El encargo - por Luciana G.

Viajaba esa tarde. Era el mediodía y mi amiga no venía con su encomienda. Quería que le llevara algo muy importante a una persona que vivía en aquel país a donde yo iba. Según ella era algo de” vida o muerte”.
Yo estaba más nerviosa que ella, pues me había dicho esa frase que a cualquiera dejan los pelos de punta. Se había retrasado.
No podía esperar, iba a perder el avión. Pedí un taxi. Cargué la valija, y me quedé un momento en la calle mirando para todos lados, no la veía. Me fui.
La llamé por enésima vez al celular, lo tenía apagado. Ya me estaba sintiendo mal pues no podía disfrutar mi viaje. Mi amiga era bastante impuntual, sin embargo pensé que tenía que ser más considerada conmigo. Este viaje lo había preparado con tantas ansias, con tantas ilusiones, y ella con su actitud lo estaba estropeando.
Cuando estaba en el aeropuerto bajando las valijas apareció ella en otro taxi. Lo que me dio fue un sobre. Tenía la dirección, el nombre de quien lo recibiría, todo en forma.
Por fin podría viajar tranquila y feliz.
Llegamos a destino. En el aeropuerto debía estar la persona destinataria del sobre. Así fue. Por fin me sacaba el encargo de encima. Me despedí de la persona en cuestión. No había traspasado la puerta del aeropuerto que el destinatario me agarró de un brazo, pálido, a punto del infarto, me miró y me mostró en el interior del sobre, yo miré, y el sobre estaba vacío.
Luciana G.
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