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Sin descanso - por J. R.

Sin descanso
Les gustaba ir al mismo restaurante; les conocían desde hacía tiempo y ellos a la vez conocían a los camareros por sus nombres. Como sabía sus preferencias, el maitre les llevó a una mesa en el extremo del salón, cerca de una ventana; desde allí veían quienes aparcaban sus coches, y, a la vez, de un vistazo, abarcaban la totalidad del comedor. El se sentó de espaldas a la pared, y la bandolera que llevaba al hombro la puso sobre sus rodillas.
No era muy tarde, hacía poco que las farolas iluminaban la calle y una luz difusa entraba por la ventana. El maitre les entregó la carta, que empezaron a leer.
—Si me lo permiten, les recomiendo una pierna de cabrito lechal que es pura mantequilla —a él sus glándulas salivares le empezaron a segregar.
—Vale, me apunto a la pierna, y tú, Anne —dijo él, dirigiéndose a su pareja.
—Yo preferiría pescado —respondió ella.
—La lubina al ajo pescador está deliciosa —insinuó el maitre.
—Probemos la lubina; con verduras salteadas, por favor.
—Y de beber, ¿qué prefieren?
—Para mí el rioja de la casa, que es muy bueno —contestó él.
—Si tienen, yo quiero un albariño, por favor.
—Perfecto, enseguida lo tienen. —Con una sonrisa, aprobó el pedido.
Mientras se alejaba, la chica sonrió. El hombre, bajito y regordete, tenía en la cara, como unos surcos, que le recordaban a Pluto, el de Mickey Mouse.
Se dirigió con paso rápido hacia la cocina; allí un matrimonio ya mayor atendía los pedidos. Les entregó la nota.
Al poco, un camarero les llevó las viandas.
Durante la comida estuvieron hablando de la última película de Woody Allen; de los atentados de la kale barroka en el casco viejo; de un calamar gigante aparecido en la playa de Bermeo…
—¿Qué tal el pescado? —dijo él.
—De verdad que la lubina está exquisita.
—Vas a probar la carne, tiernísima.
Cortó un trozo y, pinchándolo con el tenedor, se lo acercó a su boca.

Pero la chica no pudo aguantar más.
—Bueno, Jesús, intuyo que quieres decirme algo.
—Sí. Acabo de hacer el último trabajo para esta gente, y me lo han pagado muy bien; creo que nos podemos retirar y desaparecer. Quiero enseñarte algo.
Con disimulo abrió la cremallera de su bandolera, y cogiendo un sobre mediano, de esos que venden ya acolchados, lo desgarró con cuidado por una de las esquinas, metió la mano y, de inmediato, su cara empezó a cambiar, se puso lívido, casi verde, y una mueca horrible se dibujó en su boca. La chica se asustó.
—¿Qué ocurre? —dijo temblando.
El casi no podía hablar, pero sus ojos sí. El sobre estaba vacío.
—No sé. No sé. Algo ha salido mal. Estoy perdido —dijo crispado.
Se recuperó pronto.
—No lo van a tener fácil —se dijo para sí.
Se puso en tensión, instintivamente se palpó la sobaquera, la pistola estaba en su sitio. Y lentamente, con su mirada, abarcó la totalidad de la clientela. De todas las mesas, pensó que eran tres las que debía observar, no quería sorpresas. Un joven solitario estaba en una, no miraba a ninguna parte, absorto en lo que comía. En otra, eran dos jóvenes y una chica; de aspecto informal hablaban sin parar, y parecían nerviosos, mirando a todas partes. En la tercera, eran dos los comensales, no tenían nada que llamara la atención, pero al entrar ellos, notó que, con disimulo, les siguieron con la mirada; quizás no tenía importancia, pero era un dato a tener en cuenta.

El maitre, detrás de la barra, junto a un camarero joven, les observaba. El chico le susurró en el oído:
—No me gustan nada esos, cualquier día sucederá una tragedia.
—Eso no es cosa nuestra, son buenos clientes y nuestro deber es atenderlos.
—Pero es horrible, ese hombre esconde algo.
—Sí, es horrible.
—¿Qué habrá hecho?, ¿asunto de drogas?
—Cualquiera sabe, yo me inclino a creer que es algo de política.
—Puto país.
En la mesa, la mujer apenas podía contenerse; lo miró con angustia.
—Tenemos que hacer algo, Jesús.
—No podemos hacer nada —sentenció él. Sus ojos reflejaban una mirada húmeda y brillante; su mano derecha acarició la de la chica.
Su pasión generosa no encontraba respuestas. Quedó su boca semiabierta, como sedienta de aire.
El, a la vez que manejaba los cubiertos no perdía de vista las mesas, y con rápidas miradas controlaba los coches que llegaban al aparcamiento. La vida le iba en ello.
J. R.

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3 comentarios

  1. 1. Frida dice:

    Hola JR. Iniciaré con un par de críticas.Te diré que él, cuando es un pronombre personal de tercera persona singular, se acentúa. Y, en segundo lugar, maitre, es una palabra francesa que se escribe en su idioma original, o sea, : maître.

    Me ha gustado que hayas ambientado la escena en un comedor de restaurante, me ha resultado muy escena de película de suspenso o delincuencia, algo muy apropiado para lo que nos narrabas. La frase de este mes, ha dado muchas ideas para ambientar las historias en el mundo de la delincuencia. No sé a qué se dedicaría tu Jesús, pero es algo que me inquieta y, si te digo la verdad, me hubiese gustado ver algo más de esa oscura personalidad que tiene, creo que sería más importante o representativo para la historia, que los pequeños detalles de lo que han cenado o bebido. Pero eso de alimentar la negrura de lo que vemos, espero que puedas hacerlo con más calma y conseguir sacar de este relato más, porque desde luego yo creo que da para más, ya que has dejado un final muy abierto, con muchos frentes.

    Escrito el 3 noviembre 2015 a las 02:00
  2. 2. luis ponce dice:

    JR: interesante la ambientación y el manejo de las recetas.
    Pero, hasta ahí. No veo una historia, no has cerrado el círculo, no has rematado la urdimbre y la trama ha quedado sin cerrarse.
    Hubiera dado lo mismo si hubieran traído el carnero lechal en el sobre.
    Es como que hubieras estado viendo una película en la televisión y alguien te hubiera cambiado de canal.
    me da la impresión de que es parte de algo más largo y has debido cortarlo para enviar apegado al número de palabras.
    Lo rescatable es la redacción de la primera mitad.
    Saludos.

    Escrito el 6 noviembre 2015 a las 01:10
  3. 3. beba dice:

    Hola, JR:
    Coincido con los dos comentarios anteriores. Fuera de la crítica a la poca atención que le prestaste a lo central de la historia, quiero destacar tu buena redacción, ortografía y puntuación; y tu lenguaje sencillo y claro. Convendría, entonces recortar lo que sobra y rematar dignamente la historia.

    Escrito el 24 noviembre 2015 a las 01:01

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