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El Sobre Rojo - por Tomás Rivero

El autor/a de este texto es menor de edad

El Sobre Rojo

La luna ya desaparecía entre los edificios, escondiendo su pálida luz para dar paso a un día gris, triste y nublado. La ciudad estaba tranquila, silenciosa, como si sus habitantes hubiesen desaparecido de pronto. Los árboles se mecían al son del viento, de un lado a otro.
Faltaban pocas semanas para que llegara el invierno. La última vez que había visto la nieve había sido muchos años atrás, cuando aún vivía con sus padres en una lejana casa a tan solo diez kilómetros de Montserrat. Le encantaba aquella visión de niña, en la que cualquier cosa le parecía posible y en el que cada día estaba lleno de misterios por resolver y secretos por revelar. Días en los que el sol brillaba para ella, aunque los densos nubarrones negros cubrieran el cielo. Pero había pasado tanto de eso…
Demasiado.
El cielo estaba levemente iluminado por la luz de la mañana, pero no tenía color alguno, simplemente era un techo gris de nubes negras. Extrañamente toda su vida se había sentido como ellas: gris y sin vida alguna.
Vio su rostro reflejado en uno de los charcos del suelo mientras se acercaba a su destino caminando por la ciudad, en la que los enormes caserones se veían como castillos a lo lejos. Pero había una en especial, una que no podía dejar de ver.
Era hermosa, sin duda alguna. Un enorme palacio de piedra de color arena y techos abovedados, en la que los suelos eran de mármol y en la cual cuadros caros colgaban de las paredes. Recordaba uno en especial. Era un retrato de ella con su familia, cuando aún no había sido desmembrada por completo, dejándola sola, con nada más que vivir en las calles y de valerse por sí misma.
A lo largo de aquellos meses había recibido varias cartas; unas cartas escritas con una letra exquisita, y con pluma fuente, por lo que se veía. Venían dentro de un sobre rojo, con lacre dorado en el que se veía el relieve de un ojo abierto. No sabía quién era el remitente ni cómo hacía para que siempre llegaran a sus manos, pero sus cartas le daban esperanzas de seguir adelante, como había hecho por mucho tiempo.
Le habían prometido que volvería a ver a su familia, que se reencontraría con ellos y que volverían a estar unidos. Esa misma mañana era el día prometido.
Toda su vida había andado de aquí allá, alimentándose en las casas que le ofrecían algo de comida. Al otro día partía, y se encontraba con otra familia que le proporcionaba un techo por hacer la limpieza, en aquella misma avenida en la que, muy en lo alto, se erigía el gran palacio de los Baldrich, en el cual Daniela Baldrich había nacido.
Todos los días miraba su reflejo en espejos que cambiaban diariamente. La chica de cabello rojizo, con grandes bolsas bajo los ojos, unos ojos verdes que destilaban gran tristeza y cuyos labios nunca se curvaban en una sonrisa. La habían abandonado a su suerte, con nada más que un apellido que la sociedad de aquella Barcelona oscura y triste había olvidado tiempo atrás.
Cuando llegó a su destino, allí lo vio. En uno de los árboles de la Plaza de Cataluña yacía un sobre rojo, como los que había encontrado a lo largo de aquellos largos meses. El sobre que contendría la forma de encontrar a su familia. No sabía qué habría, quizá una dirección o alguna foto que le indicase un lugar, pero algo habría, estaba segura.
Se acercó, nerviosa, con las manos temblando por el frío y los nervios.
Lo contempló por unos segundos, observando aquel ojo dorado que parecía analizarla y detallarla, como si supiera todos sus secretos. Resaltaba sobre el color carmín de aquel sobre en el que se encontraban las respuestas que tanto había buscado.
Lo tomó con mano temblorosa y, lentamente y con cuidado, lo abrió.
Dentro había una foto de una chiquilla de ojos vivaces y cabello rojizo, junto a un hombre alto de ojos verdes y a una hermosa mujer con cabello como el fuego.
Observó la fotografía por un momento, un tanto confusa por la escasa información, y revisó el sobre de nuevo, en busca de algo más. Pero por más que buscó, se dio cuenta de que aquel sobre que tanto había esperado era un fraude. El sobre estaba vacío.
Sin embargo, habían cumplido con su palabra: la habían reunido con su familia.

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2 comentarios

  1. 1. Frida dice:

    Hola Tomás. Me ha parecido una historia muy triste, me ha dado la impresión de que se ambientaba en una Barcelona de posguerra, donde abundaba la miseria, incluso entre los que un día todo lo tuvieron. No sé quién enviaba los sobres, pero me ha parecido que quizás, la persona responsable sólo podía reunir así a Daniela con su familia porque esta se halla muerta y, es imposible volver a reencontrarte con alguien que ha fallecido. Has conseguido recrear bien un ambiente completamente desolador y sin esperanza.

    Escrito el 2 noviembre 2015 a las 10:47
  2. 2. Tomás Rivero dice:

    Hola!, muchas gracias por tomarse el tiempo de leer mi relato 🙂
    Tiene razón en lo que dice; esta historia se centra en esa Barcelona en la que tantos sufrieron por igual, por decirlo de alguna forma. Me parece una época oscura y Barcelona una ciudad hermosa, pero siniestra. Daniela parece estar viviendo en una realidad paralela, una realidad en la que los recuerdos lo son todo para ella. Como muestra queda esa última foto, que junto con la mansión de su familia, reúne todo lo que recuerda de su familia, por lo que hay dos opciones: La primera que Daniela falleció tiempo atrás, y la segunda que no está del todo bien de la cabeza; o puede que sí haya alguien detrás de esos sobres, quién sabe…
    En otras circunstancias me sentiría ofendido jajaj, pero viendo que el ambiente desolador y sin esperanza es lo que quiero lograr, me alegra profundamente que usted se haya tomado el tiempo de decirme que al menos lo hice bien.
    De nuevo, muchas gracias por leer mi relato.
    Un saludo!! 😀

    Escrito el 2 enero 2016 a las 17:50

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