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El precio de un error - por Beta Vera

Un ardor familiar le cocía la cara a fuego lento. Intentó ignorarlo y seguir durmiendo pero con el agudo dolor no pudo. Abrió los ojos y creyó quedarse ciego; el abrasador sol parecía estar sobre él. Empleó su palma de visera para cubrirse al tiempo de sentarse en la cama, todo le dio vueltas y su estómago regurgitaba con vehemencia.

—“Dicen que ya lo hiciste Rafa. Bien por ti, el trabajo valía poco pero lo lograste esta vez. Tu dinero espera donde siempre, esta noche"-, decía la nota pegada a la heladera.

—Estoy salvado —dijo al tomar una taza de manija rota y servirse café. Miró en los pocos rincones limpios buscando algo, revolvió su ropa del sofá, y escarbó en la montaña pestilente que comenzaba a estorbar en el pasillo. Después, encontró su camisa tirada en el piso de la diminuta entrada, lo levantó y lo vistió. Buscando visibilidad movía la ventana hasta encontrar su reflejo en el vidrio, y salió de aquel remedo de casa que llamaba hogar.

Almorzó en un viejo restaurante y estuvo rondando las calles, pero en la noche cuidó con sigilo que nadie lo siguiera al dirigirse al lado este del puerto. Cada pocos pasos miraba detrás suyo. Había estado allí antes, pero no quería correr riesgos. Por experiencia; sabía que vigilar su espalda era la diferencia abismal entre seguir vivo o evaporarse sin rastros en manos de Rodríguez. Desde hace días, se volvió neurótico con eso, y con justa razón, pues por milagro regresó entero del Valle de los Desaparecidos, que es como todos se refieren al último lugar donde uno quisiera ir si el trabajo fallara. Y el falló; no cuidó las calles de atrás al avanzar con el maletín, y por poco termina hecho colador en la balacera con los Peralta que, eternos rivales del jefe, intentaron robarle el dinero. Algunos vecinos llamaron a la patrulla, quienes casi arrestan a Roberto, el proveedor desde hace años de Rodríguez. Y cuando este lo supo al amanecer, mandó inmediatamente una camioneta por él.
—¿Sabes a donde vas verdad?. —No contestó.
-No esta feliz, pero por los trabajos anteriores, tal vez te perdone.

Escoltado lo bajaron para cruzar la chatarrería abandonada al pie de la colina, donde atravesándolo, sólo campo abierto y aire fresco esperan, listo para ahogar los tiros en aquella llanura de desolado silencio. Nadie ve, nadie oye, nadie sabe.
—Carlos, lo siento, fueron los Peralta, no fue mi culpa, sé que Roberto lo entenderá. Por favor, fueron ellos, él los vio.
—Silencio Rafa.
—¡Carlos, escúchame!
—¡Rafael, tú escúchame a mi! Apareció la policía, casi arrestan a Roberto, y por poco roban mi dinero.
—¡Carlos por favor! —Rodríguez dio un tiro cerca de los pies de él. —¡Escúchame he dicho! —dijo enojado.
—Te daré una oportunidad, la última. No correré el riesgo de que la próxima lo logren. Tienes que vengarte por mí.
—¿Qué quieres que haga?
—Algo sencillo. Sólo consígueme la cabeza del idiota que estaba a cargo esa noche. —Rafa palideció.
—Fue Miguel, el hijo mayor, pero yo no…
—Pues entonces ya sabes a quien traer la próxima vez.
—Pero Carlos yo…
—O será la última vez que te vea Rafa. Es fácil, —dijo sonriendo— es tu cabeza o la suya. Lo haces, y te pago el doble de lo prometido, después de todo, ¿somo amigos, no? Es tu primera falla, pero que sea la última —dijo amenazándolo con el índice—. Ahora llévenselo.
—¡Carlos!
—¡Retírense!

Por días calculó detalles, vías de escape y formas de lograr su trabajo. Cuando todo quedó listo y tuvo oportunidad de acercarse a Miguel Peralta, no dudo, porque sabía lo que debía hacer, y las consecuencias de equivocarse.

La mañana siguiente, los noticieros locales se escandalizaban por un cuerpo degollado flotando en la costa del puerto, irreconocible y sin huellas dactilares. La policía tenía mucho trabajo, y Don Peralta también, si quería vengar a su hijo muerto.

Un hombre lo vio tras la mirilla y abrió la puerta.
—Te esperan en el depósito de atrás.
—¿Y Rodríguez?
-Al depósito, él lo ordenó.

Caminó por el pasillo, pensando en el cambio, pero obedeció sin más, satisfecho de haber hecho su trabajo. Cruzó la puerta abierta y allí le pasaron un paquete. Lo tomó y abriéndolo notó que el sobre estaba vacío.
—Rodríguez te envía un presente —dijo alguien detrás de él, y sintió un culatazo en la cabeza. Un tiro resonó en la noche, anunciando que el Valle de los Desaparecidos tiene ahora una nueva sucursal.

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1 comentario

  1. 1. Jose Luis dice:

    Hola
    He leído tu relato. Me ha gustado la atmósfera y el ambiente gangsteril. No tengo tiempo, lo siento, para marcarte los pequeños errores que he encontrado en la redacción del texto, que, haberlos haylos. Faltan tildes aquí y allá. Un ejemplo de error: en la frase
    “Después, encontró su camisa tirada en el piso de la diminuta entrada, lo levantó y lo vistió.”, supongo que quisiste decir que “se levantó y se vistió”
    Un saludo

    Escrito el 29 noviembre 2015 a las 17:19

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