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LA MALDICIÓN - por Elmaga73

Apenas oía un murmullo a mi alrededor. Estaba tan concentrada intentando soportar la pena y no permitir que me doblegara el dolor, que nada de lo que estaba sucediendo en aquella sala me importaba lo más mínimo. Por suerte mi hija se encargaba de todo. Todas aquéllas cosas que sabes que hay que hacer justo después de la muerte de un ser querido pero que paradójicamente, es justo el peor momento para hacerlas. Imposible escuchar, decidir, atender. Mi hija le decía al representante de la funeraria que no quería ningún Jesucristo, ni crucifijo, nada sobre el ataúd, simplemente la madera, ni demasiado clara ni demasiado oscura, sin adornos. También ella eligió la fotografía y el texto de los recordatorios, prometió encargarse de redactar la despedida, ya que sería una ceremonia laica, y escogió las piezas musicales que sonarían en el funeral. No sé cómo lo hubiera hecho de no tenerla a ella para ocuparse de todos los detalles. Mi hija, que también estaba destrozada y lloraba la pérdida de un abuelo que había sido como un padre para ella.
Cuando por fin acabamos con los trámites, salimos a la tarde veraniega y nos dirigimos en silencio al metro para volver a casa. No podíamos hacer nada más hasta el día siguiente, cuando comenzara el velatorio.
Ésa noche, ajena totalmente al sueño, miraba al techo y veía desfilar imágenes de los últimos cuatro años. Mi padre, mi maravilloso padre, el hombre más íntegro, amable, cariñoso y trabajador del mundo, se había ido para no volver. Recordaba la lucha contra su demencia, una lucha sin cuartel contra el absurdo.
Cuatro años atrás mi padre empezó a dejar de serlo para irse convirtiendo poco a poco en un desconocido, en un cuerpo que se obstinaba en seguir viviendo sin tener en cuenta la voluntad del ser que lo habitaba. ¡Cuánta pelea, cuánto dolor, cuánta injusticia! Cualquier actividad, por sencilla y cotidiana que fuera, se convirtió en un esfuerzo titánico. Se negaba a comer creyendo que los alimentos habían sido envenenados. Tampoco toleraba ducharse, pues el agua le abrasaba la piel independientemente de la temperatura. Afeitarlo era todo un reto, al igual que lograr que tomara un vaso de leche, comiera una magdalena o simplemente, que durmiera unas pocas horas.
Aún hoy me pregunto cómo fui capaz de cuidar de mi padre y seguir trabajando sin apenas dormir. Es cierto que mi hija me ayudaba. Venía un par de mañanas entre semana y se quedaba con él para que yo pudiera salir y desconectar un poco, aunque fuera haciendo la compra o cortándome el pelo. Los fines de semana también venía. Sábado o domingo por la tarde volvía a quedarse con su abuelo para darme un poco de oxígeno. La carga era muy pesada, pero jamás se me pasó por la cabeza otra opción que no fuera cuidarle en casa hasta el último día. Él me lo dio todo. Trabajó muy duro toda su vida y siempre estuvo a mi lado, apoyándome en los momentos difíciles. ¿Qué iba a hacer ahora sin él? ¿Cómo se aprende a vivir con una ausencia tan profunda? Mi hija intentaba consolarme. Me decía que él se había marchado hacía ya mucho tiempo y que debíamos aceptarlo y dejarle ir definitivamente. Sé que tenía razón, es solo que una hija nunca quiere dejar que su padre se vaya.
La última semana la habíamos pasado en el hospital. Durante largas horas intentaba conseguir que comiera algo, aún sabiendo que era inútil, que su cuerpo se había dado por vencido y que no había posibilidad alguna de esquivar su muerte.
Aquellos días fui testigo de cómo, para algunos familiares, la situación de sus mayores era una auténtica maldición. Renegaban constantemente de tener que acudir al hospital a la hora de la comida o la cena, discutían con otros familiares sobre los turnos, les parecía un sacrificio enorme pasar unas horas con su madre o su padre. Algunos incluso preguntaban ansiosamente a los médicos cuánto podría durar esa situación, tratando de disimular que lo que realmente querían saber era cuándo acabaría todo.
Acariciando la frente de mi padre, tratando de asimilar una despedida que iba a ser definitiva, no dejaba de pensar que para mí la maldición fue que enfermera cuatro años antes y que eso me había impedido disfrutar de su compañía, su afecto y su sabiduría durante ese tiempo.

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2 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    Elmaga73, has hecho un relato que me suena muy cercano, por la situación que personalmente vivo con mis padres. Describes allí episodios que definitivamente son fiel copia de la vida real. Ser capaz de narrar tales sucesos requiere de mucha determinación, porque en la familia no siempre se tiene una misma visión de las dificultades comunes.
    ¡Buena historia!

    Escrito el 29 abril 2015 a las 20:12
  2. 2. beba dice:

    Hola:
    Me llegó muy hondo tu historia, tan realista en los hechos como en los sentimientos.
    La has escrito con claridad, buen vocabulario y buen manejo gramatical.
    El tono es exacto: te envuelve en una atmósfera tensa; toda la vida bulle y el protagonista sólo piensa en lo que su padre fue y es para él.
    Felicitaciones

    Escrito el 9 mayo 2015 a las 13:22

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