La entrega - por adela

Aquella casona era inmensa. Una antigua casa de estilo colonial muy hermosa rodeada de jardines donde había un estanque, un cenador, paseos entre la abundante arboleda, cuadras y dos casas que estaban construidas suficientemente alejadas de la principal para procurar la intimidad de los señores, una era para los invitados y la otra para el personal de la propiedad.
El sobre estaba vacío y reposaba en una bandejita plateada sobre la robusta mesa del inmenso recibidor. Lo que más inquietó a la señora Higgins fue que ella misma había introducido en su interior el dinero y una notita con instrucciones precisas la noche anterior.
El sobre llevaba anotado el nombre del destinatario y estaba cerrado cuidadosamente para que su contenido quedara a salvo de los posibles curiosos de la casa.
¿Cómo pudo suceder aquel saqueo?, y sobretodo ¿quién lo había perpetrado? ¿Por qué habían dejado allí mismo el sobre roto y vacío?
Aquella noche no pudo dormir inquieta por lo sucedido. Y lo peor de todo, si había algo peor, era que el destinatario del sobre estaba a punto de llegar.
La señora Higgins seguía con su particular calvario. Toda su vida trabajando para esta familia y jamás había cometido un error. Ninguno. Sus funciones en la casa las llevaba con total eficacia y lo sucedido la desconcertaba. ¿Por qué no habría entregado el sobre en mano a su destinatario?
Mientras, en otra estancia de la casa alguien se refocilaba pensando en cómo se sentiría la perfecta ama de llaves. El destino le había regalado la ocasión que llevaba esperando tanto tiempo. Ahora aquella estirada sabría lo que se siente cuando las cosas se tuercen.
No podía disimular su gozo. Los señores le llamarían la atención y tendría una mancha en su impecable expediente. Y ahora el momentazo…leer la nota.
Aquel dinero sería muy probablemente para pagar un chantaje o para alguno de sus numerosos lameculos. Sin embargo… ¡No se lo podía creer! Pero… ¿qué había hecho? Su inmensa satisfacción se truncó en un desasosiego incapaz de controlar. Aquello no se lo perdonaría nunca porque ya no podría reparar el daño causado.
En esas estaba la infeliz cuando sin llamar a su puerta entró en el cuarto la señora Higgins con la angustia reflejada en su cara. Se dirigió directamente a ella y sin mediar palabra tomó sus manos con dulzura mirándola a los ojos y se echó a llorar. La inesperada situación, aquella impensable escena, terminó por derrumbarla. En uno de los bolsillos de su uniforme aún tenía el dinero y la nota yacía a sus pies caída un momento antes debido a la flojera que le entró.
La señora Higgins quiso a Margarita como a una hija desde el primer día que la muchacha entró a servir en la casa y la severidad con que siempre la trató no tenía otro objeto que darle la mejor formación. Desafortunadamente alguien robó el dinero que con tanto esfuerzo había ahorrado. Todos sus ahorros destinados a pagarle la mejor escuela de señoritas de Estravia.