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Los adoradores del que asecha en lo profundo. - por Andrés Sulbaran

Ana pensó, una vez en el cementerio, que aquello era sumamente una mala idea pero era testaruda al igual que a la persona que iba a visitar, su padre, y es que a diez años de su muerte la tradición de ir cada 27 de mayo a su tumba era una obligación auto-impuesta consigo misma.

Este año las cosas se habían atrasado un poco. Ana ejercía su labor como enfermera en el hospital Sucre y, desde que comenzó, siempre obtuvo el turno matutino que comprendía desde las 6:00 am hasta las 1:00 Pm pero aquél 27 de mayo, por razones que no van al asunto, la compañera del siguiente turno de Ana faltó a su puesto de trabajo por lo que le quedó a esa chica esbelta de 25 años el cubrirle y pasar toda la tarde en el hospital con el desasosiego de que la visita a su amado padre se iba postergando más y más conforme avanzaban las horas.

Llegada la hora en la cual finalizaba Ana el turno de su compañera y entregándoselo a quien seguía en su lugar el deseo de cumplir con la tradición anual se encontraba hirviendo en su pecho. El cementerio se encontraba a 4 cuadras del hospital (Cosa irónica y quizá de mal gusto), si de daba prisa quizá podría estar sólo unos cuantos minutos junto a su difunto padre. El sol comenzaba a tornar el cielo de anaranjado, sí, le daría tiempo así que emprendió un caminar rápido hacia su encuentro familiar.

Al llegar al sitio no perdió tiempo esperando el cambio al comprar las típicas flores, tardó un cuarto de hora en llegar al cementerio por lo que el cielo se encontraba más negruzco que anaranjado y las primeras estrellas comenzaban a despertar, avanzó y avanzó deprisa mientras cruzaba hacia la derecha y a la izquierda, zigzagueando en el camino entre tumbas que ya conocía hasta que se encontró con aquella simple loza de mármol que sobresalía disimuladamente del suelo.

Ana miró con cariño y satisfacción la tumba de su padre, no le había fallado, cumplió con su tradición personal. Colocó las flores delante de la loza y le habló a su padre, como siempre lo hizo en vida, de lo que había sucedido en su vida en el tiempo en que no había ido a visitarle.

Un año de vivencias y momentos hicieron que Ana desconectara su mente del sentido del tiempo… De un momento a otro, y cuando volvió en sí, observó que se encontraba en total oscuridad. Nerviosa, se despidió rápidamente de su padre y emprendió, deprisa, su regreso a la salida del cementerio intentando utilizar su sentido de la orientación para recordar el camino de vuelta.

Los minutos pasaron y conforme a que se hacía cada vez más tarde el miedo de Ana aumentaba más y más. Inhaló y exhaló de forma exagerada al gran alivió que obtuvo al ver una luz a lo lejos.

Ana comenzó a andar de forma apresurada en dirección hacia aquella luz que, conforme se acercaba, descubría que provenía de una llama, de una fogata; A pesar de la extrañes del asunto Ana decidió no detenerse a hacerse preguntas y siguió andando.

Al ya estar lo suficientemente cerca de la fogata Ana se petrificó. Aquella luz no provenía de algún tipo de ayuda o de la más mera idea de auxilio.

Frente a la fogata se encontraban 5 hombres con capuchas negras quienes rodeaban a una chica, Ana pensó que parecía de su edad, que se hallaba desnuda sujeta a una silla. Los hombres a su alrededor entonaban cánticos incomprensibles con tonos exageradamente graves mientras que otros 10 hombres, desnudos, yacían quietos con tambores en las manos.

Ana no podía moverse, no entendía que era aquella escena, quería correr pero sus piernas no respondían y su corazón se heló tras el siguiente acontecimiento:

Uno de los hombres se acercó a la chica y, tomando una daga, rebanó su garganta, la chica no se inmutó, no se movió ni chilló, simplemente se quedó tan callada y quieta como una estatua. La sangre, por su lado, cayó al suelo, de este, de la tierra, comenzaron a salir tentáculos. Los hombres aumentaban el volumen de su cántico mientras los tentáculos los rodeaban y, sólo después de que un rugido monstruoso provenía del suelo, el cual tembló y se rajó dejando salir un extraño ser, los tambores comenzaron a sonar.

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