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La mas justa de las guerras - por @alfca30

Web: http://pensamientodinamico2010.blogspot.com.es/

Aquella noche deseé estar muerto, pues todo lo que me daba la vida me había sido arrancado.

El rey lo sabía, así lo había dispuesto, y así me dejó, convencido de que en mi arruinado honor encontraría la forma más rápida de acabar con mi desdichada existencia.

Los reyes son caprichosos. Basta que les jures lealtad para que al abrigo de ese juramento arriesguen tu vida como moneda de cambio en guerras sin honor alguno, pero que poco a poco van minando tu alma.

Yo solo quería envejecer con mi familia, conocer a mis hijos, darles algún recuerdo que pudieran conservar. Pensé, iluso de mí, que el rey en su magnanimidad lo comprendería y me recompensaría con el ansiado descanso.

Me equivoqué. Los reyes no entienden de servicios prestados, al menos éste no. Pero en cambio si entienden de ejemplaridad, y yo le había brindado una excelente oportunidad para demostrársela a sus súbditos.

Esa noche debió haberme matado. Lo tuvo fácil; una simple orden hubiese bastado para cualquiera de sus lacayos, deseosos de una palmadita en la espalda. Yo lo intenté, con todas mis fuerzas, pero el destino no se deja influenciar por las debilidades de los hombres, y aquella noche el destino se empeñó en dejarme vivo.

Pasaron varios días con sus noches, mi cuerpo no respondía pero se negaba a morir entre las cenizas de lo que antaño fue mi hogar. Al tercer día conseguí levantarme, no sin esfuerzo, y vagué sin rumbo buscando solamente alejarme de allí.

En mi huida dejé atrás aldeas consumidas por el hambre, ahogadas por los impuestos, envejecidas por el paso injusto del tiempo.

Conseguí refugiarme en el bosque, al sur, donde confiaba en poder acabar digna pero rápidamente con mi dudosa existencia. Pero el caprichoso destino me tenía reservada una última misión. Algunos de los hombres que habían estado a mi servicio me encontraron, uno de ellos me entregó mi vieja espada, y reflejado en su hoja surgió una chispa que enardeció mi apagado corazón.

A esos hombres se le sumaron varios más, y por todo el reino corrió el rumor de una sombra que se removía en el sur. En poco tiempo, muchos hombres en busca de una oportunidad para los suyos acampaban en el bosque ofreciendo su espada al que proclamaban como la esperanza de una nueva era. Otros habían abandonado las filas del ejército real en busca de un futuro mejor.

Seis días después de mi destierro cabalgaba de vuelta al frente del mayor ejército de hombres libres que jamás hubiera existido, al frente de un ejército que, después de muchas guerras, tenía una razón justa por la que luchar.

Aquella noche desee estar muerto, hoy comprendí porqué no lo hice; sé que el destino me había reservado para el final la más justa de las batallas, aquella que no podía perder.

Entonces alcé mi espada al cielo, y los tambores comenzaron a sonar.

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3 comentarios

  1. 1. @alfca30 dice:

    Gracias a los que habéis corregido mi relato. Las críticas constructivas nos ayudan siempre a crecer.

    Saludos.

    Escrito el 30 mayo 2015 a las 16:58
  2. 2. A. Pantaleón dice:

    Hola @alf:
    Muchas gracias por tu corrección.
    Aparte de que no me gusta el titulo ni la frase de la palmadita en la espalda, tengo que felicitarte porque eres un magnífico narrador. Tu relato tiene todos los ingredientes, ameno, lúcido, profundo, interesante….
    Saludos.

    Escrito el 31 mayo 2015 a las 10:57
  3. 3. @alfca30 dice:

    Tomo nota de tus sugerencias A. Pantaleón. Esta semana corregiré el texto y las tendré en cuenta.

    Un saludo.

    Escrito el 31 mayo 2015 a las 17:26

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