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Ùltimos tambores - por Andrès Claudio Mogni

“Te extraño Yanina”, pensó en ese momento mientras golpeaba el parche de su tambor.

Habrán pasado dos meses desde ese terrible día de carnaval en que decidieron ver una murga. El transito había sido cortado pero,en el momento en que pasaban los tambores, un auto descontrolado intento cruzar la calle. El conductor tomó conciencia y evitó embestir a los espectadores. Sólo atropello a dos: a Yanina, que murió y a el, que salió despedido y cayó en medio del desfile. Fue irónico que él, cuyo hobby era la percusión, halló la desgracia durante su disfrute preferido.

Sin embargo la música fue su primera huida. Creyendo que el sonido vibrante de los tambores bloquearía su drama dejó su trabajo en una empresa de marketing y se unió a una banda de percusión. A poco de ingresar allí, un contrato le permitió la segunda huida: trabajarían en un crucero por el Caribe.

Todo fue en vano. La música terminó siendo una barrera que encapsulaba su dolor y el obvio espíritu hedonista de los turistas generó un contraste que agudizó su tristeza.

El último tema finalizó. Estaban llegando a Jamaica y era suficiente reggae para ambientar el siguiente destino.

El crucero se detenía un día, con su noche incluida en el puerto. Eso permitía la compra de chucherìas y, para algunos probar la comida local y realizar una excursión a unas cascadas cercanas.

Para él sería la fuga final. Tenía su mochila preparada, cosa que no sorprendería a nadie porque ese día nada le impedía incluso pernoctar en la ciudad, y la idea de enviar un telegrama de renuncia desde el correo más cercano.

¡Y después a perderse por Jamaica¡ Por 30 días tenía visa de turista, sabía música, hablaba inglés, tenía un sueldo depositado y la posibilidad de arreglar la manera de recibir la liquidación final. Cuidando el dinero, debía rendirle hasta conseguir una fuente de sustento.

Llegó el barco a puerto, hizo el tramite en Migraciones y Aduana y sorteó los puestos de vendedores que esperaban a los turistas.

Tenía delante la ciudad. No ingresó en ella de inmediato. Observó el panorama. Sintió primero la mañana. Era agradable, luminosa, cálida pero no tórrida. El aire y el sol parecía que limpiaban sus penas. Al fondo un ritmo de tambores daba ,a diferencia del crucero, alegría.

Preguntó a una mujer la dirección del correo. Caminó cuatro cuadras, observando la antigua edificación, y dentro del edificio, que asemejaba un templo protestante, envió su telegrama. Comenzaba su libertad, sentía placer, era el momento de organizarla.

Pero el principal tema era la supervivencia. Lo mejor era sentarse en un lugar y pensar. Siguió la calle del correo, con ese fondo de tambores, llegó a una zona de playa y se ubicó en un murallón frente al mar.

“Es mi mejor momento” pensó “pero no tengo nada, renuncié a mi trabajo y el dinero se va a evaporar”, se contradijo.

“¡ Pero no es así, soy músico, entiendo el idioma, es más fácil que los turistas me busquen a mí que a un negro con rastas¡¡ de mí no van a desconfiar¡”. Se sintió sabio.

En eso pensó en el correo y el telegrama. “¡Qué forro, quemé mis naves¡”

“Pero llegué hasta aquí desde Buenos Aires, antes había sobrevivido a un accidente, me repuse, superé lo de Yanina, creo en mí”. Y la autoconfianza lo envolvió.

“¿Pero habrá trabajo aquí?. En la Argentina no sobra lo bueno pero es mi país. No conozco Jamaica”

“¡Bueno, hay que tener fe¡¡ Voy a vivir¡”. Dijo en voz alta, sintiendo algo raro en su corazón. Y sintió desesperanza.

Sintió que la luminosidad, aunque agradable, era muy fuerte. Lo deslumbraba. Buscó los lentes de sol.

Se había olvidado de los tambores. Ahora venían hacia él. No los veía nítidamente pero le pareció que era una comparsa. Un grupo de hombres tocando tambores (¿sus compañeros?) y adelante una hermosa joven.

Se levantó de un salto. Fue un alarido. Se detuvo la mùsica.

– ¡¡¡ Yaninaaa¡¡¡

Entonces sintió una increíble felicidad. El fulgor era tan grande que la abrazó a ciegas, pero era su cuerpo, su perfume.

Ella sólo dijo

– Te enseño el camino

Y no había crucero, no había Jamaica, no había futuro. Había sobrevivido unos minutos a su novia y todo lo había imaginado en su agonía, escuchando a la murga.

Los tambores comenzaron a sonar.

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2 comentarios

  1. 1. Martina Albeaga dice:

    Andrés, que bueno… me ha encantado el dilema que le has creado al personaje, ese debate interior. Quizá un cambio de narrador hubiese sido más potente. ¿Qué tal un narrador protagonista, él mismo contándonos la historia?
    Un placer leer tu relato, Andrés.

    Escrito el 31 mayo 2015 a las 19:23
  2. 2. beba dice:

    Hola, Andrés:
    Me gustó mucho tu relato.
    Mientras lo leía me pareció poco sólido; como que ibas muy rápido para una situación como la que había vivido el protagonista. pero el giro final fue fantástico: inesperado y bien logrado.
    Buen manejo del vocabulario.
    Si quieres pasa por el mío, el 153.

    Escrito el 15 junio 2015 a las 03:15

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