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Margarita - por pachibuda

Margarita tenía ciertas reacciones, podríamos decir, raras. Había sonidos que le producían ira. Vivía en el pueblo de Somarriva, ubicado en el valle del Ajillo, en los montes Calvos. Habitado por los antiguos trabajadores de la mina de hierro cerrada hacía años. Los empleados mayores se quedaron, más por costumbre, que por elección; los más jóvenes emigraron, salvo algunos que se contentaron con el trabajo de la tierra. Este era el caso de los padres de Margarita.
Vivían en una casa a la salida del pueblo, sus tierras secas no eran muy generosas. Solo crecían los nogales, la aromática manzanilla y una que otra mata para la alimentación familiar. Todo estuvo en paz, hasta que comenzaron los problemas con su hija menor. Unos minutos antes de que el cura tocara las campanas de la iglesia, Lucrecia, la madre de Margarita, corría donde estuviera la niña para taparle los oídos con sus manos. Si no lo hacía, ésta se ponía a gritar como una condenada. Los vecinos al verla se santiguaban, tratando de espantar al demonio que creían la poseía.
A medida que la niña crecía, la situación para Lucrecia se hacía más difícil. No siempre estaba junto a ella para la campanada. La verdadera dimensión de la tragedia comenzó un día en que no la alcanzó, Margarita corrió más rápido que la gallina Manuela, la atrapó y le tiró tan fuerte el cuello, que salieron las plumas entremezcladas con el polvo que se levantó. Ahí quedó el animal, con los ojos brillantes y sin vida. Margarita rompió en llantos a esconderse bajo una mata que la esperaba consoladora. Lucrecia desesperada fue dónde el padre Samuel a prohibirle que tocara las campanas.
Por un tiempo llegó la paz. Los únicos sonidos fueron los del agua del río, el cantar de las alondras, el murmullo del viento y la voz del cura llamando a misa. El pueblo se compadeció de margarita, según Lucrecia, no por la niña, sino por miedo a convivir con el demonio. Todo fluyó hasta el día en que la banda de Luis Canela se fue a vivir a una cueva en los montes Calvos.
El ruido que producían los bandidos después de cometer algún atraco, tirando balazos por doquier, desequilibró la salud de Margarita. Su efecto fue peor que la campana. En la última corrida, la niña, que ya no lo era tanto, cogió el cuchillo de la cocina y corriendo como loca, atacó a la vaca lechera que pastaba tras su casa. El corte fue tan profundo, que el animal se tiño de rojo. Lucrecia, indecisa, no sabía si atender al animal o a su hija que tirada en el suelo, con el arma aún en sus manos, convulsionaba sobre la hierba.
Se llamó a una reunión urgente de todos los vecinos en la iglesia. Las propiedades corrían peligro con los bandoleros y los cuellos con el diablo de Margarita. Formaron una comisión entre el alcalde, el farmacéutico, Don Pancracio y Lucrecia. Poniéndose de acuerdo como representantes del pueblo, decidieron subir el cerro e ir a conversar con el jefe de los bandoleros. Luis Canela en persona los recibió, con su gran bigote, dos armas cruzadas en el torso y una voz que tronaba, su presencia era intimidante. El alcalde le explicó que era un pueblo de sobrevivientes pobres y que necesitaban vivir en paz. Doña Lucrecia tras el edil, lloraba y entre susurro repetía el nombre de Margarita. Llegaron al acuerdo de que la banda bajaría por el otro lado del cerro a cometer sus fechorías.
Pasó el tiempo, Margarita se convirtió en una bella mujer. Lucrecia llenó la casa y el campo de jaulas de pájaros, que trinaban de día y de noche. Los nogales crecieron y con sus ramas protegieron el sitio de todo ruido. Margarita cuidaba con tanto amor las plantas de manzanilla que agradecidas florecían durante las cuatro estaciones.
Un día de abril todo el pueblo salió a la calle, incluso Margarita. Venía a instalarse por una temporada el gran circo del Payaso Manuel. La comitiva estaba formada por muchas carretas pintadas de colores, tiradas por bueyes, cargadas de aperos, animales y artistas. Margarita en primera fila, fascinada miraba el espectáculo. Se detuvieron justo delante de ella. Del primer carro bajó un hombre moreno vestido completamente de rojo, tras él un grupo de veinte enanos, trajeados de amarillo. Se pararon delante de la comparsa y levantando la mano derecha empuñando una enorme baqueta…los tambores comenzaron a sonar.

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3 comentarios

  1. 1. Autor dice:

    Hola, pachibuda. Soy Autor, escribi uno de los comentarios de este texto. Te invito a pasarte por el mio (nº 105), por si quieres comentarme algo. Un saludo. ¡A seguir escribiendo!

    Escrito el 28 mayo 2015 a las 22:59
  2. 2. Marta dice:

    Ay, pachibuda! Que final tan peligroso para el circo. Muy chulo tu cuento. Algunas faltitas. Puliría un poco la forma, pero la historia tiene su gracia. Un saludo

    Escrito el 29 mayo 2015 a las 00:27
  3. 3. Zelfus dice:

    Hola. Tal como lo planteó una compañera hace un par de meses, la idea es comentar al menos los siguientes diez relatos al tuyo. El mío es el #61. Me planteaste una situación, unos personajes y un problema, pero me dejaste sin resolverlo. Me gustó la idea inicial aunque no estoy seguro de que el cura sencillamente le hiciera caso a Lucrecia. Un poquito más al final es lo que yo recomendaría.

    Escrito el 2 junio 2015 a las 01:21

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