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El lapiz magico - por Ana Notario

– Las manos ya no me responden,- dijo Katia mientras intentaba suturar la que era su última herida de la jornada, con las manos entumecidas del trabajo y el frío. –Acaba y sube a cubierta. Estás pálida- dijo Nikolai. Aunque Katia ya no distinguía entre la noche y el día, solo veían muerte a su alrededor. Era el precio a pagar por ser enfermera del barco hospital del puerto de Odessa.
Las manos ensangrentadas, la boca reseca, los ojos vidriosos… subió a la cubierta del barco mientras se quitaba el pañuelo que le protegía el pelo. Entre el brillo del sol, vislumbró a un marinero con la guerrera desabrochada y fumándose un cigarro. –Disculpe, ¿qué hora es?- casi no podía hablar, el frío calaba hasta los huesos. Él alzó los ojos y contempló a la joven aterida de voz angelical. -¿acaso eso importa? Tenemos que dar gracias de estar vivos. Pero para tu información, son las siete- asintió con la cabeza y siguió su camino hacia la barandilla de proa, mirando un pequeño islote desierto.
Katia buscaba paz en su pasado: la batalla de Sebastopol. Un escenario dantesco donde servía como enfermera. Su primer destino, su primera cura: una pierna atravesada por una bala de un Kar98 alemán. Su patria y sus camaradas la necesitaban, aunque las lágrimas no le dejaban casi ver el torniquete que tuvo que practicar.
Delante de aquella isla, tan tranquila y tan apartada, ella contemplaba un mundo lejos de gemidos lastimeros y gritos de auxilio. Ya no le parecían tan frívolas las tazas de té negro, con sus padres y algún pretendiente ruborizado, que agradaba más a su madre que a ella misma.
Una mano en el hombro le despertó de aquella estampa idílica. Era Nikolai, el médico que le había acompañado desde que subió a ese barco. –te has dejado esto, Katyusha- le enseñó uno de los pocos bienes que le quedaban de su antigua vida: un lápiz verde. Era un objeto bastante común, incluso era ridículo pensar que a un objeto tan común se le pudiera tener algo de cariño.
El curioso lápiz verde provenía de sus clases, aquellos estudios que había dejado por ofrecer su vida a la causa del ejército rojo. Un chico se lo ofreció diciendo. – Este lápiz es mágico- ella ignoró aquello, pero el chico insistió tanto que al final se lo quedó. Al comienzo del choque, ella enseguida se inscribió como enfermera, y con ese lápiz firmó su juramento. De modo que lo guardó como aquello que quería recuperar cuando todo eso acabara: la magia.
Enseguida cayó la noche, y con ella lo más temido para aquel barco, bombardeos alemanes. Katya aún seguía en cubierta, contemplando el cielo nocturno tumbada sobre un lecho de redes en un bote. En ese momento, se escapó el lápiz del bolsillo. Rodando fue a la otra punta de la cubierta, donde, sin querer, le cayó un bote encima y quedó atrapada, aferrada a aquel lápiz.
-Estupendo, vaya torpeza la mía…- intentó pedir ayuda, pero… ¡los bombarderos estaban allí! Inmovilizada por los nervios, el ruido, el miedo… por todas aquellas cosas a las que debería estar acostumbrada. Los minutos le parecieron horas, desorientada en aquella concha de madera y hierro. Ruidos, golpes, disparos, gritos,… y luego silencio. Era cuando tenía que entrar en acción. Hecha un ovillo, permaneció un tiempo que sería incontable para su memoria.
-¡Tovarischa! ¡Sanitar!- los gritos le despertaron de aquel sueño en el que se había sumido sin querer. Empezó a dar con sus en aquel bote. Por fin, pudo ver de nuevo la luz gracias a su compañero Nikolai. -¿estás bien, Katyusha?- le tocó la cara con sus manos ensangrentadas, dejando algún resto en sus mejillas. Ella asintió con la cabeza, y entre dos camaradas la sacaron de aquel bote.
El paisaje era desolador: cuerpos y algunos heridos aún sin atender. Sin mediar palabra, ciñó de nuevo el pañuelo a su cabeza y se agachó sobre un herido. Pero ese instinto no frenó el llanto que le siguió después. Se culpaba por haber perdido tiempo en aquel bote y no hacer su trabajo.
Sintió el calor de unos brazos que le rodeaban. –te has dejado esto, Katyusha- mostrándole de nuevo el lápiz verde. Lo tomó entre sus manos y pensó para sí “al final sí va a ser un lápiz mágico” aferró las manos de Nikolay, buscando con sus ojos los de él. Sólo pudo decirle gracias antes de que él le apretara los labios con los suyos.

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1 comentario

  1. 1. Frida dice:

    Hola Ana. Comienzo diciéndote que hacia el final hay una frase que se te quedó a medias: “Empezó a dar con sus en aquel bote.”

    En segundo lugar te comento, que tras leer el texto, he sacado la conclusión de que has leído mucha novela rusa.

    Me ha hecho gracia esa parte en la que comentas que los pretendientes que a veces llegaban a casa, gustaban más a su madre que a ella misma.

    Es una sorpresa el que hayas decidido atreverte con una narración en plena revolución rusa, traslandándonos los ideales que acompañaban a estos jóvenes idealistas, que veían en el comunismo el fin de la dictadura zarista y clasista de la sociedad en la que vivían. Es todo un desafío el atreverse con una historia sobre una enfermera, sobre todo teniendo en cuenta que ya existe una obra magistral sobre un doctor y una enfermera, cuya segunda parte se centra en la revolución rusa. Como digo es difícil atreverse y salir airoso del tema, tú lo has conseguido.

    Escrito el 3 diciembre 2015 a las 13:58

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