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La maldición - por A. Pantaleón

La maldición

Cuando el espejo se rompió en mil pedazos reflejando al unísono desde el comienzo al final de su vida, su primer reflejo fue seguir negando la maldición como causa de ese aciago, augurado final.
En esa ínfima fracción del segundo previa a la nada en la que se supo liberado del suceder de las horas, al modo de quien descifra un mapa y fiel a su férrea fe en los modos de la razón y la ciencia, pudo sumergirse en el análisis minucioso de su paso por el mundo, con la firme decisión de probar el concurso único del azar en el desarrollo de los hechos.
Con desagrado y sincera sorpresa, lo primero que observó fue que, parecido a un idioma que fuera privado de alguno de sus fonemas, y cada palabra que lo poseyera conllevara la onerosa imposición de cambiarla por una de igual significado pero libre del sonido, (no sabía cómo se le ocurrió aquel símil que infravaloró por peregrino), su vida aparecía desposeída de no podía averiguar qué. Era algo así como que, siempre que hubiera que hacer, decir, pensar, creer… cualquier cosa, fuera necesario dar un rodeo, obviar una realidad relegada a pesar de su presencia indeleble, de manera inexorable y con inmemorial obcecación.
Fue a su infancia,(familia, iglesia, amigos, escuela), no fue capaz de descubrir ninguna anormalidad reseñable en comparación con la de cualquier niño de su época, clase y formación.
Sus vivencias en la universidad, algunas personas, muchos libros, fueron causa de público orgullo, maná que una vez hubo saciado su inmenso hambre de saberes y experiencias, sirvió incluso para ampliar la gama de sus curiosidades, aficiones y ganas de aprender lo que hizo que pudiera vivir la vida de una forma más profunda y plena.
La eficacia probada en el desempeño de su profesión se aparejó, no sólo con un nivel de vida donde las preocupaciones por la escasez aparecían erradicadas, sino que además, lo cual era aún más envidiable, con relumbre social y acceso a los que manejaban los hilos del poder, incluso a la propia manipulación de esos lúbricos sedales.
Su vida personal, aderezada de alegrías y sinsabores como cualquiera elegida al azar, había gozado de un equilibrio razonable…
…y así de modo sucesivo las piezas del puzle iban encajando siguiendo el sendero cuya guía era regida por las maneras inexorables de la organización de la información y análisis comparado, dejando siempre al margen cualquier añadido llegado de los imposibles mundos de la imaginación o las creencias que pocas veces funcionan aplicando los bien engrasados axiomas de la lógica. Pero la incomodidad de su inicial aprensión no se disipaba. Arguyó que había sido causada por un exceso de celo dimanado por la propia deformación profesional y la firme convicción de hacer las cosas bien, mezclados con el irracional miedo con que es gravada la condición humana, herencia insoslayable de la evolución. Pero si quería ser sincero debía doblegar su orgullo, asumir que eran simples sofismas, argucias para eludir encararse con la realidad.
Orgullo, al pronunciar la palabra, la imagen de un huracán ciego, ensimismado en su ojo inmóvil, visión que juzgó absurda, ridícula, se le apareció como si hubiera sido convocada por un conjuro. El perenne “acabaras mal” con que, según él, la envidia y la superchería lo habían acosado con ahínco incansable, era ahora el rugido de las coléricas espirales, que nada dejaban sin arrasar en su desesperada búsqueda de afirmación.
Humillado descubrió que aquella visión era una alegoría de si mismo. Comprendió que, de la misma manera que quien deja de cincelar en mármol para seguir cincelando las mismas figuras en arenisca lo más que puede generar es un revuelo por lo que algunos puedan considerar una subversión pero jamás significará una revolución en el campo de producción de esas creaciones, en su vida no habían cambiado las formas por mucho que fueran nuevas las ideas, (un simple aunque bello o subversivo doble del mármol), y aunque simuló querer cambiar el mundo, en realidad sus esfuerzos siempre se dirigieron a inflamar su ego y ahora se hallaba en plena explosión.
Aún así no creía haber hallado la solución del enigma y dado que se hallaba fuera del universo apremiado por el acompasado ir y venir del péndulo que supervisa el paso de las horas, podía demorarse lo que quisiera en la búsqueda de nuevas soluciones, incluso, en revivir, a la luz de sus recién adquiridos saberes, su vida ya vivida.

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4 comentarios

  1. 1. Kenoa Gessle dice:

    Bien por animarte al reto. Debo decirte que hay algunos términos que en ocasiones hacen menos fluido el texto, pero no se te ha escapado ni una T.

    Escrito el 29 abril 2015 a las 13:20
  2. 2. grace05 dice:

    Debo felicitarte por el profuso vocabulario que empleaste haciendo caso omiso de “la señora T”. Sin embargo debo confesarte que me resultó muy confuso el contenido. Al inicio , con la rotura del espejo y “…su primer reflejo fue seguir negando la maldición como causa de ese aciago, augurado final…”, creí que nos ibas a adentrar en una historia de maldición por el espejo roto, sin embargo me quedé con las ganas. Igual admiro tu lenguaje y la forma en que describiste a alguien a quien le pasa la vida por delante.
    ¡Buen trabajo!!!!
    Te invito a comentar 106

    Escrito el 2 mayo 2015 a las 22:45
  3. 3. beba dice:

    Hola, A. Pantaleón:
    Impactante tu visión de una crisis existencial profunda; y cómo se desencadena a partir de un espejo roto; la gota que colma el vaso.
    Es notable la calidad de tu escritura, pero me parece que hay muchas reflexiones, mucha introspección, y poca acción.
    Los párrafos tan largos y complejos, casi solemnes, le quitan vitalidad al relato.
    Bueno; a trabajarlo, si te parece, sin abandonar esa hermosa habilidad de “decir” que tienes.

    Escrito el 9 mayo 2015 a las 15:13
  4. 4. KMarce dice:

    Saludos A. Pantaleón:

    A felicitarte por el magnifico vocabulario, la aplicación del reto sin T y el buen desarrollo de la escritura.
    Pero al igual que otro comentarista me he perdido con la historia, tal vez por ser reflexiva y no necesariamente narrativa.
    Me encantan los párrafos largos, pero que estos me lleven de un estado a otro, es decir que provoquen emociones o acciones internas.
    No voy a quitarte el merito que tienes de una literatura enriquecida, pero una escena debe contener introducción, un nudo y un desenlace. En las reflexiones es a veces difícil de operarlas.

    Has demostrado tener un buen dominio de las palabras, sobrellevar el reto sin caer en una redondez poco comprensible, creo que esto mismo te freno a expresar más, ser menos introspectivo. La narrativa conduce al lector por una senda, le mostramos el entorno, lo hace imaginarlo, estoy segura que con la facilidad de palabra que posees tu narrativa debe de ser extraordinaria, espero leerte pronto.

    ¡Nos leemos!

    Escrito el 24 mayo 2015 a las 10:33

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