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"El lápiz mágico" - por J. R.

Un aire frío, cortante, me azota la cara; los pies hace tiempo que dejaron de dolerme. Han pasado 47 días desde que empecé el Camino, en Saint Jean Pied de Port, al otro lado de los Pirineos .Y ya quedan lejos, aunque sólo han pasado algunas semanas, los montes navarros, las viñas riojanas, la inmensa meseta castellana y el entrañable O Cebreiro que disfruté y sufrí hace apenas unos días. Desde la atalaya del Monte do Gozo contemplo emocionado la panorámica de Santiago. Empiezo a descender a través de pistas de hojarasca, algunos carballos autóctonos y muchos eucaliptos reforestados me acompañan. Una rara sensación noto que se apodera de mí; es extraño, pero parece como si temiera llegar al final; no saber qué hacer después. Por la Porta do Camiño entro en el casco histórico y al poco, por un pasadizo bajo el Arco del Palacio, accedo a la Plaza del Obradoiro. Me encamino al centro de la plaza, quitándome la mochila me siento en el centro . Ante mí la portada barroca de la Catedral. Cierro los ojos y me recreo en vivencias de las últimas jornadas que han dejado en mí una profunda huella.
Después, disfruto con calma la Catedral; al salir, le doy un fuerte abrazo al apóstol; le estoy agradecido por haberme permitido llegar hasta allí. En el exterior, me detengo admirando la obra del maestro Mateo en el Pórtico de la Gloria. Siempre me han asombrado los rasgos de los veinticuatro ancianos, cada uno de ellos de marcada individualidad. Y mirándolos, me viene a la memoria el personaje que tan bien describe Manuel Rivas en su magnífica novela “El lápiz del carpintero”. Con aquel humilde instrumento, un simple lápiz de carpintero, el pintor representa, en una hoja de papel, una de las obras cumbres del románico. Y entonces, un pensamiento me lleva a otro y pienso que esa herramienta podría ser humilde en apariencia, pero no es ni mucho menos simple. Pues ha sido necesaria la suma del esfuerzo de muchas gentes para crear un objeto tan completo y sencillo como es un lápiz.
En el ya clásico ensayo, “I, pencil”, escrito por el fundador del primer instituto libertario Leonar Read, un lápiz común, narra en primera persona su epopeya. También el escritor y editorialista del New York Times, Jeffrey Kluger, en su libro “Simplejidad” enumera detalladamente su complejo proceso de elaboración.
Todo en él ha sido mágico. Su nacimiento fortuito por la acción de un rayo en una fuerte tormenta, derribando un gigantesco roble, en el humilde pueblo de Borrowdale, en la región inglesa de Cumbria; dejando al descubierto además de sus raíces, una sustancia que es lo que hoy conocemos como grafito, que empezaron a usar los pastores para marcar sus ovejas; y que después, gracias a los muchos descubrimientos que siguieron, dio lugar a lo que hoy conocemos como lápiz.
Nadie duda de la importancia de esta herramienta para tantas gentes. Para las más humildes y los mayores genios. En una ocasión Toulouse Lautrec afirmó : “Yo soy un lápiz”.
Pero para virtuosismo en su manejo, se puede ver en internet la obra de Paul Lung, donde nadie es capaz de distinguir una fotografía de cualquiera de sus dibujos.
Y en literatura, la obra de tantos y tantos autores no sería la misma sin su presencia. El premio Nobel John Steinbeck no consideraba satisfactorio su trabajo si no llegaba a terminar como mínimo en un día, con sesenta lápices. Eso lo leí no recuerdo dónde, a mí me parece algo exagerado.
El maestro argentino Borges, en una de sus geniales hipérboles, aseguraba que Hemingway se quitó la vida en aquella madrugada de julio de 1961, introduciendo los cañones de una escopeta Boss calibre 12 en su boca y apretando el gatillo, porque se dio cuenta de que no podía ser un gran escritor. Yo disiento del maestro, era un gran escritor, y se quitó la vida porque una gran depresión le impedía escribir y añoraba los tiempos en los que un buen día de trabajo era cuando consumía la punta de siete lápices del número dos.
Dejando aparte alardes intelectuales, es asombroso el trabajo del ruso Salavat Fidai, donde no dibuja o escribe, sino talla en la frágil punta del lápiz, esculturas en miniatura, valiéndose de una potente lupa, una buena luz y mucha paciencia.
Aunque para asombroso, el hecho mágico de, estando admirando el Pórtico de la Gloria, paso a intentar un humilde homenaje al lápiz.

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2 comentarios

  1. 1. Frida dice:

    Hola J R. Increíble lo que la contemplación del Pórtico de la Gloria ha dado de sí. Has captado bien al principio la emoción que embarga a todo peregrino al llegar por fin a la catedral, con los pies deshechos de tanto caminar, verse ante la histórica piedra de Santiago. La contemplación a la que se abandonan ante la fachada de la catedral y la sensación de gratitud que tienen al entrar adentro. Quedarse absorto mirando el Pórtico te puede llevar a ensoñaciones que duran minutos que pueden ser horas. Uno se pierde ante tanta magnitud y los pensamientos inconexos se suceden, saltas de un lado a otro. Me ha gustado cómo has captado el pensamiento humano, además de que gracias a ti, esta ignorante ha conocido a Paul Lung, cuyo lápiz sí parece mágico.

    Felicidades por tu relato.

    Escrito el 30 noviembre 2015 a las 20:32
  2. 2. Leonel Esteban Bracco dice:

    Hola J.R, en primer lugar destacó las descripciones del principio, soy un entusiasta de vivir lugares que no conozco a través de lo que otros escriben, por lo que te lo agradezco. El texto sufre un rotundo giro a la mitad de este y decanta por las reflexiones sobre el lápiz que en definitiva no me dejan nada.
    No terminaste creando un nudo y claramente no hay un desenlace, en definitiva el relato te deja con sabor amargo. Creo que deberías mejorarlo.
    Te dejo un par de correcciones puntuales que pude apreciar:
    En las primeras frases usaste un par de comas de más.
    Cuando pusiste “Una rara sensación noto que se apodera de mí”. Creo que tendrías que cambiarlo por “Noto una rara sensación que se apodera de mí”.
    En el segundo párrafo el “Despues” me para que esta de mas.
    El esfuerzo es de muchas personas, no muchas gentes. Mismo error un poco más adelante.
    “Eso lo leí no recuerdo dónde, a mí me parece algo exagerado.” ¿Cambiaste de narrador de golpe?.
    La redacción de la última línea (que es muy importante) no está muy clara: “Aunque para asombroso, el hecho mágico de, estando admirando el Pórtico de la Gloria, paso a intentar un humilde homenaje al lápiz.”
    ¿el hecho mágico de paso a intentar un humilde homenaje al lápiz?, no tiene ningún sentido para mi, falta algo.
    Saludos, nos leemos.

    Escrito el 5 diciembre 2015 a las 23:59

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