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El lápiz mágico - por Alister Mairon

Web: http://escribeconingenio.blogspot.com

El papel sigue intacto, expectante, y el maldito instrumento con sangre de carboncillo se ríe de mi indecisión desde el escritorio.
–Fírmala –me tienta, desdeñoso, ese lápiz cuya voz sólo yo oigo.
Y mis ojos lo contemplan, mis manos tiemblan y lo agarran inseguras. Acerco su punta afilada hacia la hoja que espera… Y me detengo.
–No puedo –confieso, volviéndolo a soltar sobre la mesa–. No puedo hacerlo.
–Eres débil –escupe entonces con desprecio–. ¿Qué dirían de ti si lo supieran?. ¿Qué sería de ti si yo lo contara?
–Basta –exijo, levantándome de la silla y andando hacia la ventana.
Fuera, en la calle, la luz brillante del astro rey lo ilumina todo con insolencia, y los pájaros de la ciudad recorren con sus idas y venidas un cielo inmaculadamente azul, un cielo perfecto. El verlos volar, libres de toda atadura, me relaja y entristece por igual.
–Puedes seguir ignorándome todo el tiempo que quieras –dice el lápiz, ese instrumento mágico que me habla cuando estoy solo –. Lo puedes aplazar cuanto gustes, pero nunca desaparecerá: el papel seguirá aquí, y deberás hacerle frente tarde o temprano.
–No… –digo en un murmullo que crece a hasta convertirse en grito–. ¡No!. No puedo hacerlo, no debo hacerlo.
–Pero tienes que hacerlo –afirma el lápiz con determinación, y esas cuatro palabras caen sobre mi con toda su fuerza.
De repente siento el peso del uniforme, asfixiándome: me pesa la camisa blanca, la chaqueta, el cinturón. Me pesa la gorra, las botas, la corbata… Y sobretodo me pesa la banda roja del brazo izquierdo y su símbolo en negro, mil veces maldito. Me pesan los galones y cada gota de sangre derramada que los avalan. Me pesa.
Me pesan sus risas, robadas para no volver. Me pesan los gritos que me negué a escuchar. Me pesa el crepitar de las llamas, devorando sus hogares. Me pesan las balas, liberadas para matar inocentes.
«Tú no lo sabías. Tú no lo sabías…».
Me lo repito como una salmodia, cada noche, pero sé que no es cierto: yo lo sabía. No quería saberlo, pero lo sabía. Y ahora me pesa.
Me pesa cada orden que acabó con su alegría. Me pesa cada carrera por las calles, acosándolos como a conejos. Me pesan mis propias carcajadas al oler su miedo, desfigurándome un rostro cada vez menos humano.
–Eres un cobarde, Alois –afirma el lápiz mágico que sólo yo en mi desquicio logro escuchar–. Ahora lloras y te lamentas, pero no te dolía tanto cuando los arrastrabas a la muerte. Ni siquiera pensabas en ellos mientras brindabas con tus superiores.
–Es diferente –alego sabiendo que no es excusa–. La quieren a ella.
–Y antes te pidieron a otras: Judith, Ruth, Maria, Sara… Tenían nombres, Alois. Y una familia. No eran diferentes a ella en nada, pero no te importó firmar sus sentencias. No te importó en absoluto condenarlas ese horror que tus amos adoran. Sí, tus amos. Porque tú eres su perro, un sucio y repugnante perro de presa que sólo sabe matar.
Mis hombros se contraen en un espasmo y bajo la cabeza, temblando. Las rodillas se me doblan y siento náuseas. El uniforme me pesa. Los galones me pesan. La sangre… Su sangre me pesa.
–Fírmala, perro cobarde –insiste el lápiz desde el escritorio, lacerándome con esa voz de grafito que no oye nadie más–. Para ti no hay más camino, ya no.
No hay más camino. No hay más camino. No hay… Lo hay.
Avanzo febril hacia el escritorio y mis manos se dirigen sin quererlo hacia el cajón para aferrarse con desespero a mi cómplice de horrores, a mi compañera de frío metal y alma aún más fría. La acaricio con ternura, recorriendo cada centímetro del cañón con mis dedos blancos. El arma se estremece y casi gime ante mis caricias. Ojalá fuera ella…
–Fírmala –repite el lápiz, consternado ante mi actitud.
Yo le dirijo una última mirada a él y a la sentencia, aún sin firmar, y niego con la cabeza, esbozando una sonrisa.
–No –respondo mientras el cañón de la pistola me lame el cuello y me besa la barbilla, subiendo hasta mi sien.
Cierro los ojos con un ronroneo mientras mis dedos la presionan. Oigo un chasquido de metal. Luego un estallido de tormenta. Y luego… silencio.

