La maldición - por M.J.Triguero

Bajaba la calle comiéndome el coco sin parar. Cinco jodidos suspensos y mis viejos no me dejan salir en Nochevieja, y encima uno ilegal, esa zorra de la profe de lengua que me odia a morir. Al llegar a la plaza le vi apoyado en una esquina. Enseguida le conocí, no sé si por el aire de espabilado o de mosqueo, bueno, el caso es que mi amigo Carlos me había dado su número, ¡pura chorra!, a finales de diciembre ya no era fácil hacerse con un hueco en ninguna juerga. Me fui a saludarle ofreciéndole mi mano:
-Hola, soy David. Eres Willy, ¿no?
-¿Qué hay? –dijo pisando una colilla que acababa de arrojar al suelo. ¿Llevas el money?
-Sí, ¿es eso no? –dije.
-Son diez pavos más pero como conoces a Carlos, vale. Ah, oye, ¿Sabes lo de la maldición no?
-No. ¿De qué coño me hablas?
-Si no hay huevos no pasa nada, coge el dinero y en paz.
-Oye, oye, dime de qué cojones va ese rollo. A mí nadie me ha explicado una mierda, no me mola que se queden conmigo.
-Pues nada, la casa esa, que dicen que de allí no se sale vivo, ja ja, ja. La vez pasada creo que la palmaron varios, chorradas, leyendas… ¿Yo qué sé, bueno qué, sigues queriendo ir de juerga o ya no?

Nos miramos unos segundos. En aquella pausa me puse a pensar sin saber enunciar muy bien qué es lo que pasaba por mi cabeza y ahora lo puedo hacer con claridad: ¿Qué es lo que induce al hombre a sumergirse en inmensas profundidades en busca de lo desconocido? ¿Acaso la búsqueda de emociones configura la esencia misma del ser humano? ¿Es que no podemos vivir sin arriesgar la vida solo por la emoción del puro riesgo? Es el propio riesgo más que el fin en sí mismo por lo que merece la pena vivir un episodio lleno de emoción, de caos, de pasión. La visión de un riesgo severo y próximo me movió a decidirme y a reafirmarme en mi decisión.

¡Qué noche amigos! En primer lugar, el morbo de burlar la vigilancia familiar, cosa nada despreciable, hizo que mi corazón acelerase sus pulsaciones. Conseguí escabullirme aprovechando la algarabía que formaban familiares y amigos con la llegada del año nuevo. No fue nada fácil llegar a aquel viejo caserón alejado del mundo. Cuando por fin lo logré a no sé qué hora de la madrugada, después de peregrinar por caminos desconocidos, el personal ya se había pasado de rosca. Aquel espacio era una caverna infernal. El alcohol y demás porquerías, la música, el ruido más bien, sonando al máximo, la penumbra, el humo, aquellos cuerpos deambulando como zombis, primero creía volar en una nube y cuando quise observar lo que ocurría solo había sangre a mi alrededor.
Busqué una salida a la desesperada, conseguí alcanzar el jardín, la calle, llegar al enrejado. Escalé con fuerza y al pasar al lado de fuera, por desgracia, me enganché en un hierro de la verja y heme aquí, colgado por el pescuezo como un cerdo en una carnicería y solo por querer pasar una juerga de mierda en una nochevieja cualquiera.