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La maldición - por L. Capitanache

Al sur de la venerable Ur, en la cima de la colina que lleva por nombre el de un viejo dios arcano caído, se alza hacia el cielo cenizo la soberbia figura oscura de la mansión Murray. Erigida hace más de cien años por el viejo William Murray, la ahora desolada mansión de madera oscura fue escenario de los crímenes que se le han inculpado a su innumerable prole, crímenes que han sido en la misma medida hórridos y diversos. Acciones viles, que los buenos y decorosos lugareños de Ur nunca aprobaron, pero que por miedo fueron obligados a agachar la cabeza con la sanguinaria familia, ya que se rumoreaba que en cada generación de los Murray nacía al menos uno con poderes paranormales, con la capacidad de sacudir los suelos, llamar enfurecidos huracanes, e incluso, hacer explosionar en llamas a un alma desgraciada con sólo pensarlo.

Así, amparados por el horror feroz que inspiraban a aquellos vulgares pueblerinos, la inmunda y viciosa familia prosperó por generaciones, complaciéndose en sus malévolos placeres y ensañándose con los más puros y vulnerables.

Pero el infame linaje de los Murray no perduró en su impunidad, ya que halló su condena en 1847, cuando los sencillos y decorosos lugareños de Ur, infundidos por el impulso racional y de probidad propio del nuevo siglo, dejaron a un lado sus credulidades e irrumpieron en la vieja morada de los Murray, donde a pesar de hallar no poca oposición, no se dejaron amainar ni impresionar, ni aun con las innumerables inmundicias y aberraciones, excesivas y crueles, que ahí descubrieron. Armados con sus rifles de caza, sus equipos de arado, e incluso, con cuchillos de cocina y simples palos, la buena muchedumbre de Ur puso fin a la escandalosa y criminal inmoralidad de aquella inhumana y mórbida familia.

Y cuando le llegó la hora del juicio al miembro final de la infame familia, sucedió algo anormal e inexplicable, que dejaría una marca indeleble en el alma de aquellos simples pueblerinos por muchísimos años. Cuando aquel impío fue acorralado, se arrebujó a sí mismo en el piso de una de las oscuras esquinas de aquella vieja casona, y, pronunciando palabras en un impuro lenguaje, arcano y olvidado, abrió mucho los ojos y sonrío a sus jueces, con la lívida expresión propia de un hombre loco. «Los acosaré desde las sombras», dijo. Y cuando sus desequilibrados labios pronunciaron esas palabras, comenzó a reírse a carcajadas sin poder dominarse, como si su precaria posición fuera la escena principal de la mejor de las comedias. Recibió luego el primer golpe en la cabeza, y para sorpresa y horror de cada uno de los que le rodeaban, su cráneo se rompió con misma facilidad que lo hace un huevo frágil, hundiéndose sus huesos en un fluido negro, espeso y hediondo, que comenzó a surgir y a escurrir, denso y humoso como brea pusilánime. Y con el cráneo quebrado, aquel criminal, aquel despojo que hacía mucho había abandonado cualquier huella de humanidad, no paraba de burlarse, pese a que aquel líquido negro y nauseabundo ya había llegado, escurriendo por la piel de su desfigurada cara, a la malvada boca que ahora reverberaba con aquella carcajada macabra.

Aquellos enjuiciadores no eran más que sencillos y sensibles pueblerinos, y al presenciar aquella hórrida escena de pesadilla, muchos sucumbieron al pérfido abrazo de la locura, cayendo arrodillados y nerviosos, como caen las hojas secas en el mes de la sequía. Sin embargo, la mayoría consiguió acallar los chillidos de horror que engullían sus cabezas y, descargando sus armas sobre aquella cosa infrahumana, acabaron al fin con la escandalosa familia, cuando «aquello» se volvió una masa pusilánime de apariencia inenarrable.

Han pasado largos años desde aquellos oscuros hechos. Y pese a lo que pudiera creerse, los pueblerinos de Ur dejaron indemne aquella mansión de madera oscura, erigida orgullosa en la cima de la colina, como un símbolo para nunca olvidar la crueldad de la que puede ser capaz el hombre. Y cada año, en el aniversario del Juicio de los Murray, declaman irónicos y alegres la maldición del miembro final de la indigna familia: «Los acosaré desde las sombras», porque el miedo irracional no los dominará ya nunca más.

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3 comentarios

  1. 1. Servio Flores dice:

    Que gran imaginación, felicidades por eso.

    Únicamente corregiría ciertas repeticiones que dan cierta monotonía al texto y para cumplir el reto sin T, quitaría el año 1847, ese siete está maldito, lleva T. 😉

    Nos seguimos leyendo, saludos.

    Escrito el 2 mayo 2015 a las 05:15
  2. 2. Leosinpirsa dice:

    Hola Capitanache, tu texto me ha recordado a esas historias de los mitos de Lovecraft. He de confesar, me gustan esa clase de textos, retorcidos e imaginativos que desplegaban un universo de terror que al hombre le era ajeno.
    Enhorabuena por tu soberbia imaginación, no dudo que si pules más tus historias, nos agradará leerte en un futuro. Un saludo.

    Escrito el 5 mayo 2015 a las 10:50
  3. 3. beba dice:

    Hola, Capitanache:
    El argumento de tu historia es sencillo: Cómo la racionalidad y la dignidad destruyen los miedos y la opresión. El trabajo narrativo es bueno; alterna la realidad y la fantasía sin perder de vista el ritmo y el suspenso.La descripción del personaje fantástico es rica, aunque algunas expresiones son frecuentes en este tipo de relato.Buen manejo gramatical.
    Te señalaría, para mejorar, no recargar tanto la adjetivación; también, evita colocar siempre el adjetivo antes del sustantivo;y -por último- trata de fraccionar los párrafos.
    Adelante.

    Escrito el 12 mayo 2015 a las 02:10

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