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El lápiz mágico - por EARENDIL

EL LÁPIZ MÁGICO

El viajero cruzó las nevadas cumbres de la sierra en su camino hacia poniente, sin saber qué le depararían aquellas tierras. Estaba cansado y aquel valle que se abría ante sus ojos le pareció el lugar idóneo para recobrar fuerzas ante el largo viaje que le esperaba. Llevaba mucho tiempo caminando, pues su oficio era un trabajo bonito pero arduo. Su profesión consistía en trazar los contornos del mundo, delinear sobre el papel sus aspectos más característicos, para que todos, en cualquier rincón de la Tierra, conocieran toda su inmensidad. Porque la vorágine emprendedora había despertado en el corazón de los hombres, que ya no se conformaban por conocer los parajes más próximos, si no que querían saber que había más allá, en los confines del mundo.
Pero el viajero había llegado, sin saberlo, a un lugar recóndito, donde sus habitantes se habían quedado anclados en el tiempo rodeados por las altas colinas que circundaban sus fronteras, y vivían felices a su manera, encapsulados en el envoltorio de sus propias creencias de bienestar y rutina. Eran gente pacífica, sin más preocupaciones que sacar adelante sus cosechas cada año y ver crecer a sus hijos, en un lugar donde la monotonía era la reina de las condiciones para ser feliz. Hacía tanto tiempo que no tenían contacto con nadie allende sus fronteras, que el recuerdo de aquellos encuentros se perdía en los anales de la historia. Su identidad como pueblo había ido evolucionando a su propio ritmo, ajenos a la transformación que se había experimentado a su alrededor, y en la ingenuidad de creerse solos en su mundo ideal.
Cuando los habitantes de aquella tierra se percataron de la presencia del extranjero, vieron amenazadas su seguridad y su bienestar. Inmediatamente se reunieron en asamblea para trazar un plan y expulsar al forastero. Tras largas discusiones llegaron a un acuerdo: había que echar al extranjero al precio que fuese y evitar que otros viniesen después de él. Todos votaron la moción menos uno. El hijo más joven del que parecía el líder de aquella gente había abogado por el diálogo y el entendimiento. Pero nadie, en aquella exaltada reunión, había tomado en consideración sus argumentos. Al día siguiente se organizaría la batida hacia el campamento del extranjero.
Pero aquella noche, el joven burló la vigilancia que se había establecido, y marchó, amparado por las sombras, hacia el lugar donde descansaba el viajero. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de él, lo observó con detenimiento. No era muy diferente a sus propios conciudadanos y parecía sano y atlético. Usaba unas pequeñas gafas redondas de armazón metálico y parecía absorto en el trabajo que desarrollaba. Con gran decisión se acercó a él y, por unos instantes que parecieron eternos, los dos extraños se observaron detenidamente, sin prisa, con minuciosidad, pero sin miedo.
Aunque no hablaban el mismo idioma, la comunicación surgió espontánea. Después, movido por la curiosidad del joven, el forastero le enseñó el trabajo que, momentos antes, cautivaba toda su atención. El viajero ilustraba un cuaderno de trabajo con dibujos detallados de flores, insectos y animales que, seguramente, había ido descubriendo en su camino. Los ojos del niño recorrieron ávidos las hojas del libro, extasiado por los delicados trazos hechos por aquellas manos prodigiosas. Pasó las páginas y vio representadas las montañas y los bosques que lo rodeaban. En un instante, el niño comprendió que el libro representaba el itinerario que el caminante había realizado hasta llegar allí. De inmediato se dio cuenta de la inmensidad del mundo más allá de la sierra que lo rodeaba, que era, a la vez, protección y cautiverio. Y sintió vértigo y lástima al mismo tiempo, por él mismo, por los habitantes de su tierra, y por el extranjero, que pronto recibiría una visita inesperada. Lo miró allí plantado, armado solamente con un lápiz mágico, capaz de dibujar las maravillas más increíbles que nunca había visto. ¿Cómo iba a enfrentarse él solo a un grupo exaltado, armado solamente con un lápiz, por muy mágico que fuese? El joven no sabía dibujar pero, por medio de toscos bosquejos, advirtió al viajante que estaba en peligro y debía irse.
Al amanecer dos figuras cruzaron el paso entre las montañas. El joven ni siquiera volvió la vista atrás. Antes de recoger sus pertenencias, el dibujante había escrito unas palabras en su cuaderno, incomprensibles para el chico, tierra hostil, con el mismo lápiz que le había salvado la vida.

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4 comentarios

  1. 1. T. Arévalo dice:

    Me ha gustado mucho tu relato. Me encantan las imágenes que despierta en mi mente. Es fácil ponerse en la piel del viajero y en la del joven; y es que hay dos protagonistas, ambos con un peso similar en la historia.

    Si que he echado a faltar otras formas de expresión como el diálogo no interno. A pesar de eso no se hace pesada la lectura, que por el contrario, es ágil y amena.

    Felicidades, un texto bonito y evocador.

    Te invito a leer mi texto y me cuentas.
    https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-29/4377

    Escrito el 29 noviembre 2015 a las 21:25
  2. 2. T. Arévalo dice:

    Por cierto, se me olvidó comentarte que me ha encantado la forma sutil y elegante de introducir un “lápiz mágico” en la historia. Da la casualidad de que me encanta dibujar…
    Enhorabuena

    Escrito el 29 noviembre 2015 a las 21:30
  3. 3. Sandra Adrian dice:

    Hola! Me ha gustado el principio de la historia, pero no entiendo muy bien el final. Me hubiese gustado que explicases un poco más su trabajo, lo que ha hecho antes por ejemplo, pero en sí está muy bonita. Solo he encontrado una falta de ortografía en esta frase:

    “Si no que querían saber que había más allá” El segundo “que” va con acento, un detalle sin importancia.

    Al leerlo por primera vez me he acordado mucho de Tolkien, tal vez, por tu seudónimo.

    Te invito a que me leas, soy el 198.

    Escrito el 30 noviembre 2015 a las 15:47
  4. 4. Wolfdux dice:

    Hola Earendil, la historia es muy original y uno se puede imaginar muy bien las imágenes que has plasmado en el papel. Como único pero, y es más bien una cosa de gustos, creo que hay demasiadas comas que hacen que el relato se ralentice. Veo algunas que están bien puestas o son necesarias, pero de otras quizás… el ritmo sería más fluido sin ellas.

    Un gran final, por cierto. ¡Nos leemos!

    Escrito el 16 diciembre 2015 a las 16:32

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