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6 comentarios

  1. 1. Ian pellicer dice:

    Interesante, me pregunto el lápiz mágico es su conciencia? Debe de ser, después de tales crímenes lo mejor que pudo hacer para no vivir torturándome fue matarse.
    Buen relato. Saludos

    Escrito el 30 noviembre 2015 a las 20:32
  2. 2. Manoli VF dice:

    No estoy segura de haber entendido bien tu relato. El protagonista tiene un conflicto interno ¿provocado por crímenes que ha cometido? Los pensamientos son algo confusos, aunque la obsesión del personaje se muestre bien, creo que no queda muy claro lo que pasa. Un saludo.

    Escrito el 1 diciembre 2015 a las 19:34
  3. 3. Jose Caudeli dice:

    Hipnotizado por este viaje al interior de un genocida perseguido por la culpa. El vocabulario que empleas esta muy acorde a la historia. Llegas perfecto con el ritmo a ese final.
    Te felicito Alister.

    Escrito el 1 diciembre 2015 a las 23:01
  4. 4. beba dice:

    Hola, Alister:
    Excelente tu relato en el que el lápiz dirige la introspección del nazi sobre su culpa. Y riquísimo el vocabulario que empleaste para lograrla. Las pistas sobre el marco del cuento y la identidad del protagonista son claras: las sentencias, los nombres judíos de las mujeres, los detalles del uniforme… Alois me desconcierta; me suena más a francés que a alemán, pero puede ser.
    La narración tiene una forma equilibrada y el ritmo adecuado a una situación de gran tensión.Buen manejo gramatical.
    No me queda claro que algo así se firme con un lápiz; ni que este sea mágico; pero es mi opinión.
    Adelante. Un saludo.

    Escrito el 2 diciembre 2015 a las 19:55
  5. Muchas gracias por comentar, os respondo de forma individual:

    Ian pellicer: Sí, se podría decir que el lápiz es una proyección de la consciencia de Alois. Tu categórica afirmación sobre la muerte como ineludible destino de Alois me mató. ^^’

    Manoli VF: Sí, lo has entendido bien. Tienes razón en que los pensamientos son muy confusos, porque el protagonista está desquiciado. He tratado de dejar indicios de qué sucede en el texto, tal y como ha señalado beba, pero también es cierto que no buscaba que el relato fuera absolutamente explícito.

    Jose Caudeli: Gracias por tus palabras. Celebro que te haya gustado el relato y que el ritmo te parezca adecuado, siempre me produce inseguridad ese aspecto.

    beba: Gracias por tu valoración, me alegro que te gustase. Sí, Alois suena un poco francés, pero el nombre no es un invento mío, está basado en un personaje real, las circunstancias de la muerte del cual no están claras. Y no, desde luego que las sentencias de muerte no se firman con lápiz, es una licencia artística.

    Escrito el 2 diciembre 2015 a las 20:18
  6. 6. Dispersus dice:

    Hola Alister.
    Poco o nada que añadir a tu texto. Creo que lo que quieres expresar lo consigues con creces. Una ambientación excelente y un diálogo interno perfecto para mi gusto.
    Tan solo dos pequeños detalles, que no se si alguien ya te ha comentado: Repites que el uniforme y los galones le pesan. Creo que en la segunda ocasión sobra, no creo que sea necesario, yo quitaría “El uniforme me pesa. Los galones me pesan”
    Otro detalle, “…a mi compañera de frío metal y alma aún más fría” La repetición de frío-fría me chirría un poco. Yo quitaría uno de los dos y reescribiría esa frase.
    Son detalles nimios, el texto me encanta y la idea que transmites con él también.
    Un saludo

    Escrito el 3 diciembre 2015 a las 09:24

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