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Doscientos trece días - por Liliana Savoia

Doscientos trece días

Han pasado siete meses. Doscientos trece días alargados por la pérdida. Tenía que hacerlo, se lo había prometido a Inés.

“Escuchá Alejandro, apenas termine lo tu madre deberemos alquilar el cuarto. No, no me mires con esa cara, tenemos que hacerlo, con ello podremos afrontar el gasto de la escuela de Marquitos. Vos sabés lo que nos está costando mantener el colegio nuevo y él se lo merece”.
“Además Olga siempre estuvo dispuesta a ayudarnos, así que esta sería una manera de honrar su memoria”.

Debía vaciar el cuarto más iluminado de la casa. Su cuarto. A mamá le gustaba sentarse al lado de la ventana para tejer.

Era imposible postergarlo, Inés es de esas personas que no claudican en sus caprichos. Las últimas semanas no había hecho otra cosa que hablar sobre el tema.

¿Qué haré con sus cosas? Ya me dijo Inés que ella no quiere nada.

“Hay que deshacerse de las cosas viejas que recuerdan más a la muerte que a la vida”.

Mis manos acarician el acolchado de crochet. Me acuesto del otro lado de la cama esperando que me lea el último cuento que trajo la tía Susana. La niñez se me instala en la memoria y en los ojos.

La idea de tener que desprenderme de todas sus pertenencias me destroza.

” Alejandro, ni se te ocurra andar por ahí regalando todo. Primero se pone a la venta, después veremos, yo tengo una prima que se casa a fin de año y a lo mejor necesita algo”.
En las cajas que conseguí en el supermercado chino voy poniendo sus cosas. Separo algunas que voy a esconder en el cuartito del fondo. Allí Inés casi no entra desde que vio la rata.
Una vida guardada en cartones de galletitas Terrabussi y vinos de Finca Chilecito.
Se desparraman en el piso las pocas cartas que le envié desde Malvinas, todas envueltas en una cinta roja con la estampita de San Expedito. Y la voz de Inés, que me taladra la cabeza: “No guardés porquerías, tirá todo lo que no sirva”. Inés, siempre Inés pisándome los talones.
“Apurate que el sábado va venir el muchacho que recomendó mi tía. Es de buena familia, está estudiando y aquí le resultará cómodo, le queda cerca de la Facultad de Medicina. ¿Y quién te dice, a lo mejor le puedo cobrar para cocinarle? Vos no hablés. Dejame a mí que yo me arreglo. No te metás. Siempre lo hechas todo a perder. Solo yo sé los malabares que hago para llegar a fin de mes”

Ya casi está todo ordenado, vaciado el ropero, la cómoda.

“Alejandro no te olvidés de revisar ese cajón con olor a humedad que está a los pies de la cama. A lo mejor allí hay algo de valor. Cuidado no vas a tirar justamente lo único que sirva”. Inés. Inés. Inés.

Abro el baúl que el abuelo trajo de Italia, me siento inseguro, furtivo. Mamá nunca me dejaba abrirlo, decía que había cosas de grandes, Me había obsesionado durante mi infancia en saber que guardaban, pero con el tiempo fui perdiendo el interés en saber que ocultaban allí, mi vieja no volvió a tocar el tema.
Un sobre de papel marrón con los bordes desdentados, en cuyo frente se leía: Juzgado de Familia, me llama la atención.
Mis dedos hurgan en las comisuras del papel: EL SOBRE ESTABA VACÍO.
Revolví más y más, pero solo encontré fotografías antiguas.
Al apretar un ángulo del piso del baúl noté que la diagonal que se formaba había levantado el ángulo opuesto. No pude más con mi angustia y mi deseo de saber qué ocultaron “los grandes” tanto tiempo.
Saqué todos los objetos del baúl y levanté la madera que oficiaba como fondo, allí una carpeta anillada me deslumbro con su vejez.
Extrayendo varios papeles amarillentos. Caí de rodillas frente al cristal…A los veinte días del mes de Julio comparecen ante este Juzgado Doña Olga Méndez D.N.I 9.342.560. …………y Don Augusto Contreras………casados, ambos cónyuges pasan a ser los padres adoptivos de Alejandro Pintos, en adelante Alejandro Contreras…
No sé cuánto tiempo pasó, la voz de Inés me despertó del trance en que me encontraba, para pedirme un café.
Caminé a su encuentro y con una decisión que ni ella comprendió, le dije:” Tenemos que hablar seriamente en cómo decirle a Marquitos la verdad” Era igual a mi verdad.

Info: El texto posee regionalismo que creí necesario no cambiar por español tradicional. El relato me lo requería.

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3 comentarios

  1. 1. Melisa dice:

    Hola, Liliana.

    Elegí tu texto al azar, cautivada por el título. La familiaridad de las palabras me sorprendió. Me alegro de haber encontrado a una compatriota por acá.

    Me gustó mucho tu relato. Es muy fluido y llevadero. Me parece muy interesante y original la historia que se esconde detrás de tu sobre vacío.
    También me resultó muy conmovedor: la pérdida de una madre, la guerra de Malvinas…

    Yo le sacaría la última oración: Era igual a mi verdad. Me parece que es innecesaria, que explica demasiado.

    Espero volver a leerte. 🙂

    Saludos.

    Escrito el 29 octubre 2015 a las 15:08
  2. 2. beba dice:

    Hola, Liliana:
    Pintas con acierto una situación conmovedora. Retratas muy bien a Inés, su “machaconería” y su preocupación por lo económico y lo práctico. También logras muy bien la imagen abatida de Alejandro.
    Pero creo que el sobre es absolutamente prescindible en esta historia, y que el desenlace resulta ajeno al planteo que se venía presentando.
    Te señalo, en cambio, que has manejado bien el lenguaje y los aspectos gramaticales.
    Adelante. Saludos.

    Escrito el 31 octubre 2015 a las 03:18
  3. 3. luis ponce dice:

    Liliana: un relato bien escrito, los regionalismos le brindan originalidad y a mi que soy de otro país me han parecido interesantes para marcar terreno.
    Pero estoy de acuerdo con Beba, tienes dos relatos en uno. El primero sobre la relación Inés-Alejandro, que se presta para un drama psicológico interesante por lo enfermizo. Y el segundo sobre las adopciones, que puede pasar a segundo plano, para unir ambos relatos has usado un sobre vacío que no a porta nada ni a uno ni a otro. Quizá si le buscas un giro diferente, podrías cerrar un relato interesantes tomando como base la relación enfermiza de los padres.
    Nos leemos.

    Escrito el 5 noviembre 2015 a las 18:55

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