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"El sobre" - por Antonio Morales García

El autor/a de este texto es menor de edad

Andrés conducía su Renault megame por la SE-30 camino de su casa, había sido un día duro. Su tío, como de costumbre, lo había dejado solo en el taller y tenía que tener listos tres coches para última hora en ese día. El sol se había vuelto naranja y el cielo parecía pintado a mano con tonos otoñales. El coche se detuvo frente a la puerta del garaje y apagó el motor. Andrés tanteó el bolsillo de la camisa hasta encontrar un diminuto mando que ponía en funcionamiento la gran puerta blanca del garaje, esta se abrió con un chasquido metálico.
Al pasar por la puerta de roble que accedía a su vivienda estaba todo oscuro ―¡Qué raro!, debía de estar aquí― Pensó y accionó el interruptor de la luz. El olfato de Andrés tan acostumbrado a oler gasolina y grasa pudo detectar un aroma de flores frescas, pasó por delante de un pequeño mueble con espejo que tenía en la entrada y pasó al salón. Allí estaba el foco del olor, un gran ramo de rosas bien preparadas y envueltas con celofán salpicado con pequeños corazones. Si algo más podía pasarle ese día era eso. Qué su mujer lo engañara. Se restregó los ojos, como si de un sueño se tratase, pero al parpadear, las flores seguían allí, junto a su foto de boda, donde el aparecía bien trajeado y engominado, su mujer, a su lado, lucía el pelo rubio recogido en un lado y con un precioso vestido blanco. Desde arriba, un Cristo maniatado los contemplaba desde lo más alto del altar dorado. Cerca de las flores había un pequeño sobre. Pero su sorpresa fue que…, al cogerlo, el sobre estaba vacío. Dos lágrimas le brotaron de sus ojos grises hasta que rebosaron y resbalaron por sus descuidadas mejillas, donde la barba de tres días se hacía presente. ―Me engañaba, me engañaba la muy puta― Dijo entre dientes y con el sobre entre los dedos temblorosos. Se dirigió al teléfono que reposaba en un pequeño estante junto al sofá y marcó el número de ella. Una melodía de Pablo Alborán sonaba en la planta de arriba. Estaba tan nervioso que no se preocupó de colgar el auricular y lo soltó, este tiró del cable y dejó caer el teléfono al suelo que chocó contra el gres con un golpe seco. Encendió la luz de la escalera y subió despacio por los escalones ayudado del pasa-manos. Al subir vio un charco color escarlata que salía de la habitación de matrimonio. ―¿Qué coño…?― Volvió a restregarse los ojos con el dorso de la mano y esquivó con dos zancadas la sangre. Allí estaba ella, tirada en el suelo, semidesnuda y con un corte en la yugular. Tenía el pelo mal recogido con una goma, como si hubiese sufrido un forcejeo y sobre ella, una de las rosas del ramo, quién hubiese cometido aquella atrocidad, por lo menos se compadeció de ella. Cerca de allí, un papel, un papel minúsculo con letras doradas. TE QUIERO MARÍA. Andrés le dio la vuelta esperando encontrar una firma, pero solo encontró una pequeña mancha de grasa. Sin pensárselo más, bajó las escaleras, colocó el teléfono en su sitio y marcó el 090, pero en el primer tono colgó. Antes debía de encontrar a su tío. Sabía dónde podía encontrarlo, cogió de nuevo el Renault y fue en dirección del bar donde solían desayunar por las mañanas y donde su tío pasaba la mayor parte del día. Era su segunda casa. Al llegar al bar ya quedaban poca gente y estaba a punto de cerrar. Varios hombres tomaban cañas y discutían de cacería. Detrás de la barra, Julián, un hombre barrigón y con cara desagradable se acercó hacía Andrés limpiándose las manos en un trapo sucio que sobresalía de su delantal.
―¡Buenas noches Andrés!¿qué te pongo?
―Lo siento, no voy a tomar nada, vengo buscando a mi tío.
―Ha estado aquí hasta hace una hora por ahí, pero estaba raro de cojones.
Andrés, sin despedirse, salió como un torbellino empujando con fuerza la puerta de cristal, Julián protestó. Corrió por la acera sin recapacitar en nada, quería explicación y venganza, apartaba a todo aquél que se cruzaba por su camino hasta que llegó a la puerta de su tío. Nadie abría. Nunca llegó a ver lo que había detrás de aquella puerta. Un hombre colgando del cuello por una horca casera, hecha con las pinzas para dar biberón al coche. Ese, era su tío.

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2 comentarios

  1. 1. filocrates dice:

    hola que tal, buen texto, a mi me toco comentarle, muy bueno.- 🙂

    saludos.- 🙂

    Escrito el 30 octubre 2015 a las 04:07
  2. 2. ortzaize dice:

    muy buen relato. me ha tenido en vilo todo el tiempo,
    sigue escribiendo, que es cuestion de practicar. la imaginacion no te falta
    saluditos

    Escrito el 30 octubre 2015 a las 16:16

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