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La altruista - por José Minaya Peña

Clotilde era una leoncita dueña de un negocio de accesorios para mujeres, quien antes de irse a la oficina, leía el horóscopo de Walter Mercado. Un viernes trece, cuando abrió el matutino, leyó: “Quieres llegar a la cumbre. Lo vas a lograr si sigues protegiendo a los animales como hasta ahora lo has hecho. Te envolverás más en veterinarias y darás lo mejor de ti. Te esperan grandes recompensas. El zoológico se convierte en tu pasatiempo favorito. Te llegará una carta en reconocimiento a tus aportes. Números: 11, 14, 2”.
A ella se le pararon los pelos. En los cincuenta años que llevaba leyendo el mensaje de los astros, nunca se había encontrado con uno tan esperanzador para sus ambiciones. Y este le cayó como la horma al zapato. Despegó la vista del texto, dejó escapar una sonrisa de satisfacción, y reflexionó. Sólo lo hacía porque creía en la reencarnación y no quería regresar a este mundo como perra, gata o cualquier otro insecto. Miró el reloj y le extrañó que el taxista aún no llegara. Tiró el periódico sobre la silla, cogió el bolso y se despidió del perro. Abrió la puerta, pero en ese momento sonó el teléfono y se devolvió. Era él. Ella dijo: “Ya voy bajando”.
Eran las diez de la mañana cuando ella abordó el carro. Corrieron por la quinta avenida de Manhattan. Y como el tránsito estaba pesado, el chofer tardó dos horas. Durante el recorrido Clotilde se comía las uñas. Sólo quería estar a tiempo; antes de que el repartidor de cartas se presentara. Por suerte, cuando llegó, él hacía entrega de las correspondencias, y casi le desprendió el brazo. Ella vio cómo Zoila y Chris quedaron boquiabiertos. No obstante, comenzó a escanear en busca del objetivo. Sin éxito. Según ella, la carta debía llegar de parte del Consejo Nacional Protector de Animales y Afines. Con un desaliento las dejó caer sobre la silla del contador; luego caminó hacia su escritorio.
— ¿Alguien puede tomar la llamada en un timbre? —gritó, con el ring ring del teléfono.
Nadie le respondió. Y sin pensar dijo: “Parecen animales”.
En ese momento una mosca se asentó en su computador. No podía ver un insecto ni en pinturas, pero tampoco permitía que alguien atentara contra su vida. Corrió la ventana, agarró un cuaderno y trató de sacarla. La mosca voló y se posó sobre la mesa de Chris. Clotilde vio que él tenía intención de matarla, porque agarró el teclado:
—No te atreva —volvió a gritar —. Mejor limpia tu mesa y cierra bien la ventana.
—Yo siempre la limpio —dijo.
Clotilde pensó que el muchacho le había hablado con actitud. Y como si hubiera caído el diablo encima, fue a la parte de atrás y le echó mano a un tubo. De regreso se colocó frente a él, y escupió:
—Más te vale porque si no, te mato.
La cara de Chris, quien tenía la piel oscura, parecía una hoja de cuaderno.
—Cálmate, Clotilde. No le des más valor a un insecto que a un ser humano —sugirió Zoila.
Clotilde la miró y soltó el metal. Zoila pensó que la carta que su jefa esperaba le había alterado los nervios, y quiso ayudar. Como ella le encargaba el envío de las donaciones, Zoila sabía que una carta de parte del Consejo le haría bien a su jefa. Entonces le pidió a Chris que escribiera una. Luego fue a la gaveta y sacó un sobre en blanco. Escribió sobre él, le pegó la estampilla y se lo entregó al muchacho para que la depositara en el buzón de la calle 34. Chris le dijo que lo haría a las cinco. Así lo hizo.
El sábado Clotilde llegó a las diez. Sólo le quedaban las uñas del dedo pulgar. No fue a su escritorio porque caminando el tiempo pasa más rápido, dijo. El reloj marcó las doce, y ella se paró en la puerta de entrada. El cartero llegó a las una. Cuando lo vio, fue hacia él; pero este no dejó que se acercara y se las tiró encima.
—Maldito perro —murmuró.
Estaban amarradas con una tira elástica. Las recogió. La carta enviada por el Consejo Nacional estaba a la vista. Cogió aire, los soltó. Se las pegó al pecho, entre los senos. Fue al escritorio. Y cuando abrió, el sobre estaba vacío:
—Muchachos, nunca lean a Walter Mercado —dijo.
Zoila giró la cabeza y miró a Chris, quien se cubría la boca con el teclado.

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2 comentarios

  1. 1. Dan D'Ors dice:

    Buenas,
    este relato me ha dejado un poco despistado. Primero pensaba que los protagonistas eran animales con eso de llamar perro a la gente y decir que ella es una “leoncita”. Después he supuesto que no (así que asumo que lo de leoncita es una expresión que yo no conocía, buscaré a ver de qué se trata) al ver el desencuentro con Chris.
    Después de leerlo dos veces me parece que no queda claro qué es tan importante acerca del sobre. No llego a entender qué espera la protagonista ni por qué.
    Por último, la escena en la que participa Chris me deja un poco más descolocado. ¿Es su empleado y lo trata así? ¿Eso no debería ser, cuanto menos, ilegal? Porque o lo he entendido mal o le ha amenazado de muerte =(
    Relato con la forma cuidada, y se agradece el esfuerzo, pero que me ha perdido un poco en cuanto al contenido.
    Estaré pendiente de los comentarios para ver si consigo aclararme =D

    Escrito el 31 octubre 2015 a las 11:22
  2. 2. grace05 dice:

    Hola Minaya:
    Tu relato tiene mucho ritmo y dinamismo, tanto que me pierdo en el contenido.
    Lo sentí como una vorágine de movimiento, que por otra parte está muy bien plasmado, pero quedé descolocada ante el fondo de la historia.
    Adhiero a Dan, las escenas en que aparecen los otros personajes no tampoco vislumbran “hacia donde vas”
    ¡Adelante!!! estamos para aprender
    Te invito a comentar 194

    Escrito el 7 noviembre 2015 a las 19:41

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