La Maldición - por L. A. Blue

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El autor/a de este texto es menor de edad

La Maldición.

Miguel Ángel abandono la universidad a la misma hora de todos los martes: 7:00 pm. Era un estudiante de intercambio de publicidad en el país del Sol Naciente; su cultura y tradiciones le atraían desde pequeño. El sol se ocultó y la luna menguante en el firmamento era acompañada por estrellas resplandecientes; en pleno otoño, le sorprendió que no estuvieran ocultas tras nubarrones grises. Apuntándose el sacó sintió la fría estación en cada cabello que se le erizo.

Caminando a la parada de buses, volvió a pensar en ella, en esos ojos color miel que en el sol se tornan verdosos, pero que noches antes estaban inundados de lágrimas con una mirada desconcertada. ¿Cómo le daría una explicación? ¿Qué le iba a decir?

El servicio integrado de transporte llegó y subió rápidamente. El viaje duraría 45 minutos. Suspiro, estaba agotado. “Por lo menos tendré tiempo para meditar” se dijo para sus adentros, pues desde que despertó no hacía sino pensar en ella, “¿Qué explicación le daría?” Se interrogó por enésima vez en el día.

Se colocó sus audífonos y de su celular escuchó su playlist favorita. El articulado rápidamente se llenó, y se alegró de encontrar puesto, no obstante su dicha no duro mucho, ya que a unas cuantas cuadras una mujer embarazada subió y como buen caballero le cedió su silla.

“Debo concentrarme” pensó, “Espera una explicación” “Se la merece” Cerro lo ojos y trajo a su memoria el momento donde ella en medio de varios árboles de cerezo que por aquella época lucían lúgubres y tristes al perder sus hermosas flores; mantenía sus manos cruzadas sobre su pecho tratando de contener el llanto, debido a que evidenció la traición de la que era víctima por parte de su novio y amiga de infancia.

Abrió sus ojos, y ciertamente sintió pena por ella, quiso que nunca se hubiera dado cuenta, sin embargo, no había vuelta atrás. Reflexionando en ello se distrajo, puesto que cuando lograba revivir en su memoria aquel evento, simplemente se entretenía con cualquier cosa. Se despisto al observar a la mujer embarazada frente a él; sonrió, imaginándose una historia donde un bebé fuera el fruto de la interacción entre la luz y la oscuridad; obligando al bien y al mal a luchar con el fin de poseerlo.
“Concéntrate” y trato de pensar nuevamente en ella sin mucho éxito, porque mirando por la ventana un café al que siempre ha querido entrar, se le ocurrió una historia de amor en parís, donde en un café literario al chico le gustaran las fresas y a ella los postre, y que a través de la fantasía pudieran disfrutar de la magia del amor.

Y cada vez que pensaba en darle una explicación a aquella mujer, se distraía imaginando la vida de las personas en el bus, o con historias. Una tras otra se le ocurría; vampiros, hombres lobo, seres mitológicos, espías, agentes, amor y traición se colaban en su cabeza.

Bajo del bus y refunfuño contra él “¡Qué bien!” “¡Tantas locas historias, pero ninguna explicación!” Suspiro. Camino cuesta arriba hacia su casa, y a un costado de la puerta, digito la calve en una placa y esta se abrió tras un pitido.

Entró y se preparó una pequeña y sencilla cena. Luego, sentándose frente a su computador, abrió un documento de Word y desplazo el cursor hasta la última página; la última escena que escribió, donde María, su personaje principal, parada en medio del parque escuchaba de su novio un “Ya no te amo”. Debía darle una explicación, redactar para ella un pensamiento que le permitiera soportar el dolor y continuar después de que su amor fue traicionado. Sabía que quería, deseaba que María odiara al farsante de su novio y a la traidora de su amiga, sin embargo no lograba plasmarlo. Se sentaba frente a la pantalla y sentía que caía por un hueco sin fondo y oscuro en donde no había nada. En el día, cada vez que pensaba en su historia otras más aprecian y no lograba conectarse con la de su chica de ojos miel; esa era su maldición, ¿Por qué? ¿Por qué no lograba concluir una historia antes que se le ocurrieran otras? ¡¿Por qué?!

Fastidiado se dispuso a descansar en su reconfortante cama, pero helada bajo las sabanas. Esperaba que mañana las palabras fluyeran y su distracción terminara. “¿Qué tan difícil es terminara una historia?” “Si yo la invente” Pensó antes de quedarse dormido.