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Ilusión truncada - por Elena G.

Ilusión truncada
La luz se detenía justo ante mis pies. Mis captores no podían verme aquí escondida. Jadeando intentaba mantener la calma, por imposible que pareciera. Jacobo tendría que darme muchas explicaciones cuando regresara a España.
Alguien tira de mí y me arrastra por el húmedo y oscuro suelo a pesar de mi resistencia.
–¡Vacío! El sobre estaba vacío. –gritaban furiosos con extraño acento varios hombres tan cerca de mi cara que su saliva caía sin piedad sobre mi rostro.
No entendía qué pasaba. El día anterior, Jacobo me llamó por teléfono urgiéndome a ir a la oficina de su periódico encubierto. Con estas palabras me sedujo «Irene, tienes trabajo». Ilusionada no hice más preguntas. Por fin tenía trabajo. Me daba igual todo lo demás.
Así que aquí estaba yo. En un país desconocido, llevando un sobre sumamente importante a la persona indicada. Todo iba normal, o eso creía yo, porque ya a estas alturas estoy sumamente convencida de que habían estado siguiendo mis huellas todo el tiempo.
La persona a la que tenía que entregar el sobre no se presentó en el aeropuerto. Me habían avisado de que eso podía suceder y, por tanto, no me pilló desprevenida. Cogí mi maleta y salí de ese pequeño aeropuerto hacia el hotelucho donde iría a buscarlo.
Pasé la tarde tumbada en la estrecha cama aburrida y sofocada. El sol caía sin misericordia sobre el hotel y entraba por las ventanas con barrotes sin piedad. No podía salir de allí por las órdenes recibidas. «Si no se presenta debes ir directamente al hotel Raman. Allí tendrás reservada la habitación 203. Irá al hotel a buscar el sobre. No salgas de la habitación. Después de entregar el sobre, regresa inmediatamente aquí». Jacobo confiaba en mí. No podía defraudarle.
La noche se presentó y nadie subió a mi pequeña habitación. Tenía hambre, así que salí a buscar un sitio para cenar. Antes, informé al recepcionista que regresaría pronto y si alguien preguntaba por mí que esperara allí.
Deambulé por las calles sin asfaltar buscando un restaurante. No encontré ninguno. Las calles estaban vacías y la luz que daban las escasas farolas no permitía ver más allá de ellas.
Sentí pasos a mi espalda. Me giré y no vi nada. Apresuré el paso. Cada vez más. Eché a correr.
Al llegar al hotel, un hombre me esperaba en recepción. El recepcionista, pillándome desprevenida, me sujetó los brazos mientras el desconocido me cacheaba. Encontró el sobre doblado en mi bolso. Jacobo me había indicado que no me separara de él en ningún momento.
Intenté zafarme para que no cogieran el sobre, pero los brazos del recepcionista eran muy fuertes. Una vez cogido el sobre me soltaron. Corriendo subí a mi habitación, cogí la maleta sin deshacer, bajé y me encaminé al aeropuerto. No quería estar allí ni un segundo más.
De nuevo sentí que alguien me perseguía. Esta vez no lo dudé y me escondí en el primer callejón que encontré. Tropecé con un mendigo que dormía en el suelo acurrucado junto a la pared. Su grito encaminó a mis perseguidores hacia allí. Salí corriendo en busca de ayuda. Nadie. No había nadie en las calles.
Corrí. Corrí y corrí. Pero ellos eran más rápidos. Vi una puerta entreabierta y allí me adentré. Dentro no había ninguna luz. Me sentí segura al terminar la luz justo ante mis pies. Estaba sumida en la oscuridad.
Alguien tira de mí y me arrastra por el húmedo y oscuro suelo a pesar de mi resistencia.
–¡Vacío! El sobre estaba vacío. –gritaban furiosos con extraño acento varios hombres tan cerca de mi cara que su saliva caía sin piedad sobre mi rostro.
Me tiraron al suelo como un trapo viejo.
–¿Dónde está el contenido? –dijo el que parecía ser el jefe.
–No lo sé. Me dieron el sobre cerrado.
Se empezaron a reír. No me creían. Su insistencia fue en aumento. Al principio con gritos, después con insultos. Como eso no daba resultado empezaron a golpearme. Yo seguía sin decirles lo que querían oír. Su insistencia aumentó. Antes de caer inconsciente creí escuchar «Es un señuelo».
Al despertar, me encontré en una cárcel para mujeres. Realmente no sé cómo llegué aquí. Llevo seis meses esperando a que se celebre el juicio y alguien me diga de qué se me acusa. Nadie sabe que estoy aquí. Los días transcurren iguales entre esta inmunda cárcel.
Al día siguiente de mi encarcelamiento derrocaron al presidente de este país.

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2 comentarios

  1. 1. ortzaize dice:

    triste historia, que te pone los pelos de punta como lector.
    muy bien narrada
    saludos

    Escrito el 30 octubre 2015 a las 16:52
  2. 2. Frida dice:

    Hola Elena. Iniciaré con una pequeña crítica y, es que durante la lectura he percibido que a veces reiteras palabras, como por ejemplo sobre o calle, innecesariamente.

    “Intenté zafarme para que no cogieran el sobre, pero los brazos del recepcionista eran muy fuertes. Una vez cogido el sobre me soltaron.”, Yo hubiese escrito …Una vez que lo cogieron me soltaron; pues como ya has escrito la palabra sobre al principio el lector sabe de qué hablas cuando dices lo.

    En cuanto a la narración, no me cabe sino felicitarte. Al principio he creído inocentemente que Irene se hallaba allí como corresponsal periodística, pero a medida que la narración avanzaba, me he dado cuenta de que tras su viaje se escondía algo mucho más sórdido y, estoy claramente convencida de que el derrocamiento del anterior presidente tiene algo que ver con el sobre y, sobre todo, que Jacobo es un grandísimo hijo de perra, ya que la ha enviado allí expresamente sin importarle las consecuencias, las cuales él conoce desde el principio. Me quedaré pues rumiando acerca de lo que Jacobo ha hecho, de porqué Irene se encuentra en la cárcel ─de la que seguro no saldrá en la vida─. Felicidades por tan intrigante relato, el cual remarco, que te daría para algo mucho más grande en caso de que desees explayarlo y no sé, escribir aunque sea una pequeña novela.

    Escrito el 4 noviembre 2015 a las 12:09

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