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Silencio intenso - por María M. Gras

Me inquieta tu silencio. Me perturba no saber ni dónde ni cómo estás cuando hace apenas una semana disfrutábamos, nos sentíamos, mirando fijamente la luna inmensa desde tu terraza. Cuando después de varios whiskys, describíamos los colores imposibles del cielo nocturno y hablábamos…y hablábamos. Emocionado me decías las ganas que tenías de dormir conmigo y de bailar al ritmo de la cumbia que tanto echabas de menos. Supe por los colombianos dueños del bar de abajo de mi casa, que a la mañana siguiente varios grupos de cumbia tocarían en la plaza. Muchos años viajando por el mundo y demasiados meses encerrado en Madrid. “Deseo sentir el ruido de los tambores”, me decías con los ojos iluminados. Para ti encarnaban un segundo corazón. El corazón de tu familia que seguía en Cali. No los veías mucho pero su música, su fuerza, siempre te acompañaban.

Quizá demasiado alcohol esa noche. Alcohol que no impidió que condujeras para llegar de tu casa a la mía. Que te saltaras de nuevo todas las leyes como si eso no fuera contigo. Alcohol que otra vez provocó que te detuvieran, que tengas pronto por un juicio que te inmoviliza, que te impide salir, escapar de esta ciudad en la que sobrevives, malviviendo como una bestia enjaulada. Había sido otra multa, otro juicio hacía unos meses el que como grilletes carcelarios, te seguía atando a Madrid. "¿Seguiremos de fiesta, no?" me dijiste, escondiendo en la guantera la citación para el juicio, evadiendo la dolorosa realidad impuesta. Dejamos atrás el control policial, yo sí podía conducir. Llegamos al único bar cerca de mi casa que permanecía abierto. Continuamos bebiendo. Tus ojos pequeños inundados como nunca de una mezcla de rabia y pasión. Necesitabas expulsar tu ira, tu asfixia alimentada en los últimos meses en esta ciudad gris.

“Me siento en parte culpable” te dije. “¡Debería haberte impedido coger el coche!” casi te chillaba. Si no hubieras conducido seguirías hoy a mi lado, aunque solo fuera durante un día más. Pero no puedo volver atrás. Pero hoy me duele. Seguiste bebiendo mientras rodeabas mi cuello con tu brazo. Mientras hablabas en susurros y sentía tu aliento en mi nuca, mientras clavaba mis uñas en tu brazo. Tu rabia en forma de mordisco que todavía veo en mi hombro, dos pequeñas heridas fruto de tu bestialidad contenida. Sentía tu enfado pero no encontré palabras para consolarte, solo te agarraba fuerte, sin movernos de la barra del bar, pero casi queriendo pelear, luchar. Y hablabas, hablabas…de todo lo que has sentido estos meses actuando como los demás esperaban, encajado a la fuerza como una pieza redonda en un agujero cuadrado. En una realidad adornada, superficial. Muy alejada de tu verdadera naturaleza.

Cerraron el bar. Entramos presurosos en mi casa. Me costaba hablar porque sentía tu dolor. Te susurraba al oído lo mucho que te deseo aunque no me escucharas. Buscabas evadirte durante unas horas sin minutos, sin tiempo en un sexo salvaje que te aliviara, que hiciera olvidar los meses que todavía malvivirás en esta ciudad que te oprime. Estremecida y temblorosa por tus manos que llegan donde nadie alcanza, por tus intensos besos…Tan ubicada como perdida en un lugar maravilloso y perturbador sin espacio definido. Te sentía aunque sabía que tu corazón no estaba conmigo. En tu mundo de contradicciones deseabas tanto estar a mi lado como lejos de mí. Apenas dormimos unas horas. La luz del amanecer que suavemente iluminó la habitación, se arrojó hiriente sobre ti. Un haz de luz en forma de navaja que te desgarró. Te despertó de la anestesia del alcohol. Escuchaba tus alaridos silenciosos. Sentía las cadenas que oprimían tu alma. Sentado en el borde de la cama dándome la espalda, te agarré fuerte de la cintura, te besé suavemente el cuello. Buscabas mis manos tanto como huías de ellas. De la cama a la ventana, de la ventana a la cama arrastrándote como un sonámbulo que no quiere despertar. Me eché a llorar. Saliste silencioso de mi casa. Acurrucada en el suelo con la espalda apoyada en la puerta, todavía sintiendo escalofríos por tu respiración entrecortada en mi nuca.

Solo un mensaje horas después, “No estoy en Madrid”. No respondiste a mi pregunta. No sé dónde estás pero hoy he soñado contigo. O quizá fue todo un sueño. Ojalá hubiera sido un sueño. Luz cegadora de mediodía. Empezó la cumbia. Me escondí debajo de las sábanas. No quería oír esa cumbia, tu cumbia, pero los tambores comenzaron a sonar.

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