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La maldición - por Nina

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El autor/a de este texto es menor de edad

<<Era un viernes por la mañana, como cualquier día o al menos eso me parecía a mí. Me hallaba sentado en el porche de un pequeño bar. El clima parecía sosegado. Cada viernes me acomodaba allí y escribía en mi pequeño cuaderno ideas que me pasaban por la cabeza. Permanecía haciendo lo mismo de cada viernes cuando a la lejanía, al final de la calle, divise una especie de ser. Se parecía a un cuerpo humano. Llevaba una capa larga que le cubría todo el cuerpo y una capucha que escondía sus rasgos. Me pareció curioso. En ese pueblo no solían pasar cosas raras.
Deje dinero bajo la jícara de café que hace tiempo había pedido. Me alcé y fui, poco a poco, hacia el lugar donde se hallaba aquel ser. La calle permanecía vacía. En ella solo nos hallábamos él y yo. Cuando me acerqué lo necesario como para poder observarlo, comprendí que sí, era un hombre. Me aproximé lo suficiente como para no deber de alzar mucho la voz para que me oyera.
-¿Hola? – dije, el muchacho levanto la cara y dejo a la vista una fisonomía joven, con ojos azules y cabello azabache.
-Hola – me respondió con una voz seca y afligida.
-No le he visto nunca por aquí, ¿es nuevo en el pueblo? – intenté mantener las distancias, no me daba mucha confianza aquel extraño.
-No, no soy de por aquí. He venido en busca de alguien. – dijo mirando a su alrededor, no paraba de inspeccionar la calle.
-¿A quién? Si puede saberse, claro. – reculé un paso, estaba deseando que dijera que no podía decirme a quien buscaba. Algo no residía bien en ese muchacho.
-Al diablo. – respondió, su voz se rompió al acabar de decir esas dos palabras, una lágrima cayó de su ojo derecho y con la manga de su capa se deshizo de ella. – Él me debe una explicación.
-¿El diablo? Pero si no existe…
-Que no le conozca no quiere decir que alguien no exista. Usted no conoce a los que viven en la ciudad pero usted sabe que ellos existen, ¿cierto?
-Cierto. Aun así, ¿porque piensa que él está aquí?
-Porque aquí fue donde él me maldijo.
El joven dio media vuelta y se fue. ¿Le maldijo? ¿Qué quiso decir con eso? No era hora de averiguarlo. Pasaban media hora de las ocho y a las nueve tenía que estar en el trabajo.
Mientras conducía hacia el trabajo continúe pensando en lo que aquel chico me dijo. Iba tan concentrado en la conversación que apenas note que un ciervo cruzaba el camino. No me dio tiempo a frenar, intente girar el coche para evitar al ciervo pero en vez de eso me salí de la carretera y caí por el acantilado.
Me desperté, me dolía todo el cuerpo. Abrí los ojos, me había estampado contra un árbol. Por suerte el acantilado no era muy profundo y la caída no causo tantos daños. Palpe mis piernas para ver si tenía alguna herida pero no encontré nada. Alguien abrió la puerta del conductor, iba tapado con una sábana blanca. No pude saber quién fue quien me abrió la puerta, solo sé que desde que vi a ese ser blanco nada ha vuelto a ser lo mismo, es como si tuviera una maldición.
Ya no puedo seguir más con esto, me voy a buscar al diablo. No me esperes, no volveré. Te amo.>>
La joven comenzó a llorar. Leyó una vez más la carta. Susurro: “Te amo.” Y se dejó caer al vacío.

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2 comentarios

  1. 2. Leonardo Ossa dice:

    Nina, he leído tu relato y me ha despertado un sentimiento de desasosiego. Es un relato intrigante.
    El hecho de que tu narración genere un sentimiento, habla de lo que es capaz de producir la unión de las palabras.
    Espero que otros compañeros pasen por tu relato y dejen acá también su comentario.
    Saludos.

    Escrito el 11 mayo 2015 a las 03:42

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