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LA MALDICION - por JOSE VICENTE PÉREZ BRIS

Fui convidado a pasar el fin de semana en un añejo palacio medieval. El dueño era socio de una empresa que publicaba libros, incluidas mis propias obras. La reunión se veía claramente influenciada por el hecho de que cada fin de semana, reunía unos amigos escogidos y comilones para gozar de las bondades en la heredad Bennassar. Mi papel adjudicado en el drama era el de fenómeno de feria para amenidad de las masas. Se insinuó que podría leer alguna de las narraciones de miedo con las que logré que me consideraran una celebridad. En la cena del viernes, el agasajador nos explicó a los allí congregados la maldición que asolaba la propiedad desde hacia generaciones. La condena a perecer caería sobre aquel quien, después de ser obsequiado con hospedarse en medio de los muros de la hacienda, ofendiera de palabra o hecho a sus caseros. La maldición se dispersaba a lo largo de los siglos, considerando como amo y juez a quien de la manera que fuese, incluso la ilegal, consiguiese la propiedad de la finca. El nombre de quien hoy nos recreaba con aquella opípara cena prefiero que permanezca en la sombra, por lo que nos referiremos a él como Hacedor.
Acabó pues, como decía, la explicación de la leyenda cuando saboreábamos un brandy añejo. Nadie quedó impasible con lo narrado y se inició una animada discusión sobre maleficios y conjuros. Uno de los comensales, acaudalado hombre de negocios, pero con una esencia ruin vacía de educación y cuna, lanzó una blasfemia, afirmando que no eran más que filfas y chismes de viejas, usados para socavar a pusilánimes. Nunca he sufrido a las personas que como única premisa de discusión, esgrimen el poder de su voz. Y el empresario era uno de ellos. Además había bebido de forma copiosa desde que pusiera los pies en el caserón. El Hacedor, como buen moderador, agarraba en sus dedos engarfiados un pañuelo, aunque ni un solo músculo se movió en la faz. Encajó la balandronada del zafio y solo deseó un mejor proceder en el convidado ya que quedaba en evidencia. El rufián no cejó en el empeño. Más bien, perseveró en la burla, mofándose de la maldición y agraviando al dueño en su propia casa. Quise mediar en la liza, pero el Hacedor me mandó parar con un ademán de la mano. Volvió a avisar al soez comensal de su proceder, y de nuevo él se mofó en la cara. El Hacedor abandonó la mesa y cogió del aparador una bandeja plena de sabrosas nueces, avellanas y almendras. La fue pasando uno a uno dejando fuera de las golosinas al zopenco. Parecía que no se hallara en el salón. A la vez que el Hacedor dialogaba afablemente, el loco miraba con ojos desencajados por el desprecio con que era flagelado. Sin saber a qué naipe quedarse, los demás comensales expandimos los dedos para apresar las delicias. Fue allí cuando, en medio de graves convulsiones, el infame se agarró el cuello, queriendo respirar. Nos arrojamos sobre él para proporcionarle aire. Al cabo de unos segundos, sosegado y rojo como la grana, parecía recuperado. Susurró una vaga disculpa y se alejó de la mesa hacia la alcoba asignada. En buena ley su marcha habría dado lugar a cuchicheos, pero el Hacedor desvió la conversación hacia bromas mundanas. Fui, por fin, inducido a leer alguna narración, consiguiendo crear un clima de recelo y aprensión en la concurrencia. Al acabar la velada, pasadas las dos, nadie recordaba ya el desagradable lance, ni al culpable. Subimos riendo en busca del sueño reparador.
Por la mañana, el desgraciado no bajó a desayunar. El Hacedor mandó en su busca al fiel y anciano mayordomo, regresando poco después balbuciendo incoherencias. Subimos cual horda la escalera y nos asomamos a la cámara. El díscolo huésped yacía boca arriba en la cama. Los dedos de las manos crispados en el aire, queriendo asir el alma. Y la faz, ¡oh, Dios que máscara! Los ojos saliendo de las cuencas y la boca desencajada, en una burlesca mueca de horror. Alguien aludió a la maldición. Nos miramos sobrecogidos y recuerdo que un escalofrío recorrió mi espalda al comprobar quien no se hallaba allí.

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2 comentarios

  1. 1. Leonardo Ossa dice:

    JOSE VICENTE, la lectura de tu texto ha sido una delicia. Me ha gustado muchísimo. Encontré solo dos letras “te” en la narración, lo que me parece que incluso con ellas, cumples el reto de omitirlas. El escrito tiene agilidad y un entorno escénico que se me figura con mucha definición.
    Saludos.

    Escrito el 30 abril 2015 a las 02:12
  2. 2. beba dice:

    Hola, José Vicente:
    ¡Lo que se están perdiendo!
    Me pareció unn cuento muy bueno, con excelente trama. La maldición, original. Buen manejo del lenguaje.
    Te sugiero que revises los gerundios; no deben usarse si no unen acciones simultáneas; no tienen valor adjetivo, sino adverbial; te muestro como cambiaría los de uno de tus párrafos.
    El Hacedor mandó en su busca al fiel y anciano mayordomo; regresó poco después balbuciendo incoherencias.
    Saludos.

    Escrito el 8 mayo 2015 a las 03:18

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