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Los mariachis - por Guido Anselmi

No lo soporto más, me paro como puedo del sofá y busco el teléfono, llamo a Manuel, una, dos, tres veces, todas me envía al contestador. Mierda. Roberto tal vez tenga el número de alguien, si tan solo pudiera encontrarlo, le marco a él también, apagado, le dejo un mensaje entre la rabia y la desesperación. Revuelco su cuarto en busca de cualquier sobra, nada. Me resigno a enterrarme nuevamente en el lúgubre sofá, abro otra lata de cerveza y tomo un largo trago ¡Los mariachis! Esa cuadra a la que iba años atrás llega como una revelación, miro el reloj, las dos y media, aún están ahí. Me pongo de pie exaltado y bajo las escaleras del edificio cual bólido, la calle está desierta a excepción de un par de indigentes revisando las bolsas de basura, a lo lejos un auto se acerca, las luces altas me impiden saber de qué se trata, es un taxi ¿A esta hora? ¿Por una calle residencial? Debe ser mi día de suerte, lo tomo sin pensarlo dos veces y sin siquiera dejar saludar al conductor le doy las indicaciones. El trayecto parece eterno, el corazón me va a estallar si no llegamos pronto, cada vez nos acercamos más y ya distingo las figuras con sombreros altos y trajes brillantes, le pido al conductor que me espere y sin que haya estacionado me bajo. Hace mucho no estaba por acá pero esas cosas no se olvidan, la cuadra está llena de músicos de todas las edades, varios se acercan ofreciendo una serenata, sigo de largo hasta una calle aledaña que dista mucho de la fiestera cuadra de mariachis, hasta allá me alcanza un tipo con chaqueta ancha y cara de pocos amigos, me pide veinte por las dos, cuento, y descontando lo del taxi me quedan diecisiete, lo logro convencer, hacemos el intercambio y me alejo rumbo al coche que me espera, estoy liviano, relajado, feliz. Subo al taxi y camino a casa no dejo de pensar en llegar y regarla toda en el mesón, en sacar la tarjeta, en enrollar el billete. Pago el taxi y subo al apartamento, me quito la chaqueta no sin antes sacar el sobre del bolsillo, despejo la mesa de botellas y colillas y lo abro. Mierda. El sobre estaba vacío.

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3 comentarios

  1. 1. Frida dice:

    Buenas Guido. Supongo que tus comentaristas ya te lo habrán dicho, pero te remarcaré, que quizás algunas frases deberías puntuarlas de otra manera, no hacerlas tan largas, sino sustituir alguna que otra coma por un punto, como por ejemplo esta frase: “Hace mucho no estaba por acá pero esas cosas no se olvidan, la cuadra está llena de músicos de todas las edades, varios se acercan ofreciendo una serenata, sigo de largo hasta una calle aledaña que dista mucho de la fiestera cuadra de mariachis, hasta allá me alcanza un tipo con chaqueta ancha y cara de pocos amigos, me pide veinte por las dos, cuento, y descontando lo del taxi me quedan diecisiete, lo logro convencer, hacemos el intercambio y me alejo rumbo al coche que me espera, estoy liviano, relajado, feliz.” La veo excesivamente larga.

    Otro punto que destacaría, es que la narración la has hecho en primera persona y, que el estaba de la última frase, se queda un poco desencajado con el verbo hasta el momento usado. Al menos esa es la impresión que me ha dado. Y ojo, que yo también soy de las que acostumbra a usar el presente, me parece que da más garra a la historia. Quizás, para no romper con ese verbo, lo que personalmente diría sería algo así como: “…y colillas y lo abro. Mierda. Lo tiro en la alfombra y me quedaré horas observándolo, justo desde el momento que he descubierto que el sobre estaba vacío.”

    En cuanto a la narración en sí, has creado un ambiente enfermizo tal cual. Desde el primer momento sabes que estás ante un yonki que tiene el mono y, esto ya debido a la frase que había que usar en el taller, eres consciente en todo desde que conoces al protagonista, de que, en cuanto consiga comprar algo que lo calme, el camello lo va a timar sí o sí. Y el cocainómano, tengo la impresión de que no es un descastado como los que acostumbramos a ver en películas, series o libros, sino uno que pertenece en la vida real, al mayor porcentaje de personas adictas a las drogas, alguien de clase media alta. Me ha gustado que hayas decidido usar un personaje de este tipo, en vez del típico muerto de hambre.

    Escrito el 3 noviembre 2015 a las 01:07
  2. 2. beba dice:

    Hola, Guido:
    Yo, “tercera edad”, no estoy muy al tanto del mettier de las drogas.Reconozco mi desubique cultural. (Hoy aprendí de Frida que “un yonki que tiene el mono” alude a un adicto en abstinencia.)
    Me imaginé un loco aburrido en busca de un pasatiempo, y no entendía de qué se trataba el sobre. Puesta en situación, me parece un texto adecuado al tema, capaz de referenciar al personaje y su situación.
    En cuanto a la forma del relato coincido con el comentario de Frida. Si bien esa puntuación favorece el discurso desequilibrado del protagonista, en esta etapa de taller tratamos de afianzar las reglas de buena escritura y apacible lectura.
    Bueno. Adelante.

    Escrito el 10 noviembre 2015 a las 16:43
  3. 3. Fernando dice:

    Hola Guido, me ha gustado tu historia, las indicaciones de Frida y Beba son elocuentes, yo solo puedo decirte que me gustó mucho el relato, la forma en que expresás la necesidad por lo que hay en el contenido del sobre, todo el contexto, muy bueno.

    Escrito el 12 noviembre 2015 a las 19:15

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