La Maldición - por Julia Trejo

No me puedo levantar.
Parece que una extraña fuerza presiona mis pies, mis piernas, mi cadera, mi espalda. Mi cuerpo se vuelve preso de la silla y mis dedos se aferran a la máquina de escribir.

Escribo, no puedo hacer más.

Y empiezo como loco a escribir. Me aferro al sonido de las teclas, al pitido del cruel carrete que da fin a la línea y a la palanca que permite que una nueva línea inicie. Termino un párrafo y quiero parar; pero mis manos no quieren responder a mi orden. Siguen aferradas a la ridícula máquina de escribir, la absurda silla y las lánguidas teclas.

¡Al carajo con la vieja!

No sabía que podía aprisionarme así. ¿Por qué aquí?

Aquí donde armaba estas grandes historias que nada tenían que ver con la realidad pero se parecían mucho. Aquí donde describía felizmente a todos los vecinos y los ponía en situaciones vergonzosas; aquí donde imaginaba los nuevos conflictos de vecinos, donde elucubraba relaciones increíbles pero posibles.
Aquí … donde le inventé la historia a la vieja.

¡Pinche vieja!

Nunca me cayó bien, me coqueteaba cada que nos encontrábamos de casualidad en la escalera, en el corredor o en cualquier lado; a veces pensaba que no era casualidad, quizás me estaba espiando desde el ojillo la puerta. Su cara equina y sus largas piernas flacas me daban terror, me sentía incómodo cada que se acercaba con un pretexto nuevo para hablar. Yo me hacía el indiferente, le contestaba un par de frases y me iba argumentando prisa, pero aún así no podía quitármela de encima. Será por eso que le inventé la historia a la bruja, para que no pudiera salir ni a la puerta a buscarme.

Hace un rato, cuando tocó la puerta pensé que venía a pedir un poco de azúcar, como es su costumbre, no a reclamarme por la historia que había leído en el periódico matutino y que todos repetían como loros, haciendo deducciones y sacando conclusiones. ¿Será verdad? ¿Será por eso que siempre está sola? ¿Será por eso que sus únicos amigos son los gatos?…
Tenía a todos como bobos. Y me sentía orgulloso.

Pero la vieja solo vino a gritar, me aventó la puerta y entró como un huracán furibundo. Sentí como si un rayo me hubiera caído cuando me dijo:

-Saeculorum scribere verus fabulas. Scribere fabulas vero in aeternum.

Y de pronto mis autómatas piernas se movieron al escritorio y me senté en la silla, frente a la máquina y empecé a escribir:

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