no tienen olor, pero el aroma penetrante de la entidad o lo que sea que va detrás de ti estimula de tal manera tu cerebro que te hace llevar, de un modo irreflexivo, la mano derecha al antebrazo izquierdo y viceversa, en un rictus que creías superado. Bueno, en el internado te lo habían advertido: la maldición de reincidir puede estar escondida a la vuelta de cualquier esquina, pero justo es decirlo, en estos once meses y algunos días que llevas de abstinencia te has portado como un angelito. Lo decides ya casi corriendo por el cantero central de la avenida mal iluminada: me vuelvo y lo enfrento cara a cara. Pero, ¿y si no te gusta lo que puedes llegar a ver? ¿Y si todo el escudo protector que con ayuda de tu familia y con gran esfuerzo has construido se despedaza en el aire negro y frío de este día?… Lo piensas.
Corres a paso de maratón, como si todos los competidores te están dejando atrás y tú, último en la fila, presientes que la pista de atletismo se viene desmoronando a tus espaldas…solo queda correr, tirando manotazos de ahogado para asirte de algo firme, sólido, que te ayude a olvidar el pasado de antebrazos perforados por las agujas del placer, el desquicio de vender hasta tu madre por una dosis de veneno, de morir y revivir a cada pinchazo, de compartir vida y muerte con cada jeringa. Sí; quieres olvidar; hace ya once meses y algunos días que lo vienes logrando, pero tenía que aparecer la maldición con olor a basura química, justo ahora que lo único que buscabas era unos tragos de aire fresco y limpio para conciliar el sueño. Bueno, en realidad no sabes bien qué o quién te persigue, solo presientes que el tufo a drogas y a muerte, que tantos camaradas tuyos se ha llevado al cielo de los impíos, ha venido por ti. En tu frenética carrera, te cruzas con un peatón despistado e insomne. Lo esquivas de milagro y observas que te mira como para insultarte, pero cuando corre la vista un poco más atrás de donde vienes, su rostro se petrifica y el insulto que tenía preparado para ti, queda enmudecido en el aire oscuro y hediondo. Lo confirmas; de un modo terrible, algo viene detrás de ti, y la avenida es larga y oscura, infinita y lúgubre.
Dónde están todos, te preguntas mientras jadeas como perro. Quiebras a la izquierda en la siguiente bocacalle, pensando en despistar a la maldición; ahora estás casi seguro que es ella, como te dijeron en el internado, pero aún no te atreves a enfrentarla. A lo lejos ves una luz; la reconoces y enfilas a toda máquina hacia allí. Es tu casa. Cuando llevas la mano al picaporte, una voz femenina y dulce interrumpe y esfuma el fantasma de la maldición: cariño, si vas a salir regresa temprano, no olvides las llaves. La puerta de calle es ahora una muralla china; sudoroso y temblando la miras y te preguntas vacilante: de qué lado me conviene estar… ¿Y tú, qué harías en un caso cómo éste?

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

Todavía no hay comentarios en este texto. Anímate y deja el tuyo!

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.