Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

La Prueba de Anna - por Arameo

Se sentó al borde izquierdo del desayunador, con los codos apoyados sobre la mesa y las manos sosteniendo una taza de café. La taza se la había regalado él, y en ella se podía leer en un rojo incandescente la frase “Novia #1”. Ella sabía que eso no era cierto. Según sus propias cuentas, basadas en los relatos de John, era más bien como la sexta o séptima. Eso sin contar a las mujeres ocasionales que un tipo bien parecido, como él, pudiera conseguir por un par de flirteos de una noche.

Frente a ella había un sobre color rosa pálido. Anna hervía en deseos de abrir aquel sobre. No podía pensar más que en John y alguna de sus seis o más mujeres psicópatas dispuestas a arruinar su boda. El sobre podía no contener nada grave, pero el hecho de que estuviese dirigido a él y que tuviera rotulada la frase \"felicidades John, un recuerdo de mi parte\", con una letra a todas luces femenina y coqueta, no eran precisamente hechos que pusieran a Anna de buen humor. Inmediatamente al revisar el buzón aquella mañana de domingo, Anna pensó en abrir aquel sobre. Pero si John lo descubría, eso podría terminar muy mal.

Anna recordó la última pelea que habían tenido. Ni siquiera recordaba la causa, pero habían intercambiado insultos y John había amenazado con cancelarlo todo. Anna pensó que lo mejor era calmar las aguas, así que esa misma noche se puso su Baby Doll color cereza y cortó algunas rencillas con John desde raíz. El tema había quedado en el olvido por ambas partes.

No podía arriesgarse a tener una nueva pelea. No podía darse el lujo de ser una mamá soltera. No quería ni imaginarse como su madre, una devota cristiana de Rio Curulenco podía reaccionar ante tal destino, el destino de su única hija y el suyo, arruinados. La comunidad la acabaría. Se imaginó las miradas, los cuchicheos y las negaciones de sus conocidos y amigos más cercanos.

Dejó la taza a un lado de la mesa, cogió el sobre y se lo quedó mirando un momento. Alzó el sobre y lo colocó entre su rostro, deslavado y sin maquillaje (raro en ella), y la luz brillante que se colaba por la ventana de la cocina. La translucidez del papel rosa no mostró nada. El sobre era grueso y no dejaba ver sus entrañas. Quiso tomar un cuchillo y destazar sus dudas de una vez por todas, pero él se daría cuenta. ¡Maldición! pensó, y volvió a dejar el sobre a un lado mientras retomaba con la otra su taza de café, ahora estaba fría y el café dentro de ella seguía intacto.

Se sintió ensimismada, como aquella vez que, sentada en el mismo lugar, levantaba con la mano izquierda la prueba de embarazo que había conseguido por 200 pesos en la farmacia del centro comercial más alejado de la zona. Con la mano derecha sostenía la misma taza de café fría. Esperaba algo que calmara sus nervios, una respuesta. Algo que le dijera “tranquila, todo saldrá bien”. Y lo consiguió: un par de franjas rosas, dispuestas a hacer un nudo en su garganta y la de John, y llevar su noviazgo al patíbulo o al altar.

Sintió nauseas, en ambas ocasiones. La vez pasada había sido un alivio como John tomó las cosas. Le propuso matrimonio en ese mismo instante, haciendo una argolla improvisada con el pedazo de alambre que quitó al empaque de pan blanco que estaba sobre el desayunador, mientras Anna apenas había terminado la frase “vamos a tener un bebe”.

La suerte de aquella vez le dio fuerzas, y de un movimiento destazó el sobre en mil pedazos. Los pedazos de papel rosa pálido volaban en círculos movidos por el viento. Nada. El sobre estaba vacío. ¡Increíble! Pensó Anna. Que ridícula se sentía ahora, sentada ahí, a un lado de su taza de café frio.

Su corazón se apaciguó, mientras una sonrisa trémula e imperceptible se asomaba lentamente por la comisura de sus labios. Anna dio paso al sentimiento por excelencia que la caracterizaba. En un frenesí de ironía insana y cruel, se sintió rebosante al pensar en su vientre completamente vacío, al igual que aquel sobre rosa pálido. A diferencia de que hora tendría que poner a calentar más café para pensar en alguna solución mejor que llenar-de-café-a-la-gorda-embarazada-de-la-vecina-para-hacerla-orinar-en-el-retrete-descompuesto-y-sumergir-una-prueba-de-embarazo de la última vez.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

2 comentarios

  1. 1. Jose Luis dice:

    Hola
    Aunque ya hayan pasado tantos días, he aquí un comentarista a tu texto; me alegro de ser el primero.
    Me ha gustado tu relato. Eres un buen narrador. ¡Y el final sorpresa! Buen trabajo. Lo que no entiendo es tanto guión en la última frase del último párrafo, pero creo que es un buen cuento.
    Un saludo

    Escrito el 15 noviembre 2015 a las 20:16
  2. 2. Isabel dice:

    El texto esta muy bien escrito y la.historia muy bien estructurada. Sin embargo reconozco que me ha costado entender el final del relato. Yo tampoco he entendido los guiones de la,ultima.frase.

    Escrito el 19 noviembre 2015 a las 23:38

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.