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Pasión de carnaval - por Margarita Graña
El corazón del barrio Sur son los tambores. Ese barrio Montevideano espera todo el año para hacer la fiesta del candombe en la noche afiebrada de carnaval. Durante ese día las preparaciones son una algarabía. Explotan las comparsas y sus personaje, que todo el año esperan el momento de lucirse en el concurso de Llamadas mas importante del país.
Desde hace un tiempo los que se dedican a medir las expresiones populares con vara académica le han dado al candombe un lugar importante en el arte nacional y la televisión empezó a hacerse presente en el concurso, obligando a profesionalizar la fiesta, mejorando los vestuarios, las coroegrafías, el famoso timing. Pero el sentir de esa barriada es tan genuino, tan arraigado, que a pesar de todo ello no ha perdido ese encanto que despierta a los dioses y les hace mover las caderas.
Pero antes de la fiesta hay muchas horas de ensayo. La comparsa de Diego abre el desfile y se prepara este año para ganar una vez más. Para él es su primer desfile, hace poco se incorporó a la comparsa y logró ser aceptado entre los novatos por su potente golpe del tambor piano. Fueron dieciséis años esperando del otro lado de la vereda. Ahora forma parte de esa masa de mas de 80 tambores, codo a codo con muchos de sus ídolos de la niñez, y apenas controla la euforia que eso representa. Son meses y meses saliendo a tocar cada sábado. Borocotó borocotó borocotó chas chas. Los dedos sangran pero no duelen, siguen y siguen pegando a la lonja en un transe colectivo y ancestral. Y la meta es el final de la calle Isla de Flores. Y es el concurso de Llamadas del carnaval.
En las últimas semanas se incorporan al ensayo las vedettes y su coro de mamaviejas, escobilleros y jóvenes bailarinas. Entre ellas se encuentra Bettina, que baila desde niña, como siempre, detrás de la comparsa. Este año se anima a lucir el traje de plumas y lentejuelas del cuerpo de baile. No es la vedette principal, le falta experiencia y edad, pero a sus quince años todo eso se suple con gracia y simpatía. Bettina baila como bailaba su abuela, su madre, nadie le enseñó a bailar, eso se lleva en la sangre. Mueve las caderas y los brazos, siente que los tambores tocan para ella. A Diego, desde el primer ensayo, la visión de aquella princesa de ébano bailando lo agarró desprevenido. Se le secó la boca, quedó hipnotizado, y las manos redoblaban la fuerza del golpe cuando ella pasaba cerca de su tambor. La muchacha sintió la mirada que quemaba y halagada sonrió.
Las tardes de práctica van pasando, y entre ellos se va gestando un lenguaje mudo de miradas y ansiedades. La cadencia redonda del candombe los va envolviendo, los va llevando hasta que el clímax del redoble explota con una promesa en la piel.
Ah, la pasión adolescente, cuando se desborda, no hay compuerta que la pare ni dique que la contenga. Pero a esa edad la vida no da tantas chances y, entonces, la noche elegida por los enamorados fue la del concurso, oportunidad inmejorable, cuando las casas estarían vacías y los adultos en la bacanal.
Y llegó la tarde que esperaban todos. Desde temprano, la gente se acerca mateando a ocupar las sillas apostadas a los lados, se escuchan los pregones de los mercachifles y vendedores ambulantes, los niños desbordan de gritos la vereda. Al inicio de la calle se van acomodando las comparsas, corren los últimos preparativos, los maquilladores, las modistas, los coreógrafos. Se acerca la hora de inicio, la comparsa que abre está cargada de excitación. Alguien se preocupa, falta un tamborilero y una bailarina del coro, pero pronto se reacomodan las filas y el momento de zozobra se domina.
En la calle Isla de Flores esquina Gardel, todo los balcones están abiertos de par en par llenos de expectantes espectadores, pero si se fijan bien, hay uno allí, en la tercera casa, que está cerrado. Es el cuarto de Bettina, que esa noche espera a Diego, para bailar para él su candombe de amor. Y Diego llega arrebolado, sin su tambor en las manos se encuentra torpe y aturdido. Se miran paralizados, sienten que falta algo, pero la bailarina sonríe, sabe cómo recuperar la magia y suavemente abre la venta. El calor de la fiesta se va metiendo en el cuarto y entonces los tambores comenzaron a sonar.
Comentarios (8):
Margarita Graña
28/05/2015 a las 18:03
Hola
gracias comentaristas por sus aportes, muy bien venidos.
En la última oración quedó mal una palabra, es “suavemente abre la ventana”. Se cortó la palabra ventana y quedó venta. Disculpen
Saludos
Margarita Graña
28/05/2015 a las 18:04
y bienvenidos va todo junto! perdón
Juana Medina
28/05/2015 a las 19:29
Pero Margarita, a pesar de las pequeñas cosas que a todos se nos pasan, has logrado una historia de amor encantadora. He pasado unas tardes preciosas en ese barrio de Montevideo y ahora me conmuevo con ese tierno y bailado amor.
Encantadora, encantadora. Es la palabra que me surge con más fuerza.
Gracias
Osvaldo Mario Vela Sáenz
28/05/2015 a las 23:46
Margarita que pluma tan intensa, al escribir, de despertar sentimientos que van en busca de una pista de pasión donde aterrizar. Romeo y Julieta se sentirían celosos de Bettina y Diego; estarían atentos al eterno y cadencioso baile del amor. Enhorabuena.
Ryan Infield Ralkins
29/05/2015 a las 15:09
Una bella historia de amor. Los sentimientos de los protagonistas están muy bien plasmados y las descripciones son estupendas.
Felicidades por este excelente trabajo.
Saludos.
Essereio
01/06/2015 a las 12:23
Margarita me ha encantado tu relato, me ha entrado una calidez por el cuerpo cuando lo he leído…es genial cómo relatas las emociones de los personajes y el ambiente de la historia. Sigue así.
Un saludo
beba
01/06/2015 a las 12:58
Hola, Margarita:
Me encantó tu relato, tan vital y genuino. Hermoso. Yo recordaba que alguien iba a escribir sobre candombe, pero te confundí con Thelma.
Hay algunos deslices de tipeo:todo los balcones.
Por otra parte, te sugiero aprovechar el cambio del tiempo verbal en “Llegó la tarde que esperaban todos”, para continuar en pasado y colocar el “empezaron a sonar” de manera más natural.
Otra vez, aplausos.
Te invito a mi cuento; tiene que ver con candombe; es el 135.
Leonardo Ossa
10/06/2015 a las 06:08
Hola Margarita, me ha gustado mucho varias cosas de tu escrito, por ejemplo la mención de la ciudad de Montevideo, el candombe, la esquina Gardel, pues aunque no he viajado nunca a Uruguay, encuentro en tu narración una ambientación perfecta del folclor Uruguayo.
La mención de Diego llegando arrebolado, también me recuerda la canción de las Ketchup “Aserejé” cuando “viene Diego rumbeando”.
Acá en Medellín tenemos una calle “Carlos Gardel”
Una historia muy juvenil.
Hasta luego.
¡Saludos!