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¡A la orden mi General! - por Antonio Carro

El sol comenzó a verter sus primeros rayos sobre los árboles del enrejado cuartel. Jiménez contemplaba el amanecer con satisfacción.
A lo lejos, las figuras de dos soldados se acercaban hacia él.
¡Por fin! Estaba hasta los cojones de dar vueltas toda la noche en esta mierda. ¿Quién coño va a querer entrar aquí? Si esto parece un cementerio, aquí solo quedamos ya cuatro degraciaos. Hasta los cetmes se quedan encasquillaos de lo viejos que son. ¡Y me tuvo que tocar la mili aquí!
—¡A la orden mi primero! ¡Sin novedad en la guardia! —dijo Jiménez a la vez que bostezaba.
—¡Más énfasis Jiménez! Tienes que estar contento, solo te queda un mes y… a casita. ¡A que te limpie el culo tu madre!
—¡Eh! Menos cachondeíto mi primero o…
— ¿O qué? ¿Quieres que te meta un parte? Un mesesito más te vendrá bien. Así que: ¡ahuecando el ala! ¡Y a dormir!, que tienes que estar fundió de haber estado toda la noche cascándotela.
El soldado de relevo sonrió, cambiando su ufano gesto cuando Jiménez le dijo:
—¡Ahí te quedas gilipollas!, a mamarla todo el día, dando vueltecitas por el caminito. Por cierto, ten cuidado con pisar una mierda que solté anoche, que no me acuerdo ni donde fue. ¡A pasarlo bien!
Y viene como voluntario, ¡aquí! ¡A San Fernando! Será idiota. ¡Y todavía le quedan ocho meses! Aunque lo mismo lo trasladan a otro sitio, se rumorea que esto va a tocar “retreta”, para siempre.
-¡A sus órdenes mi primero! Con su permiso. –dijo Jiménez cuadrándose de una forma poco ortodoxa, y se marchó de allí.
¡Coño, ya es casi la hora!
Jiménez aligeró el paso. Tenía que ir al Cuerpo de Guardia a entregar el pesado cetme y después, a la camareta. Allí estaría su colega Santiago, un gitano que tenía mucho arte tocando la guitarra.
Justo cuando iba a entrar en el Cuerpo de Guardia, comenzó el toque de diana.
Los tambores comenzaron a tocar. El lector se preguntará: ¿tambores? Sí, tambores. Desde hacía cinco años el coronel cambió el toque de corneta por el de tambores. Sus dos hijos gemelos, que eran algo retrasados, habían fracasado en los estudios. Después de pasar sus grasientos culos por varios institutos de alto postín, no hubo manera: eran dos melones que solo sabían tocar el tambor. Así que, su padre que era el mandamás, los colocó tocando dicho instrumento en este cuartel, y así tuvieran el porvenir resuelto.
A todas horas había musiquita de tambores por todos lados. Y anda que no tocaban fuerte los mamones. Otra cosa no sabrían hacer, pero dar por culo con los tambores…
Juan se tuvo que cuadrar ante la subida de la “banderita” y aguantar el tirón ante el insoportable tamboreo.
¡Vaya cara de placer que ponen los feos estos tocando el tambor! ¡Cabrones!
Ya en la camareta no sabía qué hacer: tumbarse para darle fin a un casi consumido porro, ir a la cantina a beber cerveza o salir al pueblo. Aunque lo último no le apetecía, San Fernando era como estar en un centro de reclutas pero al aire libre, se decidió por salir. Así que, se vistió de “bonito” y pensó:
« En once meses que llevo aquí no me he comido una rosca, bueno sí, muchas: en el bar el Quijote, las de jamón están buenísimas. Quién sabe… quizá hoy caiga algún chorbito».
Las chicas de San Fernando, que estarían hasta el “mismísimo” de ver tanto traje militar, paseaban siempre en grupo, hablando entre ellas y sin mirar a ningún soldadito a la cara. Eran como el fruto prohibido del Edén. Algo que estaba al alcance de muy pocos.
Jiménez y su colega Santi llevaban largo rato paseando por la calle principal, rodeada de cuarteles militares y atestada de todo tipo de uniformes, hablaban de cosas triviales.
Dos chicas se cruzaron en su camino y, cosa no muy habitual, los miraron y sonrieron mientras cuchicheaban algo.
—Mira tío, hoy es nuestro día de suerte. ¡Y siguen mirándonos y riéndose! ¡Vaya par de melones que tiene la rubia! ¡Al ataque mi general! —le dijo Jiménez a su colega.
Casi era la hora de retreta. Tenían que volver, o si no… ¡parte al canto!
Los dos siguieron a las esculturales chicas con la mirada clavada en ambos culos.
El corazón de Jiménez estaba desbocado.¡Pero qué buenas están! Casi estaba a punto de tocar el hombro de la rubia, cuando Santiago le dijo:
—¡Eh! ¡Escucha!:
Los tambores comenzaron a sonar.

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2 comentarios

  1. 1. Tinta Negra dice:

    ¡Jajajajaja! ¡Buenas Antonio! Cómo me he reído con tu relato! ¡Es divertido de narices! Genial el lenguaje “palabrotero” que has utilizado para un caso como este, se hace real y no cuesta nada meterse. Me parece estar viendo una película de cine español. Bien reflejada la idiosincrasia de este país. Bien redactado y ambientado. Redunda decir que no cuesta nada leerlo, entra como brisa veraniega. El inicio en sí ya te sitúa maravillosamente en la escena, es un gran comienzo: “El sol comenzó a verter sus primeros rayos sobre los árboles del enrejado cuartel. Jiménez contemplaba el amanecer con satisfacción.
    A lo lejos, las figuras de dos soldados se acercaban hacia él.” Está lleno de humor. Un gran placer leerte, tienes buena mano para inventar historias y situarlas, igual que el otro relato parecen obras para llevarlas a la gran pantalla. A ver si llegan más compañeros y seguro se lo pasarán tan bien como yo echándose unas buenas risas. ¡Un fuerte abrazo y hasta pronto!

    Escrito el 30 mayo 2015 a las 07:18
  2. 2. Leonardo Ossa dice:

    Hola Antonio, muy entretenida tu historia. Coincido con Tinta Negra en que reflejas usando el lenguaje adecuado para la escena, los diálogos característicos del cine español. Es una narración divertida que me ha gustado. Todo el tiempo en mi cabeza ha sonado la voz ibérica.
    ¡Felicitaciones! Hasta pronto.

    Escrito el 4 junio 2015 a las 04:00

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