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La maldición - por Arturo Campobello

 ¡He dicho que no! ¿Desde cuándo el club acoge a personas de clase baja?
 Me da igual lo que digas, refinado engreído. Sin el apoyo económico de mi familia, la idea de un club de esgrima en Gubbio jamás habría prosperado. ¡Me debéis eso por lo menos!
 No hay más que hablar. Mi decisión es inamovible.
 ¡Pues ya conoces la salida, fuera de mi casa ahora mismo!

Y aquel hombre se esfumó sin mediar palabra alguna. La encendida discusión había generado en mí una rabia desmesurada, no concebía la idea del descarado abuso de poder que había presenciado. ¿Quién se creía que era? Ofreciendo privilegios sólo a aquellos que disponían de una generosa chequera. ¡Increíble, y encima negándome a mí, en mi propia casa!

Mis reflexiones por lo ocurrido cesaron cuando vi a aquella figura asomándose desde el recibidor. Era Vicky, la chica que no podía ingresar en el club por proceder de una familia “de clase baja”. Jamás pensé que oiría esas memeces en pleno siglo XXI. ¿Por qué no podemos gozar de los mismos placeres, de manera ecuánime? ¿Acaso pesa sobre su alma alguna especie de maldición? ¿Es por eso que los más acomodados pueden mirarla por encima del hombro? En mi casa se ha ganado cada moneda con esfuerzo, y me enorgullezco de ello.

Vicky se había dejado caer con sumo cuidado en el sofá, su figura era grácil y su perfume, delicado. Aquella hermosa joven de dulces rasgos y sedosos cabellos había sido menospreciada por esa panda de imbéciles de engolada presencia y exageradas maneras. ¿Cómo habían podido rechazarla de ese modo?

 ¿Ibas a salir? Puedo venir mañana si quieres.
 No, para nada. Disculpa mis modales, me llena de alegría que hayas venido a verme. Mis cavilaciones suelen llevarme a lo más profundo de mi psique.
 ¿Ocurre algo?
 Bueno, he hablado con un hombre del club de esgrima, quería hacerles saber que has probado merecer con creces la admisión oficial como miembro, posees una pericia formidable.
 Gracias, sin embargo, creo que me sobrevaloras.
 Sandeces, mis palabras de elogio no son para nada zalameras. Hablo en serio al decir que nunca había conocido a nadie que exhibiera esa habilidad al manejar un sable.
 Vas a hacer que me sonroje…
 Pues a los hechos me ciño, y para mí sería un honor que quisieras iniciar una lucha conmigo, ahora mismo.
 De acuerdo; hoy es un buen día para un duelo al aire libre.

Y así era, el sol incidía en el jardín de casa con unos rayos suaves, de leve calidez, que proporcionaban una agradable sensación de calma y serenidad. Cedí a Vicky el equipo necesario para empezar.

Aun siendo una lucha cordial, no bajaba la guardia ni un segundo, esgrimiendo la espada con una rapidez asombrosa. Parecía que arma y mano fueran uno, era un verdadero desafío para cualquiera. El cansancio empezaba a apoderarse de mí; decidí abalanzarme sobre ella con el fin de que reculara unos pocos segundos.

Pero mi maniobra finalizó de forma brusca, y Vicky acabó derribada en el césped.
 ¡Eso ha sido inesperado!
 Perdona mi ofensiva indigna, sólo quería aprovechar un posible descuido para girar la lucha a mi favor.
 Bueno, en ese caso podrías ayudarme a ponerme en pie…
 Oh, claro. Coge mi mano.

Aprovechando mi acción desprendida, Vicky consiguió que acabara en el suelo, del mismo modo que le había ocurrido a ella. Pero la caída a su vez provocó que fuera vulnerable para su propia presa, ya que ahora mi posición era favorable para emprender una venganza.

 ¡Ah, menuda caída!
 La próxima vez no picaré.
 Ya veremos. Bueno, pues en paz, ¿no? Ahora, sal de encima de mí, no puedo moverme.
 Las imprudencias se pagan, ahora soy libre para vengarme.

Al oír esas palabras, Vicky hizo una fingida mueca de pavor, seguida de una carcajada. El roce de su piel hizo que rememorara sensaciones que creía olvidadas. Sus esplendorosos ojos me observaban con curiosidad, esperando a que me reincorporase.

Sin embargo, fue incapaz de reaccionar a la veloz acción de mis labios, aunque no se opuso a ser besada. Es más, pude apreciar que me correspondía con una pasional generosidad. Un gran deseo se hallaba encerrado en ese beso, el deseo de un amor prohibido que florecía de nuevo.

Al separarnos, un hilo de voz salió de sus dulces labios:
 Fiora…

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5 comentarios

  1. 1. Elizabeth MZ dice:

    Me gustó este cuento, y más sabiendo que lo has logrado tan bien ¡sin ninguna T!

    Escrito el 28 abril 2015 a las 17:12
  2. 3. Miranda dice:

    Hola Arturo.
    Soy una de tus comentaristas anónimas. Tu texto ya te dije que me gustó y que los pequeños errores eran fáciles de corregir. Espero que mi comentario te ayudara un poco.

    Saludos

    Escrito el 30 abril 2015 a las 17:43
  3. 4. grace05 dice:

    Me gustó tu historia. El giro final sorprende. Tal vez la lectura se me hizo un poco difícil por la falta del guión de diálogo. El vocabulario y lenguaje es muy bueno, a pesar de haber recurrido a sinónimos para evitar a la “señora T”.
    ¡Buen trabajo!!!!
    Te invito a comentar 106

    Escrito el 3 mayo 2015 a las 20:54
  4. 5. beba dice:

    Hola, Arturo:
    Felicitaciones por el reto cumplido. Muy bueno tu cuento. Buen ritmo; bien logrado el estilo de “rancia elegancia” de los personajes;
    correcto el vocabulario y la puntuación; acerca de ésta, me sorprenden los signos para marcar el diálogo; no los conozco, pero no son los habituales.
    Saludos.

    Escrito el 4 mayo 2015 a las 16:56

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