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Las cuatro lecciones de la vida. - por Anxi

Web: http://lareinadelabutaca.wordpress.com

Mi padre murió cuando apenas rondaba los cinco años. Desde aquel fatídico día me dediqué a recopilar información sobre él, como una manera de mantenerle cerca. Mi madre encantada con la idea, no dudaba en contarme cada detalle: cómo se conocieron, quién le pidió salir a quién, cuándo fue su primer beso… Con los años, y después de tantas historias escuchadas, llegó un momento en el que no había nada nuevo que escuchar.

Mi madre, a quien le era imposible concebir una vida con un hombre que no fuese mi padre, y pese a mis insistencias en que continuase con su vida y volviese a enamorarse, jamás volvió a casarse; siempre utilizando la misma excusa: “Tu padre fue el amor de mi vida, y nadie podrá llenar ese vacío”.
Sin entender su postura, siempre acabábamos discutiendo y entonces, cuanto más me empeñaba en ver una sonrisa, que jamás llegaba, en la cara de mi madre, más crecía el odio hacia mi padre. Era él, y nadie más, el responsable de su desgracia. Mi madre consciente de ello, me pedía paciencia. “¿Paciencia para qué? –pensaba–. No va a volver”.
Pero me equivocaba. Cuando cumplí 22 años llegó una carta a mi nombre. En ella había un folio, perfectamente encajado en el sobre que lo salvaguardaba. Tres sencillas palabras: <<APRENDE A CAER>>.

Esa fue la primera lección que mi padre había preparado para mí. Cuando el cáncer ya no tenía solución, lo preparó todo. Quería enseñarme las lecciones que él consideraba esenciales para la vida. A sus 22 años se había arriesgado montando un negocio de venta de coches. Fue una catástrofe. Poco después, abrió un taller. Cada día recibía consejos negativos, cada día alguien pensaba que volvería a fracasar. Pero ese mismo negocio le ayudó a pagar las facturas acumuladas y aquellos que le despreciaron en un primer momento se convirtieron en clientes habituales. <<Aprende a caer>>.
La segunda carta llegó un Lunes cualquiera, o eso creía.

<<ENAMÓRATE CON LOS OÍDOS>>.

Ese mismo día, treinta años antes, mi padre había tenido el valor de pedirle una cita a mi madre. Según me contó mi madre, fue la peor cita de la historia. Pasó de estar nerviosa a incomoda, para acabar decepcionada. Durante toda la cita él apenas había abierto la boca, dejándola todo el peso de la conversación a ella. Más tarde, cuando la acompañó a casa, él se despidió diciendo: “En este rato contigo he comprendido una cosa vital. No necesito nada más”. Eso fue suficiente como para que mi madre recordara esa cita como la mejor de su vida.

La siguiente carta llegó un viernes.

<<HAZ QUE EL DINERO NO SEA IMPORTANTE>>.

Pese a que las cosas le iban bien en el taller, y su relación con mi madre iba viento en popa, tanto que estaba dispuesto a pedirle que se casara con él, había ciertas cosas que no podía permitirse, como una casa de ensueño, un anillo de diamantes, ni ningún tipo de lujo con los que poder agasajar a su amada. Tan avergonzado estaba, que el día que le iba a proponer matrimonio decidió hacer todo lo contrario, despedirse de ella. Concederle la oportunidad de aspirar a algo más era el regalo más grande que podía darle. Cuando mi madre escuchó sus palabras atropelladas y sin sentido, le detuvo y le dijo esas mismas palabras: “Haz que el dinero no sea importante –y a su vez añadió:– Y yo te prometeré hacer de nuestro espacio un lugar al que hasta los ricos tendrán envidia”. Se casaron ese mismo fin de semana.

La última carta llegó a tiempo. Después de dejar la carrera con la que creía que encontraría trabajo y escoger la que sabía, me haría feliz, pero no rico y después de varias relaciones sin sentido, y tras una noche horrible, llena de problemas laborales, lluvia y toda la oscuridad inimaginable, tomando una cerveza en un bar al que no había ido nunca, oí aquella voz, en una noche de micro abierto, la voz más desafinada que cualquiera hubiese escuchado, la misma que me cautivó por completo.

En el brindis, tras la ceremonia que me convirtió en un hombre casado, alcé mi copa y dije:
– Hoy he recibido la última lección de mi padre –saqué el sobre para mostrarlo a la multitud–. El sobre estaba vacío –miré a mi madre y añadí:– Es la mejor lección de todas porque… No necesito nada más”.

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2 comentarios

  1. 1. Frida dice:

    Hola Anxi. Bonito y sencillo relato. Me ha recordado un poquito a la película mi vida sin mí. No sé si la has visto, aunque a lo mejor sí. Me he tomado la libertad de visitar tu blog y curiosear un poquillo. He visto que eres una gran adicta a las series y las películas, además de que te gusta leer. Me gusta la idea con la que has jugado, de los mensajes póstumos del padre cuando sabe que la muerte lo aguarda. Debe de ser una de las cosas más difíciles y además más valientes, que alguien puede hacer por un hijo que jamás verá crecer, tratar de inculcarle valores cuando ya no esté, imprimirle una ética que a él le hizo ser quien fue y conocer la felicidad. Me ha parecido muy enternecedora esa figura paterna, que tanta importancia ha tenido siempre en la vida del hijo.

    Escrito el 4 noviembre 2015 a las 20:50
  2. 2. Anxi dice:

    Frida muchas gracias por tu comentario y por pasarte por mi blog!!
    Pero sobre todo por haberte leído mi relato!
    Gracias!

    Escrito el 10 noviembre 2015 a las 13:20

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