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Un negocio - por Roberto Gómez

La mujer llegó vestida con un traje negro, que le dejaba la espalda al desnudo. No se escondía en complementos, a excepción de un diminuto bolso que colgaba de su antebrazo; sus ojos, marcados en una línea sutil de lápiz negro, le buscaban a él. Caminó despacio hacia su mesa. Él la observa, pensando que se había colado en un sueño que no era propio, sino de otro. La primera vez que se vieron, dos semanas antes de un frío y húmedo calendario, fue en el parking de la Plaza Somonte, había él invertido un tiempo perdido. La notó más triste, pero provista de esa elegancia que un hombre jamás llegará a comprender.

Él esperaba: taza de café entre las manos, sobrero sobre la mesa y un cigarrillo colgado de su boca. El cigarrillo acaba aplastado en el cenicero, provocando figuras azuladas en el aire. Sus pasos la acercan a la mesa, con ese ritmo acuoso con el que una dama inunda el mundo que pisa.

Ella ocupa una silla. No parece joven, ni más mayor que cualquier otra. Tiene unos finos dedos, de uñas atendidas, que con gesto metódico abren el bolso y operan dentro, hasta extraer una pitillera plateada. Él pulsa la rueda de su mechero, y espera. La llama se refleja sobre unos ojos de color pomada, que perfilan una mirada ladina. “Gracias”, dice, sin tono. Parece tranquila. Como si aquello formase parte de su vida diaria. Cruza las manos sobre la mesa, exhala el humo que se diluye en el aire. El resto de personas que hay en el bar no se percatan, pero a poco que se fijasen declararían que aquella pareja desafinaba tanto como una amazona que fuese a cabalgar sobre un burro.

“¿Por qué lo hace?” pregunta él, desviando su mirada hacia el fondo de la taza de café. El humo se eleva entre ambos, creando formas inestables. “Eso no es asunto suyo” responde, frívola, con un toque impúdico en su mirada. “Le pago para que evitar preguntas.” Sonríe él, ladino.

Acaricia la mujer el cigarrillo con sus labios. “Necesito que sea hoy.” La frase sonó sin timbre, parecía que hubiera estado merodeando en su interior durante todo el día. Él tardó unos segundos en reaccionar, como si estuviese traduciendo. “No puede ser”, responde, buscando un cigarrillo. Observa las mesas cercanas, nadie parece prestarles atención. “No dispone de más tiempo. Tiene que hacerlo hoy. Parte de viaje esta noche. La próxima vez que le vea, será mirando su cadáver.”

Se fija en las manos de ella, que juegan con la pitillera, sobre la mesa. Percibe una mirada tranquila, ecuánime ante lo que acaba de sentenciar. El precio pactado no había tenido réplica; la fecha comprometida, tampoco. Pero ahora, aquella precipitación, cambiaba el trato. O lo alteraba. El trabajo requería tiempo; había complicaciones, tecnicismos que no debían tomarse a la ligera. “Creo que tendrá que buscar a otro”, dijo mientras se encendía un cigarrillo. Miró con desdén el extremo que prendía. Se arriesgó, y ella razonó la amenaza. “Le pagaré el doble.”

En su oficio “el doble” significaba mucho dinero. Quizás, con un cálculo rápido, él era de pocos números, el montante superaba al de los últimos dos años de trapicheos. Negó con la cabeza; aún así, se dijo, era complejo. “Tengo que improvisar. No es cocer una langosta”, dijo él. “Búsquese la vida. No me importa cómo; pero hágalo”.

A pesar de que la cifra se había colado hasta el fondo de su memoria, el cambio era lo que podría trocar y definir, al mismo tiempo, la vida de un hombre como él; asumir el riesgo conlleva actuar con deliberación; eso podría o debería, pensó, aumentar el precio. Le miró a los ojos, pensó que el problema era de ella. Y se la jugó. “Quiero tres mil más”, dijo recostándose sobre el respaldo de su silla, confiando en haber dejado bien claro en su impostura que las urgencias cuestan caras. “De acuerdo. No hay problema”, contestó la mujer.

Sacó un sobre del insignificante bolso -parecía que no cabría nada más en él- de color vainilla y lo dejó sobre la mesa. “Esta es su foto.”

Se puso en pie, apagó su cigarrillo y susurró “adiós”.

Él tocó el sobre con la punta de los dedos, lo hizo girar, calculando lo que acaba de obtener por él, mientras contemplaba su espalda desnuda alejarse. “Un placer hacer negocios, guapa”, dijo torciendo la boca en una sonrisa.

Lo abrió.

El sobre estaba vacío.

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7 comentarios

  1. 1. Roberto dice:

    Me auto-escribo un comentario para dar las gracias a los que comentaron mi texto. Me ha servido de mucho. Mil gracias¡¡

    Escrito el 29 octubre 2015 a las 20:12
  2. 2. Celeste dice:

    Hola Roberto! Tu relato fue uno de los que me tocó comentar anónimamente. Las críticas constructivas ya te las dije y ahora que sé tu nombre te buscaré en próximos talleres ya que me gustó leerte! Gracias! Saludos!

    Escrito el 5 noviembre 2015 a las 17:49
  3. 3. Roberto dice:

    Gracias¡¡ y mil gracias por tus comentarios sobre el texto. Me ayudan mucho.

    Escrito el 6 noviembre 2015 a las 10:11
  4. 4. Manoli VF dice:

    Hola Roberto.
    Tu relato contiene una interesante escena, aunque sea una escena muy explotada y vista en películas. La abordas bien desde el punto de vista narrativo a excepción de los tiempos verbales, que utilizas erróneamente en varias ocasiones a lo largo del texto. Te voy a apuntar unos cuántos. Revisalos, porque es un detalle muy importante, ya que interrumpe el flujo del relato.

    En el primer párrafo:” La mujer llegó…caminó…el la OBSERVA” Introduces el tiempo presente tras el pasado.

    Segundo párrafo: ” El esperaba…El cigarrillo acaba.” Vuelves a cambiar el tiempo.

    Cuarto párrafo: “Le pago para que evitar preguntar” sobra un “que” seguramente es un error: ” Le pago para evitar preguntas”

    Si revisas un poco estos detalles la historia mejorará. Un saludo.

    Escrito el 6 noviembre 2015 a las 16:15
  5. 5. Roberto dice:

    Muchas gracias Manoli VF por tus comentarios. Sé que esos tiempos mal usados bloquean la lectura.
    Tomo buena nota de tus consejos¡¡
    Mil gracias por comentarlo.

    Escrito el 6 noviembre 2015 a las 17:00
  6. 6. beba dice:

    Hola, Roberto:
    Muy bueno tu trabajo. La mujer está descripta con mucha precisión;al final, resulata una bromista muy especial; del hombre, hay pocos detalles: un fulano inescrupuloso, y nada más; me prece que se ganó el sobre vacío.
    Buen manejo narrativo y gramatical, salvo el desfasaje de un par de verbos. Esto puede ayudar a aumentar la tensión del relato; pero como ocurre muy incidentalmente, sólo molesta. Un saludo.

    Escrito el 16 noviembre 2015 a las 16:08
  7. 7. Roberto dice:

    Muchas gracias beba por tus palabras. Espero que la próxima vez no me ocurra nada con los verbos y sus tiempos…
    Gracias por leerlo.

    Escrito el 18 noviembre 2015 a las 10:22

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