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EL EQUIVOCO - por JOSE VICENTE PEREZ BRIS

La empresa se ha reunido en La Granja para celebrar la llegada de la nueva década. Un hombre orondo y untuoso domina la escena, contemplando al resto con placer. Es el empresario y no le causa más satisfacción que regodearse de la desgracia ajena. Golpea su copa con una cucharilla y acalla los murmullos pidiendo silencio. Los siguientes minutos sirven para que el hombrecillo pronuncie un discurso sobra la vida de la empresa y el honor de pertenecer a la misma. Todos escuchan sumisos, odiando por dentro al explotador que les paga un mísero jornal. De pronto, entre tanto esperpento, el jefe saca del bolsillo un sobre grueso de pergamino, que cruje entre los pulposos dedos. Previamente lo ha lacrado con un pesado sello que lleva en el meñique. Los huidizos empleados miran fijamente el plato que tienen delante, sin atreverse a levantar la vista. El preboste, henchido de gozo, juguetea con el sobre, observándoles. Martin, asqueado de estas cenas y de la actitud general, cuchichea con su vecino de mesa, que no ve a Anselmo, el contable.
-Ese tiralevitas -responde el interpelado- aún estará trabajando en su cubil. El discurso se prolonga un rato más: “y seguro que estáis deseando saber quién ganará las diez pesetas de premio al mejor empleado de 1949. Todos se remueven inquietos en los asientos. “Y por este año, el mejor empleado es… Martín Olmedo”.
El aludido levanta la cabeza asustado. Torvas miradas de envidia le rodean. Mira a unos y otros, y al jefe que le observa con aceitosa sonrisa. Con un gesto de la mano le reclama a la cabecera. Martín se levanta con torpeza y sostiene con mano temblorosa el sobre mientras posa para la posteridad. Su retrato estará colgado en el pasillo de la entrada a la fábrica. Martín aprieta el tesoro, pensando en la cena que podrá dar a su familia. Por primera vez en mucho tiempo, podrá comprar cosas ricas e inaccesibles. Logra balbucear unas palabras atropelladas, que no agradece ninguno y se derrumba en la silla sudando a chorros. Todos se ponen al unísono a tragar como posesos, cabeza gacha mientras el amo no les pierde ojo. La cena se prolonga varias horas y el contable sigue sin aparecer. Pasadas las doce, la reunión toca a su fin. Martín va corriendo a casa y en cuanto abre la puerta, entra voceando exultante. Ha dado un cambio radical a su carácter. Solo piensa en alegrar a los suyos. Enciende luces y de uno de los cuartos, sale la suegra con malas pulgas. Está indignada.
-¡Anda por ahí, piernas! ¡Que no son horas para molestar a la gente decente!
-¡Cállese, bruja! Que hoy tengo una buena noticia.
Aparece en escena la esposa. Se la ve cansada y triste. Con la mirada de los que no han cenado. Está harta de las pullas entre suegra y yerno.
-¿Qué es lo que tienes, Martín?
El hombre explica atropelladamente su buena fortuna.
-Imagínate, empleado del año. Ya te dije que no tardaría en cambiar nuestra suerte. Y mientras habla esgrime el sobre lacrado. Luego, sonriendo de oreja a oreja, se lo entrega a su mujer.
Esta lo coge y temblando, rasga el lacre y lo abre. La expresión dichosa se transforma en un rictus de incredulidad. Se lo muestra al marido. Martín no da crédito. El sobre estaba vacío. Lo estruja mientras suelta un juramento. Las chanzas de la suegra no contribuyen a apagar las llamas. Ciego de ira ante lo que supone una burla, se echa a la calle y camina por avenidas desiertas con la mirada perdida. En un momento dado parece que vaga sin rumbo, pero al final se encuentra en los barrios acomodados, repicando la puerta de su jefe. Una criada jovencita abre y Martín la empuja para entrar avasallando en el salón. Allí se encuentra a su némesis que le tortura. Y se desboca, vomita todo el odio y amargura acumulados. Incluso le golpea, partiéndole el labio.
Alguien coge a Martín por detrás y se lo saca de encima al hombre grueso que chilla aterrorizado.
-¡No te pierdas, Martín! –le dice una voz. Y al volverse, descubre a su compañero Anselmo.
-Tranquilízate y escucha. Esta tarde al arquear la caja me sobraban diez pesetas. Estuve hasta las tantas buscando el descuadre hasta que caí en que con las prisas, le dejé al jefe el sobre vacío para que lo lacrara.
Martín mira al compañero y al jefe. Luego se derrumba y cae de rodillas llorando amargamente.

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2 comentarios

  1. 1. grace05 dice:

    Muy buena la idea. Las descripciones son claras imágenes de: soberbia. pobreza, humillación, esperanza.
    El lenguaje sencillo y claro le da ritmo, aunque hay algunos “temitas de puntuación”, donde la lectura “tropieza” , pero en definitiva es un excelente relato.
    ¡Felicitaciones!
    Te invito a leer 194

    Escrito el 29 octubre 2015 a las 20:27
  2. 2. beba dice:

    Hola, José Vicente:
    Felicitaiones. Me gustó mucho tu relato, por la corrección de la escritura, el ritmo y vocabulario apropiados, y una muy bien lograda galería de personajes. y, especialmente, por el increíble giro final.
    A título de observación te señalo cesta frase:y “no le causa más satisfacción que”; pienso pue debiera ser “nada le causa…”.
    Saludos.

    Escrito el 21 noviembre 2015 a las 21:00

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