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Sin tus ojos en el hijo - por Escribiviente

En casi toda historia hay esta mujer y, en muchas otras, un hombre así. Es cada vez más niño a medida que va perdiendo la visión en su ojo bueno, que, al paso que va, empatará con el malo, el turbio, el coagulado.
A esa edad no hay consuelo, solo resignación y dejar unas cosas por otras: la lectura por la música. Lo primero. Empezar a ser ciego como uno se inicia en el budismo o en la vejez. Eso, él.
Ella, antes de tenerlo colgando de su brazo o apremiándola atrás de su hombro, quiere un hijo. Un hijo de los dos. Pero la tarde de ese martes que lo ve regresar ya con el cono de la oscuridad enterrado hasta los hombros, renuncia. Y, aunque solo es en el ánimo, siente al feto escabullirse de su vientre. Y ella se va con él, y no sabe decírselo. No sabe cómo equilibrar el hijo y la ceguera. Si no, le escribiría, como cuando hacían los cuentos a cuatro manos. Le diría.
«Yo, según ese sueño, era una muñeca olvidada, que se pasaba en su rincón treinta años, cuarenta, cincuenta. Impávida ante el deterioro del entorno y de sí. Que no tenía miedo ni sed ni ganas de moverse ni de que le muevan. Pero que veía; sí, aunque yo mismo no quisiera creerlo, veía. Un tormento. Lo digo porque acabo de estar allí. Acabo de venir. Que no es despertar. Los sueños casi nunca se están soñando. Se viven. Era un tormento, lo repito pero ya en pretérito, incluso para decirme a mí misma que ya pasó, que ya desperté, que no volverá a suceder. Pero, sabes, lo único que sucedió fue el tiempo. Millones y millones y millones de micro instantes que goteaban ante mí y ante las cosas, picando sobre ellas como el agua en las piedras. Envejeciéndolas minuciosos. Y yo lo vi, como ahora tú la oscuridad. ¿Cómo entran cincuenta años en una tarde de tres horas? ¿Será como la muerte en aquel segundo que dejas de vivir y empiezas a mirar la eternidad que pasará por siempre, también minuciosa? Por eso mejor el tiempo con medida, pero sin ti. Buscándome a tientas. Por eso tú, con tu oscuridad, y no mi hijo para los dos. Por eso estas palabras».
En un rincón, el más oscuro de toda la oscuridad, algo de tiniebla sobre la penumbra: el sobre estaba vacío; “estaba”, ahora hay unos tres dedos que se hunden en su abertura, como quien ayuda a crecer aquella flor que a ella le nacía entre las piernas. Porque los hombres siempre buscamos lo mismo.

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4 comentarios

  1. 1. Pikadili dice:

    Vaya, un relato muy duro. Utilizas muy buen lenguaje, y el texto se ve, en general, muy inspirado. No veo mucho que pueda criticar técnicamente, la verdad. Solo una sugerencia: ¿Has pensado que podría ser una poesía? No sé, entre el vocabulario y el simbolismo, me dio la impresión que quizás luciría más si fuera un poema. Es algo personal, claro. Muy bueno! Saludos!

    Escrito el 29 octubre 2015 a las 15:05
  2. 2. Annamanzana dice:

    Coincido en la dureza del relato pero contado con una intensidad que sientes el dolor de la mujer, de algún modo la oscuridad. Enhorabuena por tu capacidad para dominar las palabras.

    Escrito el 30 octubre 2015 a las 00:05
  3. 3. beba dice:

    Hola, Escriviviente:
    Me ha encantado la emotividad de tu relato. Has logrado expresar los sentimientos más duros con una resignación reflexiva, hecha poesía. Y todo logrado con un lenguaje correctísimo. Felicitaciones.

    Escrito el 4 noviembre 2015 a las 23:01
  4. 4. Isolina R dice:

    Hola, Escribiviente:
    Creo que algo falla en mi cabeza para que no pueda entender un texto tan bien escrito. Sinceramente me he quedado a dos velas con él. Así que voy a plantearte unas cuantas dudas:
    ¿Estás seguro/a de que en casi toda historia hay una mujer como esta y en muchas otras un hombre así? He leído las 258 historias de esta escena y esta mujer y este hombre solo los he encontrado aquí.
    No pillo la imagen del “cono de la oscuridad enterrado hasta los hombros”.
    “Y ella se va con él, y no sabe decírselo” ¿quién es “él”, el ciego o el feto?, “decírselo” ¿a quién?, ¿al ciego o al feto?
    Antes estabas hablando de que no sabía equilibrar el hijo y la ceguera y luego “le escribiría, como cuando hacían los cuentos a cuatro manos. Le diría” ¿a quién?, ¿al hijo? Se supone que el hijo no ha llegado a existir siquiera. Es decir, no puede haber escrito con la madre cuentos a cuatro manos. Por fuerza has de estar hablando del ciego. Pero al utilizar “ceguera” el pronombre “le” parece remitir al hijo.
    “ni ganas de moverse ni de que le muevan”. Habla la muñeca olvidada, por lo tanto debería ser “ni ganas de moverse ni de que la muevan”, salvo que te refieras al ciego. El problema es que no entiendo quién habla, quién es ese “yo”. Según el sueño, ese “yo” se siente “una muñeca olvidada”, “impávida” (femenino) aunque a continuación dice “yo mismo”. La oración: “Pero que veía; sí, aunque yo mismo no quisiera creerlo, veía” tampoco la entiendo. “Yo mismo” parece ser el ciego, pero ¿quién veía?, ¿él en el sueño o ella en la realidad? Y para acabar de liarme más “para decirme a mí misma”. “Yo mismo” y “mí misma”. A continuación: “Y yo lo vi, como ahora tú la oscuridad”. Parece que la mujer habla al ciego. “Buscándome a tientas” ¿Quién?, ¿tú, que estás ciego?, ¿yo, que no acabo de encontrarme a mí misma?
    Me gustaría que me aclararas las dudas. No pienses que esto es una crítica negativa. Creo que escribes muy bien. Pero quiero que sepas que además de lo que tus palabras me hayan sugerido me gustaría aclararme. Si fuera un poema no te preguntaría dudas. Como en teoría aquí se trata de una historia con planteamiento, nudo y desenlace, me gustaría pillarlos.
    Saludos.
    Isolina

    Escrito el 20 noviembre 2015 a las 02:07

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