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La Maldición - por Eva Duncan Álvarez

Web: https://www.historiasperegrinas.com/

—Loca histérica —murmuró Juan mientras le cerraba la puerta en las narices a Clara.
Al otro lado, ella se quedó en silencio.
—De verdad, mira que eres imbécil —dijo finalmente con un tono que delataba su rabia apenas contenida—. Pensaba que al menos podríamos hablar.
—¡No tengo nada que decirte! —le gritó Juan a la mirilla—. Hemos terminado y punto.
El suspiro de Clara se escuchó a través de la puerta.
—Vale —dijo finalmente—. Pero pienso bloquear tu número, ya te he soportado bastante.
Juan apretó los puños. Que ya había soportado bastante decía, la muy estúpida. Después de todo lo que había hecho él por aguantar sus insoportables manías de sacarle punta a todo, de preguntarle por cosas de las que él no quería hablar, de mirarle con cara de circunstancias y murmurar “Juan cálmate” por lo bajo cada vez que él intentaba expresarse. Por no hablar de que se negaba a depilarse el bigote por esas gilipolleces feministas que se habían puesto de moda.
—Adiós, Juan.
Oyó cómo se alejaba por el pasillo. Reprimió el impulso de salir detrás de ella y explicarle exactamente por qué la dejaba. En realidad podían arreglarlo, sólo hacía falta que ella se dejase de tanto drama y se comportase de una forma más… normal. Pero no, era mejor de un tirón, Raúl lo había dicho, que duele pero se cura antes. Si se ponían a hablar seguro que ella formaba otra de sus llantinas y él acababa abrazándola y diciéndole que no pasaba nada, que claro que la quería. Sacó el móvil y marcó el número de Raúl.
Un par de horas después, los dos charlaban frente a unas cervezas.
—Pero es que en el fondo la quiero —se lamentaba Juan—. ¿Por qué tengo tan mala suerte con las mujeres? Mira que soy permisivo, no soy como esos que van diciéndoles a sus novias cómo vestir, yo mientras me respete dejo que haga lo que quiera…
—Son imposibles, Juan —sentenció Raúl—. Es mejor que lo asumas ya.
—¡Pero es que encima me dice que la trato mal! —protestó—. Y parece que le ha comido a cabeza a Cristina, que hablé con ella ayer y me dijo que soy un poco bruto con ella y que si quería que me fuera mejor debería dejar de mirarme al ombligo. ¡Cristina, tío! Es una chica genial, no le pega nada ponerse en plan feminazi de mierda, y va y me dice eso. Y luego Andrés, que dice que no la valoro. Ese va mucho de amigo mío pero fijo que se la quiere tirar…
—Que le den —dijo Raúl, levantando su jarra para brindar—. ¡Por la vida de soltero!
Bebieron, y se pidieron otra ronda, y enlazaron la tarde con la noche. Acabaron volviendo a casa tambaleándose entre risas.
El sonido de su móvil le despertó al día siguiente.
—¿Sí?
—Juan, ¿estabas dormido? —Era la voz de su madre
—Qué va —masculló con voz pastosa—. Es que no me encuentro muy bien… ¿qué quieres?
—Era para recordarte que nos dijiste que hoy comías en casa, que siempre se te olvida.
—¡Es verdad! —dijo, incorporándose y dándose cuenta de lo mucho que le dolía la cabeza— ¿A… a qué hora… qué hora es?
—Tranquilo, es la una, todavía estamos preparando cosas.
—Vale, mamá, hasta luego —dijo mientras colgaba el teléfono.
Se adecentó todo lo que pudo, pero seguía ofreciendo un aspecto lamentable. Por suerte sus padres no hicieron ningún comentario al respecto durante la comida. Sólo cuando Juan y su padre se quedaron solos en el salón surgió el tema.
—Ayer bien, ¿no? —comentó con una risa por lo bajo.
Juan abrió la boca para decirle que sí, que había sido una noche genial, pero acabó contándole todo lo de Clara.
—No la entiendo, papá —dijo al final—. Tengo una suerte horrible con las mujeres, siempre me tocan las locas.
—Hay que acostumbrarse, Juan, no es que te toquen las locas, es que todas son así —le dijo su padre—. ¿Te crees que tu madre es perfecta? Lo que pasa es que podemos vivir juntos porque sabe tener la boca cerrada cuando no está el horno para bollos y porque las chorradas insoportables de mujeres se las cuenta a sus amigas y no a mí.
Juan miró a su padre extrañado. Recordaba haberle dicho algo muy parecido a Raúl hacía unas horas. Suspiró con resignación. No sólo estaba gafado con las mujeres, encima la maldición era una herencia familiar.

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2 comentarios

  1. 1. Servio Flores dice:

    pobre Juan! me ha resultado graciosa la desgracia de su personaje.
    el relato es entretenido y menos mal que lo escribe una mujer 😉
    saludos

    Escrito el 29 abril 2015 a las 05:49
  2. 2. beba dice:

    Hola, Eva:
    Encuentro un relato con buen manejo gramatical y mucha animación. Crea un clima apropiado a la historia.
    No me gustó demasiado el argumento; no me resultó interesante. Reconozco que refleja una realidad muy actual: superficialidad, poca tolerancia. Pero esto es muy subjetivo, por supuesto.
    Adelante, entonces.

    Escrito el 6 mayo 2015 a las 02:48

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