La entrega - por Cazadora

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Tantas eran las ganas que tenía de entregar la carta que, cuando caminaba, sus cortas patitas se esforzaban al máximo por dar todo de sí. Agarraba el oxígeno a bocanadas en una acelerada respiración. Sus ojos bailaban afanosamente de un lado a otro como luciérnagas en la noche, mas no era tarea fácil fijarlos en un punto concreto teniendo en cuenta que aquello era un búnker de distracciones. Las luces y los movimientos de los locales la sumergían cada vez más en una espiral de ansiedad de la que sólo había una manera de escapar: encontrar al mensajero.

-¿Y si no está? ¿Y si ya se ha ido? – clamó angustiada sin volver la mirada.

Notó un apretón en su mano derecha que pretendía infundirle algo de aliento.

-Si no está, la dejaremos en el buzón, ¿de acuerdo?

¡No! Ella tenía que entregarla en mano, era esencial. No por nada había tenido recurrentes pesadillas en las que la suya no sólo se extraviaba entre las miles de cartas, sino que también se quedaba aplastada y rota en el fondo del buzón. Apretó los párpados con fuerza para expulsar esa horrible imagen de su mente. Mamá no lo entiende, pensó y continuó su vehemente avance a través del Centro Comercial hasta que las curvas, pomposas y espigadas plumas verdes del sombrero de un paje fueron avistadas por encima de las cabezas de la muchedumbre. El tiempo pareció detenerse un instante antes de reanudarse con toda la fuerza de la sangre bombeando directamente en sus oídos. Sus pupilas también se dilataron por la emoción infantil.

De súbito, la mano de la niña se soltó de la de su madre, en tanto que la contraria se cerraba en un puño y el sobre con bordes regaliz se veía estrujado. Carlota echó a correr. Mamá sonrió en su fuero interno. El pico de un papel sobresalía del bolsillo trasero de sus pantalones. El sobre estaba vacío.